Lo mejor que hizo Freud fue la historia del Presidente Schreber. Se mueve ahí como pez en el agua. [...] No fue a hacerlo charlar al Presidente Schreber. De todos modos, nunca es más feliz que con un texto. Jacques LACAN

viernes, 22 de julio de 2016

CONDICIÓN DE AMOR Y RECURRENCIA TEMÁTICA EN LAS NOVELAS DE GABRIEL MIRÓ. UNA RECURRENCIA TEMÁTICA EN MIRÓ: LA MUJER “PROHIBIDA” COMO CONDICIÓN DE AMOR.

Huyó, pero después de la balanza, la esposa se esconde como madre ... el deseoso que huyó vaga viendo en la esposa la madre ovalada
J. Lezama Lima
El amor es una pasión que consiste en la ignorancia del deseo, aunque no le priva de su alcance.
Jacques Lacan
E. Arroyo, Esperanza y desesperanza de Ángel Ganivet,
1977. Acrílico sobre lienzo, 162x130 cm
La recreación de temas, de paisajes y de personajes en la obra de Miró es un capítulo conocido de la crítica literaria que de ella se ocupa. Tal vez sea uno de sus rasgos más obvios para quien realice una lectura longitudinal. Seguramente lo es más para quienes estamos por nuestra profesión habituados a escuchar en el discurso de nuestros pacientes los efectos de la repetición con la que se define la dinámica de lo inconsciente.
Desde que el psicoanálisis se interesó por las producciones culturales, la literatura se mostró como el campo más afín a una experiencia clínica que se tramitaba toda entera a través de la palabra del sujeto. Los dichos del paciente, el discurso que iba construyendo en el recorrido de su cura, fueron mostrando toda su homología ficcional con la producción literaria, particularmente tal como la conocemos después de Rousseau y el Romanticismo.
A no mucho tardar, los temas literarios, los personajes, los autores, incluso el propio proceso creativo cayó bajo la lupa epistémica de un saber innovador sobre el hombre y lo humano. Un nuevo objeto se proponía al conocimiento en radical ruptura con el cógito del racionalismo cartesiano: la postulación de una actividad psíquica inconsciente. Si esto interesa a la literatura se debe principalmente a dos factores: por un lado, que lo inconsciente se organiza en representaciones al modo de un lenguaje; por otro, que estas representaciones están sostenidas en su perduración y en Su dinámica, por una intencionalidad de goce, una teleología que apunta al logro de una satisfacción que fue experimentada ya en un tiempo pretérito, tiempo de la infancia, y que pugna por su reedición en las demás edades de la vida. Esta condición energética y dinámica que funda la repetición a la que antes me he referido, se refugia en la fantasía inconsciente de las personas, constituyendo allí su coto privado donde poder realizar fantasmáticamente la satisfacción negada por las exigencias de la realidad.
Una consideración tal del psiquismo humano hace del tiempo de su formación el crisol en el que vendrán a conformarse actitudes y comportamientos que tienen su expresión en la edad adulta. Y ese tiempo de formación tiene su espacio privilegiado en el interior de la familia. Es decir, la familia es el lugar agente de la producción de la repetición. A pesar del tópico de célula básica de lo social, la familia no deja de mostrar que es el grupo humano sometido a las más complejas paradojas. A pesar de haber logrado su perdurabilidad en el tiempo a través de distintas fórmulas, como institución, la familia siempre está en el límite de lo imposible. Se espera de ella que logre el acuerdo entre las exigencias civilizadoras de la cultura y la transmisión de los ideales colectivos, por un lado, y por otro, la satisfacción de las exigencias pulsionales que atienen al goce particular de cada individuo y sostienen su vida.
El espacio familiares el marco general de la recurrenciatemática en la doble tipología de la novelística mironiana. La familia está enormemente presente en la obra ficcional de Miró1, no solamente como el marco humano más próximo de la acción de los protagonistas, sino como elemento él mismo protagonista por su valor determinante en los actos y motivaciones de los personajes concretos.
En una primera aproximación descriptiva, la familia aparece en su sentido más extenso: no solamente están presentes los miembros de la familia conyugal, padres y madres, hijos e hijas, hermanas y hermanos, sino también abuelos, tías y tíos, sobrinos y sobrinas, primas y primos, cuñados, nueras, suegros y yernos. Junto a ellos, y en cantidad inferior, pero no menos relevante en muchas ocasiones por sus aspectos cualitativos, encontramos ahijadas, madrinas y padrinos2. Podríamos, incluso, sin forzar demasiado las cosas, dilatar su margen para incluir en esta enumeración toda una serie de personajes secundarios, que toman su aliento y su justificación en las novelas del lugar que ocupan en la confianza otorgada por alguno de los miembros relevantes de la familia.
Así, la familia aparece en toda una gama riquísima de variaciones compositivas y temporales: desde la limitación de la familia nuclear de La novela de mi amigo, apenas rebasada por la presencia de la cuñada, y que Se resuelve en una sola generación, hasta auténticas sagas como la de Serosca, en El abuelo del rey, donde varias generaciones de una misma familia muestran en toda su importancia el recurso literario del linaje, para llevarnos en un recorrido histórico que nos muestre los contrastes en los modos de vida de una ciudad en los momentos de una profunda renovación de sus hábitos centenarios.
Dejemos casi como curiosidad los aspectos descriptivos y cuantitativos". Mi análisis quiere centrarse en la cualidad de las relaciones que se ponen en juego entre algunas de estas categorías familiares. Es en ello en lo que creo encontrar el papel relevante que la familia desempeña en la temática mironiana.
