Pieter Janssens Elinga Mujer leyendo
1668 – 1670 Alta Pinacoteca, Munich
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Nuestro interés viene recogido ya antes incluso de abrir el libro. Es tan llamativo respecto de nuestro tema, que el propio título elegido enuncia el mismo núcleo de nuestra tesis: La mujer de O(tro)jeda. El protagonista masculino Carlos -dechado de virtudes-, se enamora de la fina y delicada2 Clara, joven y hermosa mujer casada en matrimonio de conveniencia con el rico, áspero y vulgar Tomás Ojeda, compendio de ruindades3.
Situados ya en la condición de amor de ser la mujer del Otro por su lazo matrimonial, sin embargo su alcance viene del hecho de que Carlos solamente puede poner en acto su amor por Clara, no cuando ésta queda viuda y, por tanto, libre, sino cuando Clara y el joven amigo escritor de Carlos, Andrés, se declaran entonces enamorados. Es decir, solamente cuando vuelve a ser la mujer del Otro, Miró concede a su personaje la fuerza suficiente para que su deseo rompa las barreras que impiden su manifestación.
Sin embargo, lo que nos pone ante la presencia de la determinación inconsciente de su condición de amor es el recurso que escoge Miró para darnos a conocer la modalidad del movimiento amoroso de Carlos hacia Clara. Viene definida aquélla por el hecho de que es el propio Carlos quien, ciego a su propio deseo, de manera insensible, imperceptible a su propia conciencia, a través de sus descripciones enamoradas, induce a su amigo hacia Clara, y a ésta hacia aquél, promoviendo así el enamoramiento de ambos4. El brote de celos que sufrirá Carlos será la sacudida apasionada que le pondrá frente a sus propios ojos la evidencia de su propio engaño, el reverso de un Yo Ideal identificado imaginariamente a la superioridad ética del Artista, y de una voluntad que se quería inocente y desinteresada, guiada solamente por el ideal de la amistad, y de la pureza y la belleza en el Amor5, una voluntad firme en la represión de la realización sensual del deseo6, ya que el artista es casto, por vicioso que sea: llega un momento en que se olvida de que con aquel cuerpo que delante tiene, se puede gozar; se distrae..., se extasía7.
De nada servirá ya la elucidación del verdadero amor de Carlos, frente al de Andrés. Carlos, como tantos otros de los protagonistas que vamos a ir viendo, perdió a su amada al perder el momento en el que debió arriesgar su deseo. La “falta de amor” mironiana encuentra ya en esta primera novela el molde de lo que será en su novelística, respecto al encuentro entre el amante y su amada, la repetición de un destino de imposibilidad que solamente en lo inconsciente encontrará sus claves.
La mujer de Ojeda me interesa también por la frescura de la referencia biográfica que implica, si admitimos lo que expresa el profesor King8 en su investigación citada sobre los primeros escritos de Miró: Nos enfrentamos con una paradoja. La mujer de Ojeda no se basa lo suficiente en la experiencia y la observación. ¿Por qué? Porque es casi pura autobiografía, experiencia sin vivencia. Y, refiriéndose a los dos personajes masculinos, añade acerca de su autor: El que viera en Carlos-Andrés a sí mismo queda tan obvio que es difícil probarlo9.
La inminencia autobiográfica que señala el profesor King, lo inmaculado de la presencia del autor en la definición de la psicología de Sus protagonistas por la falta de una elaboración vivencial que se volcara luego en riqueza y complejidad ficcional, apoyan la hipótesis que he dejado planteada en las páginas anteriores acerca de la tensión interior en la que Miró pudo encontrarse respecto a su propio deseo en cuanto a las mujeres. Encontramos en el análisis del profesor King la dualidad conflictiva entre un deseo que empuja hacia la realización de un goce estimulado por la hipersensibilidad de su temperamento: El libro ... es de un erotismo desconcertante porque en los últimos meses de su noviazgo pensamientos amorosos serían sus compañeros constantes10, y la intensa idealización de una conciencia moral y estética acrisolada en el amor de la familia y la disciplina jesuítica: [El libro es] puritanamente platónico y moralizante porque Miró era un amante puro y un joven de fuertes principios morales11. Esta tensión tan freudiana entre un deseo que se desconoce, y que trata de hacerse reconocer ante una conciencia amueblada de ideales tan elevados como culpabilizadores, y de prohibiciones tan severas como vinculantes para el sujeto que las padece, será el telón de fondo que enmarque la condición de amor de nuestros protagonistas.