Es ya un tópico cultural de nuestros días decir que, para el psicoanálisis, la familia es la familia «edípica». Es decir, es la familia en la que se dan las condiciones para el surgimiento del sujeto humano en tanto que «sujeto deseante». Esto implica la contradicción que Freud supo reconocer como condición humana, y sobre la que fundó el edificio teórico de su disciplina: el ser humano, en tanto ser hablante, es decir, en tanto atravesado por las exigencias de la civilización, es un ser radicalmente en conflicto entre su propio deseo y la “defensa” que él mismo le opone. La familia «edípica» es, entonces, y más allá de lo anecdótico, la que organiza las modalidades en las que el deseo y la ley se articulan en lo particular de cada subjetividad. El sujeto, en tanto resultado de la respuesta particular que da a este dilema de apetencia de goce y exigencia de renuncia, es el «sujeto dividido» en su psiquismo por la presencia de lo inconsciente, en tanto alteridad a la conciencia de sí en la que se reconoce el yo. Allí juega su baza enigmática la insistencia del deseo.
Inscrito en esta lógica, el protagonismo de la familia en las novelas de Miró viene exigido como espacio necesario tanto para la credibilidad del personaje en sus novelas más intimistas, como para la de la ciudad en sus novelas corales. La familia en Miró constituye ese lugar medial que, a modo de embrague, articula los dos términos de su doble tipología novelística. Entre la «razón individual» de las novelas con un sujeto central, y la «razón social» de aquellas otras con un sujeto colectivo, está la «razón familiar» con toda su potencia constituyente de los destinos personales de sus miembros. Esta posición nodal de la familia nos permite dar cuenta de la recurrencia que encontramos en sus novelas en la temática de los personajes masculinos principales respecto a las elecciones que realizan de sus objetos de amor.
Es esta cualidad estructurante de la familia, más allá de la peripecia psicológica que modelará la subjetividad de cada individuo, la que encontramos con toda su potencia dramática atravesando las diversas novelas de Miró a las que voy a referirme. Sus personajes sufren de ella como una fuerza ciega del destino que les aparta de su objeto amado. La “falta de amor”, que alcanza resonancias metafísicas en el conjunto de la obra mironiana, encuentra su caracterización más humana en las condiciones inconscientes que determinan la elección de los objetos de amor de sus personajes. Podríamos afirmar que Miró, al ilustrar ese desamor esencial en el ser humano, encuentra que el terreno en el que mejor puede hacerlo, digamos el «terreno de elección», es aquél en el que el psicoanálisis desveló la prohibición primordial que funda la cultura y su malestar inherente: la familia, y su basamento en el tabú del incesto en tanto regulador e institucionalizador de la sexualidad humana. Esta perspectiva de referencia inexcusable para la sexualidad adulta que tiene la familia es la que me interesa dejar explicitada como marco de lo que sigue, que será propiamente el campo de aplicación de mi trabajo crítico. Pero, antes, hagamos un breve recorrido por la biografía de Miró en este punto3.
Decir que la vivencia de la familia fue algo esencial, y esencialmente amable, en la vida de Gabriel Miró deja de ser una vaguedad en cuanto recorremos su biografía4, y la comparamos con el estándar de su épocas. Y eso que la de Miró es una biografía silenciosa, casi inexistente como parece haber sido su voluntad de que así llegara a ser6. Si su biografía “literaria” presenta todos los relieves propios de los avatares de la creación de su obra, su biografía “vital” -valga la redundancia- presenta un “biograma” casi plano. Esta primera característica del conjunto de su existencia, la diferencia entre estos dos registros biográficos, nos pondría ya ante la presencia de una desvitalización sublimatoria de considerable intensidad, presente desde sus primeros años.
Visto en perspectiva, la infancia y la juventud de Miró se corresponden casi punto por punto con lo esperado para el hijo varón de una familia de la clase media española del último tercio del siglo XIX7. Si el niño Miró toma alguna particularidad es porque nos es presentado con una intensa vida interior, desde muy temprano, con la que parece haber hecho frente a la enorme sensibilidad con la que percibía el mundo, un mundo áspero, hostil, ingrato. No me cabe duda de que esta percepción del mundo tiene mucho que ver con el mirador desde el que era espectador y, solamente en tanto tal, partícipe: el hogar familiar, que acoge y protege con el manto del amor y la confianza —Hogar es familia unida tiernamente y siempre-8. Una visión intensamente idealizada que perdurará durante toda su vida sin solución de continuidad -Miró ha sido toda la vida hombre de hogar. Primero, el de sus padres; luego el propio9-, y que no podía por menos de contrastar con el exterior, la calle, los otros10. Esto fue así de niño, pero también de adulto. Si para Miró niño, los “otros” siempre le fueron presentados bajo el rasgo de su potencial peligrosidad11, de adulto encontramos en su correspondencia la presencia de una queja que se infiltra permanente sobre sus condiciones de existencia, y que no parece corresponder en absoluto con la “objetividad” de lo que fue su vida cotidiana. Gabriel vivió en la alteridad de su hermano Juan lo que es una existencia orientada vitalmente. El amor que siempre le tuvo, a pesar de las razones que habría habido para su ruptura, así como su admiración infantil nos muestran la renuncia de aquello que Gabriel nunca podría afrontar ni gozar de la vida.

Varios son los rasgos que confluyeron en el niño Miró para que la disposición protectora de la familia se orientara e intensificara hacia él: la precariedad de su salud infantil12, la delicada belleza de su rostro, su extremada sensibilidad, su disposición a la fantasía, su actitud confiada y cariñosa hacia los suyos... El conjunto familiar compone un cuadro idílico, hermoso paraíso13 en el que transcurren sus primeros siete años. Incluso la enfermedad que decidió a la madre a trasladar su residencia a la campiña oriholana sirvió para que Gabriel, apartado de su hermano, pudiera vivir intensamente entregado a la exclusividad de los cuidados de su madre14.
La vida familiar de Miró fue, pues, intensa en los sentimientos jugados por los integrantes del hogar —incluidas las tres personas del servicio doméstico, muy particularmente Nuño el Viejo, su criado-, y también extensa en el tiempo dedicado a ella. Todo ello dejará su impronta indeleble del lado de la memoria de una vivencia de plenitud, a partir de la cual el resto de sus días no podrían ser más que pura pérdida. La fijación en esta vivencia de goce infantil pareciera estar en la base de la recreación en la hora de la formación de su propia familia de aquel ambiente original.
No es de extrañar, pues, el efecto “traumático” de su experiencia de internado en la gélida rigidez del colegio de los jesuitas. Es fácilmente imaginable la vivencia melancólica que aparece en la conciencia de Miró como primeras tristezas estéticas15. Su acentuación, y una dolencia reumática terminarían de hacer insoportable la separación para ambas partes, y así será restituído al gozo del hogar-Otra vez el cariño y la ternura de los padres recibido sin horario ni reglamento-16. Parece difícil exagerar la presencia de esta corriente cariñosa en la economía libidinal del niño Gabriel. Pero también del adulto, quien ha pasado sin solución de continuidad de un hogar a otro, del paterno al propio, conservando el elemento más precioso del primero en el segundo: su madre17. Podemos sintetizarlo en esta apreciación de su biógrafo cuando compendia lo que ha sido su vida afectiva al filo de los cuarenta años: Ha gozado de un cupo de ternura mayor del que la vida suele consentir18. Este plus de goce infantil bastaría para hacer comprensible el rasgo de carácter más estable de Gabriel Miró: su vocación de ser niño19. Esta marca de “lo infantil” en la vida adulta de Miró es reiterada por Carpintero en otras ocasiones para dar cuenta de aquello que pudiera explicar sus conductas más caprichosas o sorprendentes20. Tal vez no sea casual que la novela que se tiene por más biográfica de su autor se titule Niño y Grande21, sintagma de la persistencia de aquel primer tiempo de la vida que insiste sin reabsorberse bajo la capa de funciones yoicas que conocemos como “edad adulta”.
Del lado del sufrimiento tenemos un dato particularmente valioso que testimonia de esta posición subjetiva de Miró frente a la vida. Vive inmerso en su trabajo y en la placidez de su reclusión familiar22. Cuando tiene veintinueve años muere su padre en el mismo momento en el que logra el reconocimiento público de su arte a través del premio “El cuento semanal”. Lleva siete años casado, y ya han nacido sus dos hijas. ¿Cómo vive Miró esta pérdida?23 ¿Cuál es la emoción del padre muerto?. La nombra con una palabra de potente resonancia freudiana: desamparo24. Ese amor paterno-filial, que tanto supuso para Miró, encuentra en la conferencia de Gijón un lugar para dar cuenta de su momento crucial a través del ejemplo de Cristo, el momento de la orfandad, contra la que se revela todo su ser de hijo. Porque el desamparo del hijo no viene de la orfandad impuesta por la muerte biológica del padre, sino por la orfandad subjetiva, la que priva del padre cuando aún se necesita de su presencia, de su sostén, de su acogida:
El Padre que tanto amó calla invisible en el cielo gozoso de primavera. Y la lengua del Señor, estrujada de sed, le grita: Por qué me has desamparado! Desamparo humano. Todo humanidad para sentir, para padecer, aunque en sus cimas residiese la divinidad.
Freud nombra así -hilflosigkeit- lo que será el troquel de las posteriores vivencias de angustia, y lo que es la condición esencial de la criatura humana, su posición central de “hijo”en tanto plenamente a merced de los cuidados del otro para sostener su existencia25. Como todo en las relaciones humanas, los cuidados y las atenciones de los padres a sus retoños se mueven entre el exceso y el defecto26. En el caso de Miró hemos visto su situación privilegiada en este sentido, situación en la que hemos de incluir el comportamiento cariñoso de su padre, de quien Gabriel recuerda una imagen amorosa27, que parece alejarse decididamente del estereotipo finisecular del diecinueve28. El mimo en el que el niño Gabriel vivió su infancia tiene en este amoroso comportamiento paterno el colofón de un amor materno incondicional hasta el final de sus días29. El recuerdo de Miró de ese adelantarse del padre a la madre en las visitas semanales al internado de sus hijos, para besarlos antes, no parece corresponder a un amor resultado de las circunstancias, como asignaba G.Droz al amor paterno de final de siglo30. Esta imagen del padre de la bondad y el amparo del hijo es la buena nueva que trae el Nuevo Testamento respecto al Antiguo. Y es precisamente el hijo, Jesús, quien «hace» al padre según esos atributos:
La buena nueva que ha de sembrar años después se cifra en la proclamación de Dios como Padre nuestro. Dios ya no es Jehová terrible. Se transfigura el concepto divino.... Únicamente Jesús le infunde un sentido profundo de ternura. Dios será ya el Padre que no se olvida de los lirios del valle ni de las avecitas de los campos y da al hombre el pan de cada día.