Podemos compendiar, pues, ya a partir de este ensayo de novela -tal como su autor subtitula a La mujer de Ojeda-, los perfiles que habremos de encontrar en los protagonistas masculinos de las novelas que siguen (por supuesto, no todos se cumplen en todas las ocasiones ni de las mismas maneras):
* La presencia del Otro (simbólico) y del «otro» (imaginario) en tanto dueño legal de la mujer amada como condición necesaria para que el protagonista pueda interesarse por alguna mujer. Dicha mujer cobra así el valor de "mujer-prohibida" para su enamorado.
* Esta «condición» se juega en una determinada articulación de los registros del amor, el deseo y el goce, que abocan al fracaso en la satisfacción del sujeto. Así, encontramos, por una parte, una hipertrofia del sentimiento amoroso, sometido a las mayores exigencias idealizantes; por otra la imposibilidad de realizar el deseo hacia el objeto de amor, sosteniendo una represión que inunda al sujeto de dudas morales y sufrimiento; y además la desvalorización de la voluntad de goce a la que apunta en última instancia la orientación masculina del deseo por el objeto. Paradójicamente, en lo imaginario del amante, la mujer amada queda escindida en los valores polares de la «mujer-virgen» (idealización), y la «mujer-prostituta» (degradación).
* Esta desvalorización del goce impregna especialmente a aquél que lo realiza por derecho propio, y tiene como escenario inconsciente la rivalidad edípica con el padre. Así, este Otro-paterno viene caracterizado con rasgos de indignidad y demérito, al tiempo otras veces que de fealdad y deterioro físico.
* Sin embargo, el signo de más relieve de esa posición de rivalidad edípica del protagonista (odio al padre / idealización de la madre) es el desfase de edad con la que el autor señala y diferencia al marido (en la ,decadencia de la vida) de la esposa (en la mejor de sus edades).
* La prevalencia del narcisismo, y la hiperestesia estética del protagonista organizan la presencia de una «identificación al artista» que justifica ante sí mismo su ubicación en un rango de cualidad humana superior al resto de los personajes que le rodean, especialmente respecto al marido de la amada.
* La presencia del retorno de lo reprimido tensa conflictivamente el polo del Ideal, apareciendo representado en personajes secundarios, a modo de alter ego inconsciente de lo rechazado por la conciencia moral del personaje protagonista.
1 Alicante, 1901, Imprenta de Juan José Carratalá.
2 Р. 31
3 P. 24 y Carta séptima.
4 P. 278: “No he sido más que el intermediario de unos amores! Conociónme Clara, y cuando apenas en la suave cera de su alma empezó á grabarse mi imagen, la vehemente pintura que yo hacía de la gallardía de Andrés, de su originalísimo carácter, valor y peregrinas facultades, borraría la impresión que en ella pude hacer. Clara creíame superior á los demás, pero al ver que yo quemaba mirra y prestabahomenaje áotro hombre, ardió en deseos vivísimos por conocerle, y su fantasía crearía la imagen de Andrés, como se finge la de Dios.”
5 Por ejemplo, en la p.268; “... Considerábame superior y con rabia noto que en lo profundo de mi Ser se agita el asqueroso reptil de la envidia!”.
6 P. 119: “Confesar que mi amor es absolutamente espiritual, sería ridículo. No te ocultaré que vivir con Clara sería para mí la delicia suma.”
7 P.38.
8 P. 88.
9 P. 92. Efectivamente, esta paradoja -que la verdad se encuentre oculta por lo más evidente- es algo inscrito en la epistemología psicoanalítica desde los mismos tiempos de Freud.
10 Edmund L. King, op cit. p.88.
11 Ibídem.
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