Me parece muy pertinente la articulación que hace Freud entre el «mimo» que los padres dispensan a sus hijos y la vivencia de «desamparo», para poder acercarnos a la comprensión de ese rasgo tan definitorio del carácter de Miró31:
El «mimo» del niño pequeño tiene la indeseable consecuencia de hacerle poner por encima de todos los demás peligros el de la pérdida del objeto -del objeto como protección contra todas las situaciones de desamparo-. Favorece, por tanto, a la permanencia en la infancia ala cuales propia el desamparo, tanto moral como psíquico32.
Pero la vivencia de desamparo también nos ayuda a situar la pasión intelectual y estética del niño Gabriel por lo religioso, sus figuras y su mensaje de amor ecuménico. En esta ocasión, articulada con la significación infantil de la figura del padre, Freud nos dice:
En cuanto a las necesidades religiosas, considero irrefutable su derivación del desamparo infantil y de la nostalgia por el padre que aquél suscita, tanto más cuanto que este sentimiento no se mantiene simplemente desde la infancia, sino que es reanimado sin cesar por la angustia ante la omnipotencia del destino. Me sería imposible indicar ninguna necesidad infantil tan poderosa como la del amparo paterno. ...La génesis de la actitud religiosa puede ser trazada con toda claridad hasta llegar al sentimiento de desamparo infantil33.
El rasgo infantil que vengo comentando, que permaneció en la personalidad de Miró a lo largo de los años, y que ahora ya podemos remitirlo a la intensidad y la perduración de la afectividad familiar en la que vivió siempre, cobra toda su referencia edípica en las palabras con las que H. Carpintero describe cuál fue la posición de Miró durante toda su vida en el entramado imaginario y simbólico de las relaciones familiares en su hogar propio y en su hogar de origen: Mejor sería decir que siempre ha sido el niño grande de su casa, entre la ternura de la madre, de la esposa y de sus dos hijas. Siempre ha sido un poco el hermano mayor de sus hijas, y el hijo mayor de su esposa y de su madre34.
Creo que hay que situar en este contexto de amor y sensibilidad femenina el único episodio que, a modo de arritmia biográfica, destaca en el perfil plano de la biografía de Miró. Se trata del supuesto episodio de infidelidad matrimonial. Muchos elementos hacen que este episodio difícilmente pueda ser abordado por los estudiosos de su vida y su obra. No son los menores la falta de distancia temporal con la persona, y la idealización del personaje de quien ha vivido una vida irreprochable en lo privado y admirable en lo artístico. Sin embargo, en tanto este punto biográfico hace al centro de nuestro tema, no puedo obviarlo aun siendo incierta su veracidad.
Lo hemos ido viendo. Hay una particularidad en la vida familiar de Miró, un punto de insistencia que colorea su atmósfera hogareña a lo largo de los años: la presencia de lo femenino35. De la madre a la mujer, la vida sentimental de Miró aparece en una continuidad que sugiere arrancar de una raíz común, garante de su estabilidad y permanencia. La “novela familiar” de los Miró incluye en este punto un dato nada despreciable acerca de la “prehistoria” de la elección amorosa de Gabriel:
Olympia Miró conservó una tradición familiar según la cual su padre, cuando tenía cuatro años, fue llevado a un baile infantil de disfraces. Allí conoció a una niña de su misma edad, naciendo entre ambos una de esas avasalladoras amistades de niños. Generalmente duran poco, sustituidas por otras que se inician con igual ímpetu. Pero esta amistad se mantuvo. Gabriel y Clemencia continuaron siendo buenos amigos36.
Sea como fuere, a los trece años es su novio, formalizando la relación tres años después. Cuenta, pues, Gabriel con dieciséis años. Seis años más tarde será la boda37. Cuando un primer amor, que es un amor de la primera infancia, muestra su afirmación en un recorrido de tamaña fidelidad, no parecen caber muchas dudas acerca de la Superposición de lo exogámico sobre lo endogámico. El ideal del amor materno, presente de manera omnímoda en tan temprana edad, debió de modelar la elección amorosa de la mujer en una continuidad de identificaciones imaginarias.
Pero si esto bien pudo ser así en el registro del amor, pudo ser diferente en la vertiente del deseo38. La explosión de erotismo finisecular -más real en el mundo del arte y de las clases altas, que en lo cotidiano de la vida de las personas-, pone sobre el tapete el déficit de amor presente en las relaciones entre los hombre y las mujer de la época. La desconfianza del varón acerca de la libertad social y personal de las mujeres, su posición de enorme preeminencia, y su paternalismo hacia el mundo femenino, al tiempo que las postergaba en todo lo social, alimentaba una profunda desigualdad sentimental entre los sexos que cegaba las posibilidades del Sentimiento amoroso, así como de unas relaciones afectivas genuinas y gratificantes39.
Más allá de los usos del momento, Freud caracterizó la modalidad masculina de la vida sexual por cierta incompatibilidad entre la elección del objeto de amor y el objeto del deseo. Su enunciado -Si las aman, no las desean, y si las desean, no pueden amarlas- explicita en todo su rigor la dicotomía estructural en la que se mueve el varón respecto a su relación con el otro sexo. El goce sexual podrá encontrar trabas decisivas para su realización si se encuentra con la intensa idealización que puede revestir al objeto de amor elegido. Por el contrario, el objeto deseado, pero no amado, posibilitará la realización sexual sin la sombra de la culpa fantasmática del incesto. La modalidad y la intensidad que tome en cada cual la dualidad de esta disposición masculina, marcará decisivamente las posibilidades de fidelidad respecto a la pareja elegida.
Parece indudable que Gabriel Miró poseía cualidades sobradas para interesar a las mujeres. De su agradable porte personal40, tenemos la descripción de José Mo Pi Suñer, que le califica como hombre profundamente atrayente, y ejemplar de primer orden en lo referente al contacto humano. Si a ello añadimos como rasgos de su carácter aquella falta de malicia, su aguda sensibilidad, su alegría, su contento, y su permanente emoción artística, no es de extrañar que Pi Suñer no dudase de las posibilidades de seducción que Miró podría tener sobre las mujeres: No le seguí en ninguna andanza sentimental, pero, es seguro que tenía grandes condiciones... Es probable que en aquella ocasión, ya adolescente -espigado, guapísimo41-, al acusar la belleza de la madre de su amigo, algo incipiente de esas condiciones de Miró se pusiera en juego, y se le hiciera evidente de pronto a aquella hermosa y joven madre manchega, de modo que, ruborizada tras pretender besar como a un niño al amigo de su hijo, sintió la necesidad de explicarse ante su marido, diciendo: ¿Dónde estará ya su inocencia42.
El profesor Edmund L. King, sin querer entrar en más detalles, lo dice de la siguiente forma: Parece que todas las mujeres que conocían a Miró se enamoraban de él43. O, también: Gabriel, incluso cuando estaba Silencioso, magnetizó durante toda su vida a las mujeres con su buena figura y fino rostro44. Precisamente han sido las minuciosas investigaciones que realizó el profesor King las que han hecho inevitable a los biógrafos de Miró poner sobre el papel este episodio45. Preguntándose por qué Miró no atendía personalmente sus asuntos en Alicante, durante los años de su estancia en Barcelona, y soportaba las complicaciones que le aportaba la gestión de su hermano, King concluye que aquél no se atrevía a viajar a Alicante. La razón: Cierto marido alicantino, creyendo que Miró había tenido relaciones amorosas con su esposa, le amenazaba de muerte46. Y nos da su interpretación: Pese a las apariencias, es probable que los amores, a lo menos desde el punto de vista de Miró, fuesen puramente platónicos47.
Sin duda el testimonio más concluyente es el de Óscar Esplá, quien califica de excéntrica aventura el hecho, aunque no deja de ser enigmático por su brevedad:
Cayó en un lance amoroso, impulsado por un singular complejo de caballerosa generosidad. Correspondió al amor de una mujer casada porque le parecía horrendo el desaire, y le tuvo compasión48. Estoy seguro de que con todo rigor moral no dejó de serle fiel a su esposa, a la que adoraba. No debo internarme más ni insistir en este malhadado tropiezo sentimental. Cuando le descubrí el desliz, y le previne con tiempo de su riesgo, se enfadó; me llamó espía vergonzante y otras cosas peores.
Por su parte, la interpretación de Carpintero, quien reconoce no haber presenciado los hechos, integra ambas consideraciones: primero, seducido en su narcisismo por el fervor de lectora de su amiga; después apiadado y comprensivo de la desventurada esposa, impera la ternura y el cariño sobre cualquier otro sentimiento49.
Hasta dónde pudo llegar Miró en este asunto amoroso, si llegó o no a Su realización sexual, no es lo decisivo para Sostener mi argumentación. Lo que pretendo es situar la trama deseante en la que nuestro escritor se movía respecto al mundo femenino, para poder entender mejor la fuente inconsciente de la recurrencia temática que nos ocupa. En su conjunto, se podría plantear que Miró pudo fácilmente sentirse sometido a la tensión psíquica de la presencia enamorada y de la llamada amorosa de «la mujer prohibida», la mujer del Otro -tema recurrente de ámbito más general en las novelas de Miró que aquellos del “adulterio” o la “esposa desamada”-, núcleo tensional, entonces, a cuya elaboración psíquica correspondería la elaboración estética que tiene como producto ficcional al protagonista masculino de su respectiva novela". De ahí las subtitulaciones que he escogido para significar cada epígrafe dedicado a cada una de ellas: frente a una misma determinación fantasmática del lado del autor, del lado de la obra las distintas novelas abordarían, a través de la psicología amorosa de su personaje central masculino, diferentes modalidades para manejarse con la repetición a la que apunta la insistencia del deseo que escenifican.
Precisamente fue a través de la constatación de la presencia reiterada de determinados requisitos que había de cumplir la mujer para poder movilizar el deseo de los hombres, como Freud pudo llegar a la universalización de la presencia de una «condición de amor» inconsciente como exigencia en la vida amorosa de las personas. A partir de aquí, y teniendo como fondo el crisol biográfico de la familia, el psicoanálisis constata que, a pesar del tópico, no vale cualquier mujer para el amor del hombre. La mujerelegida será aquélla que cumpla una condición particular al Sujeto que la elige.
Freud inicia su trabajo concreto sobre la psicología amorosa en 191050, con un texto acerca de algunas de las condiciones de amor particulares de los hombres. En él, Freud aísla cuatro «condiciones de amoro» ligadas a la posición masculina, las dos primeras referidas a las exigencias que debe cumplir el «objeto», y las dos segundas a las peculiaridades de la conducta del sujeto con aquél, su objeto de amor. Denomina a las dos primeras: el perjuicio al tercero, y el amor a la prostituta. A las dos segundas, presentes en distinto grado de necesidad: la fidelidad incumplida y la intención redentora. Efectivamente, encontramos la constelación edípica: la madre como objeto primordial; el padre como objeto del deseo de la madre; el padre en su función interdictora, y el sujeto en posición deseante. Me referiré a la primera «condición de amor» que Freud pudo aislar. La nombró como el «perjuicio al tercero». Me he centrado en ella porque será la que termine mostrando su dominio de universalidad sobre cualquier otra entre las que competen al hombre. Brevemente expuesto, diré que se trata de que la mujer elegida debe pertenecer de alguna manera a un tercero, el cual tiene alguna suerte de derecho sobre ella. Es, pues, la «mujer del Otro». Esto la hace ilegítima para sus pretendientes, mientras que, simétricamente, la convierte en “Valiosa”, es decir, posee el estatuto de ser un “bien”, para aquél que detenta el derecho. Indudablemente, se convoca aquí a la figura inconsciente del padre. Sin embargo, este tercero perjudicado no necesita tener un rostro concreto. Hay que subrayar que no Se trata de lo imaginario que se juega en el drama de los celos entre dos rivales. El tercero simplemente es necesario para que instituya en lo simbólico de su función ese derecho sobre el objeto amado, haciéndolo “prohibido” para el resto de los demás.
Con esta referencia teórica y estas premisas, intentaré abordar la condición de amor que encontramos reiterada en los personajes masculinos centrales de diez novelas de Gabriel Miró. Se trata de trabajar la recurrencia temática mironiana del desencuentro entre el hombre y el amor a la mujer a partir de la consideración de esta presencia de una “condición de amor” estable en estos sujeto ficcionales, condición que los determina en la orientación de su elección hacia aquellos objetos que se encuentran caracterizados como «prohibidos» por alguna razón.
He considerado para ello las siguientes novelas de Miró51: La mujer de Ojeda (en adelante OD), El Hijo Santo (en adelante HS), La novela de mi amigo (en adelante NA), La palma rota (en adelante PR), Las cerezas del cementerio (en adelante CC), Los pies y los zapatos de Enriqueta (en adelante PE), Dentro del cercado (en adelante DC), Niño y grande (en adelante NG), Nuestro padre San Daniel (en adelante SD), El obispo leproso (en adelante OL), novelas que abarcan las tres décadas en las que se desarrolla la obra completa de su literatura52.


1 La familia como argumento es un lugar común en la novelística de las décadas del cambio de siglo. Y como el matrimonio es el nódulo de la familia, podemos decir otro tanto de éste. No es, pues, un tema particular de nuestro autor en sí mismo. Otra cosa sería considerar la reiteración interna a la propia obra del autor, y el rango que ocupa en ella.
2 Incluso “padrina”, en la cancioncilla popular infantil de Dentro del cercado.
3 Aunque me parece éste el lugar apropiado de mi exposición para insertarlo, sin embargo no tomará todas sus sugerencias hasta que el lector haya recorrido las páginas que dedico al análisis de las obras de nuestro autor.

4 Seguiré aquí esencialmente el trabajo biográfico de H. Carpintero ya citado. Utilizaré sus datos, que no sus interpretaciones, impregnadas de amor reverencial.
5 Seguiré aquí, para la situación concreta de España, los estudios de Rafael Núñez Florencio, Tal como éramos. España hace un siglo (1998), y Amando de Miguel, La España de nuestros abuelos. Historia íntima de una época (1998). Para la situación global de la Europa finisecular, los estudios de Ariès y Duby, Historia de la vida privada. De la Revolución francesa a la Primera Guerra mundial (1989), y Lloyd de Mause, Historia de la infancia, (1982). Las referencias completas pueden verse en la bibliografía final.
6 «Yo no tengo biografía gracias a Dios y a mí», en H. Carpintero, op. cit. p.372.
7 Cfr, el estudio citado de Rafael Núñez Florencio, pp.116-120.
8 Es la imagen que podemos leer en los cuatro primeros párrafos de “El reloj”, en Corpus, y otros cuentos, O.C.p.91.
9 H. Carpintero, op. cit. p.247.
10 La presencia cotidiana de la enfermedad en la infancia, la distancia en el trato personal con los padres, y la dureza general de la vida-sobre todo para las clases obreras-, hacían que la infancia -“triste y frágil” más allá de la lactancia- no existiese propiamente en el sentido actual, y mucho menos con la idea de “paraíso” con la que la visión adulta la falsea (Cfr. A. De Miguel, 1998).
11 H.Carpintero, p.34.
12 Ya su nacimiento fue en estado de semi-asfixia (“Introducción biográfica” de E.L. King, en Sigüenza y el mirador azul y Prosas de «El Ibero», 1982, p.23).
13 H.Carpintero, p.25. o" Mayor importancia adquiere este pasaje si nos atenemos al testimonio según el cual la predilección de los padres, y particularmente de la madre de Gabriel, siempre estuvo depositada en su hijo primogénito Juan (Cf. E.L. King, 1982, pp.22 y 23).
14 H.Carpintero, op. cit, p.31.
15 Ibídem, p.33.
16 “A pesar de su especial predilección por Juan, primogénito y más semejante a la madre en temperamento, doña Encarnación se atendría a Gabriel durante toda su existencia” (E.L.King, op. cit. 1982, p.23).
17 H.Carpintero, op cit. p.247.
18 Ibídem, p.21. Es ocasión de señalar aquí lo frecuente de la presencia en la literatura de Miró de los niños, y los personajes jóvenes, hecho bastante poco habitual en la literatura del fin de siglo (Cfr. A. De Miguel, 1998).
19 Pp. 197, 198, 247, 248, 249.
20 Así, «niño y grande», se define él mismo por boca de Sigüenza (Sigüenza y el mirador azul, p.105).
21 “Aquella serena felicidad sólo se desasosegaba cuando alguien de su familia sufría la más pequeña enfermedad o molestia.” H. Carpintero, op. cit. p.75.
22 “El padre, que es un patriarca, reina como un dios en el tabernáculo de su casa. ... Por eso mismo, la muerte del padre es, de entre todas las escenas de la vida privada, la más imponente, la más cargada de tensión y significación. ... Como tremenda fractura económica y afectiva de la vida privada, la muerte del padre es el acontecimiento que disuelve la familia, el que hace posible la existencia de las otras familias y la liberación de los individuos.” P. Ariès, y G. Duby, op. cit, pp. 134-137.
23 H. Carpintero, op. cit. p. 124.
24 V. Ramos -op. cit. p.63-recoge en cita el comentario de Figueras Pacheco acerca de una de las consecuencias que tuvo para Miró la muerte de su padre en 1908: «tuvo que salir de cuando en cuando de su castillo roquero para parlamentar con gentes que, en otro caso, no se habría acercado nunca (...)"
25 Cfr, el capítulo 10 de Historia de la infancia, de Lloyd deMause, ed. Alianza, Madrid, 1982.
26 H. Carpintero, op. cit. p.342.

27 Leemos en El humo dormido, O.C. p. 676: “... mientras el correo resollaba muy gozoso porque nos traía al padre. ... Desde la escalera de granito desnudo oíamos el pisar reposado de mi padre, que esperaba en los claustros para besarnos antes. Era muy tasada la visita de esa noche - y es la que más limpiamente sube del humo dormido. Nos vemos muy hijos ....”

29 E.L. King resalta esta actitud amorosa y atenta del padre de Gabriel para con sus hijos, en contraste tanto con los usos de su tiempo –“No así don Juan, quien informaba siempre a sus hermanas Concha y Teresa de cualquier incidente relativo a los dos muchachos”-, como con la preferencia materna hacia el hijo mayor -“mostrando, como contrapeso a la actitud materna, una especial preocupación por Gabrielín.” (1982, p.23)
30 Quiero insistir en el lugar particular que concede Miró en este recuerdo, el más vívido de su memoria, a la figura del padre. Es indudable que a lo largo de todo el siglo XIX aumenta enormemente la sensibilidad social y familiar sobre la infancia. A pesar de ser muy significativas las diferencias nacionales con las que se llega al final del siglo, el hijo ya ocupa el centro de la vida familiar. Incluso, “el padre comienza por vez primera a interesarse en forma no meramente ocasional por el niño, por su educación y a veces incluso ayuda a la madre en los quehaceres que impone el cuidado de los hijos” (Lloyd deMause, p.89). Pero sin duda, el padre sigue siendo dueño y señor no solamente en lo social, sino también en lo privado, hasta el derrumbe de su potestad tras la Segunda Guerra Mundial. Y el hijo es considerado por aquél básicamente como la perpetuación del apellido, el heredero, el porvenir. En tanto tal, el hijo está en esa zona límite entre el amor familiar y el interés colectivo. Así, pues, en cuanto despunte su “razón”, el padre hará valer los intereses sociales en lo privado del hogar. La excepción a ese control patriarcal, es el ámbito familiar, especialísimamente la primera infancia de los niños, campo enteramente feminizado, donde la madre lo ocupa todo hasta el momento del colegio, o del aprendizaje del oficio. En su conjunto las relaciones familiares en la España del fin de siglo las describe Amando de Miguel de la siguiente forma: “Si las relaciones entre los esposos eran poco efusivas, las de los padres y los hijos destilaban sumisión” (p.135), siendo mucho más cálida la relación afectiva del hijo con la madre que con el padre.
31 Nos dice H. Carpintero (pp.347-348): “Miró careció de voluntad combativa. ... Vivía «protegido» por el cariño de sus padres. Paseaba con ellos o bajo la custodia de Nuño el Viejo, junto con su hermano, que era fuerte y revoltoso ...). Cuando, a los nueve años, fue llevado al internado y se encontró sin padres y rodeado de chicos, sufrió indeciblemente, y su continua tristeza terminó por enfermarle.”
32 Inhibición, síntoma y angustia, O.C. p.2880.
33 El malestar en la cultura, O.C.p.3022.
34 H.Carpintero, op. cit. p.247. Llama poderosamente la atención este párrafo por el aire ingenuamente incestuoso que lo inunda, efecto en el lector sin duda muy lejos de la intencionalidad de su autor. Pareciéndome como me parece muy coherente esta apreciación con el conjunto de la descripción que hace de la vida de Miró, pienso, por el contrario, que no se sostiene por ello la interpretación de H. Carpintero acerca de lo patriarcal de la posición que llegó a tener Miró en su familia (pp.317, 329, 330, 350), por más que a éste le gustara imaginarse en ese papel de padre/ suegro/abuelo. Más bien, el hecho de que -igual que Víctor Hugo-, Miró cambie la pluma por la contemplación extasiada de su nieto, habla más bien de la progresiva “feminización” del padre de familia, que va quedando incluido en la corriente de intercambios afectivos familiares que son el patrimonio de la mujer del hogar. En este sentido, no habría que olvidar lo atípico del modelo paterno que Gabriel tuvo en la actitud cariñosa de su padre hacia él y hacia su hermano. E.L.King insiste en “la actitud de afecto casi maternal que ya hemos visto en Don Juan Miró y Moltó para con su hijo menor” (op. cit. 1982, p.40).
35 “La casa de Gabriel Miró fue esencialmente femenina, por lo que Miró vivió en ella como un niño grande mimado por cuatro almas de mujer.” H. Carpintero, op. cit. p.75.
36 H. Carpintero, op. cit. pp.56-57. -
37 A pesar de que con el comienzo del siglo XX se va retrasando el momento de la boda, el tiempo de noviazgo de Miró y Clemencia se corresponde con la duración al uso, habida cuenta de la complicación de los convencionalismos que encorsetaban la relación formal de los enamorados (Cfr. A. De Miguel, op. cit. 1998).
38 E.L. King recoge la opinión contrapuesta de dos testigos de la infancia de Miró. “En opinión de Manuel Lorenzo ... el joven Gabriel ... puso su pensamiento, durante una cierta época de su vida, en otras muchachas. No obstante, don Eufrasio Ruiz ... opinaba que Gabriel ... jamás vaciló en su exclusiva y siempre creciente devoción, sentida desde la infancia, por Clemencia.”Y concluye el profesor King: “La opinión de don Eufrasio está de acuerdo con los rasgos generales del carácter afectivo de Miró.” (1982, p.36). H. Carpintero, por su parte, considera que “fue Elena Bellver el primer amor de Gabriel”p.36-, y que —p.37-“siempre acompañó a Gabriel el puro recuerdo de aquel primer amor.”
39 Núñez lo describe así: “No hace falta insistir: erotismo y matrimonio son términos incompatibles. La esposa debía ser una mujer honesta y por tanto ignorante en todo lo relativo a la sexualidad. El marido tampoco le iba a pedir en ese aspecto gran cosa, sólo que se dejara hacer. La consumación matrimonial tiene lugar sin el más mínimo recurso a la fantasía, a las caricias, a la sensualidad. La mayor parte de los hombres no ven desnudas a sus propias esposas. La función de la sexualidad en el matrimonio es traer hijos al mundo. Nada más. ... Los señores más respetables buscan en las prostitutas las especialidades más de moda ... Mientras tanto, la legítima, «la santa», mira hacia otra parte, y hace como que no se entera. Le han educado en la Sumisión, en la pasividad, en la resignación”. (P. 219).
40 “Tenía unos ojos azules, tan claros, que no se sabía siquiera, si verdaderamente eran azules. Eran unos ojos grandes, redondos, obsesionantes. Las líneas de sus facciones, muy regulares, y tenía una bella cabellera, más bien rubia.” Citado en H. Carpintero, p.356. Habría que añadir su voz hermosa (señalado en E.L. King, 1982, p.30).
41 Según testimonio de doña Gloria Giner de los Ríos. Para mayor abundamiento, tenemos el testimonio de otro hombre, Francisco Figueras Pacheco, quien le describe así en aquella época de adolescente: “Era un guapo chico. Silueta gallarda, buen color de cara y ojos claros, llenos de expresión. ... Persona e indumentaria coincidían en pulcritud. Sus ademanes todos revelaban distinción ...” (ambos recogidos en E.L. King, 1982, pp.30, y 53-54. Las cualidades artísticas y morales de Miró a los veintiún años vienen descritas en p.83, y pueden resumirse en la frase “No puede ser más noble”.).
42 HD, p.684. Hay que tener en cuenta que, por aquel entonces, Miró ya tenía en Alicante a su novia Clemencia.
43 Edmund L. King, “La estética mironiana en el humo dormido”, introducción crítica a la edición de El humo dormido del Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, Alicante, 1991.
44 E.L.King, 1982, p.37.
45 “Ramos la silencia en su biografía. Guardiola alude a ella con evidente ligereza”, y Carpintero -añado yo- la recoge con evidente disgusto, descargando su malestar contra la infatigable pesquisa del profesor King. Cfr, H.Carpintero, op. cit. pp. 175-178. En su último libro sobre el escritor (1996), V. Ramos confiesa su voluntario silencio Sobre el hecho, del que tenía conocimiento “tanto por la viuda como por la hija mayor”, y recoge los datos sin añadir mayor comentario personal. (Cfr, op. cit. pp.350-351).
46 P. 40.
47 Ibídem.
48 Argumentación muy similar a la de Félix, en CC, para dar cuenta de su comportamiento con la hermosa dama que era la esposa de Giner: “él la quería, no por hermosa, sino por criatura desventurada.” CC, p.302.
49 P.177.
50 FREUD, Sigmund, Sobre un tipo especial de elección de objeto en el hombre, O.C.T.I.I.
51 La mujer de Ojeda tendrá un tratamiento particular, ya que sin poder considerarla en el mismo nivel de análisis que las demás, no puedo obviar el innegable interés que tiene para el conjunto de esta investigación.
52 De este grupo destacaría la exclusión de El abuelo del rey, novela en la que el predominio del tema generacional y del linaje, ligado al ambiental, la alejan de nuestro campo de interés. Sin embargo, no podemos olvidar lo truncado de los amores de Agustín 2° y Agustín 3°.






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