Mujer leyendo Jacques Émile Blanche 1906 |
Si hay una novela en la que el peso de la elección de esposa haga sentir la infinita amargura del error irreparable, diría que es la que narra el drama existencial de Federico Urios, el pintor de NA. Porque el drama familiar de Federico tiene su pecado original en la cobardía que le arrebató el timón de su vida en el momento mismo de establecer su noviazgo. “Dejadez” e “indiferencia”1 son débiles recursos para oponerlos a un deseo decidido2.
Miró nos lo presenta envuelto en un universo femenino -madre, suegra, esposa, cuñada, hija- del que no podrá zafarse. La fuerza del lazo materno se muestra en la dificultad de elaborar el duelo por su pérdida3. Y es la continuidad de este lazo lo que será fatal para el pintor, pues la futura suegra4 le trasmite el último deseo materno en el sentido de un traspaso de voluntades, en las que el hijo extravía la suya propia5. Como acto que marca en lo más hondo a Federico, arrastrará el consentimiento a su boda como la traición a un deseo que solamente más tarde podrá reconocer. Esta traición, que trunca lo que pudo ser la experiencia de un amor dichoso con la mujer que deseaba, es el crimen innombrable que solamente podrá confesar a su amigo6.
El determinismo que reconoce guiando su existencia tiene la forma de su decisión frente a una elección. Y, al fin y al cabo, es desde ese momento en el que el sujeto renuncia al ejercicio de su responsabilidad, que sus actos tomarán la forma de ser guiados por un Otro implacable y omnipotente. Porque para Federico sí se encuentra presente el objeto de su deseo... Sin embargo, en su inhibición, al no ser él quien decide, el cuarto de vuelta que da la orientación de su vida es el mismo giro que da el desplazamiento hacia quien decide la elección: es la madre de ellas quien nombra cuál de las dos hijas ha de ser su esposa7.
Isabel, la hermana pequeña de la elegida, relegada por la madre a ese segundo lugar que ocupa en la fratría, presencia la escena desde el mutismo impuesto por aquélla. La insistencia de su mirada sobre Federico marcará el testimonio de aquel acto suicida. El presagio de la catástrofe nos viene indicado en aquella pregunta ingenua -¿Qué chica?-, con la que Federico trata inútilmente de frenar la decisión del Otro, y su entrega a la elección indeseable. Porque, efectivamente, cuando la madre dice “mi chica”, le habría cabido la posibilidad a Federico de jugar su baza, y reintroducir en la escena los términos necesarios para una elección al incorporar a la hermana. Pero aquello que no llega a ser ni oposición, cobardemente disimulado en la aturdimiento del «no querer entender» aquello en lo que se juega su destino, aquella pregunta desvalida es arrasada por la sonrisa que le devuelve al sobreentendimiento de la elección forzada: ¿Cuál quieres que sea sino Angustias?.
La elección que no pudo hacer en ese momento, le volverá de manera torturante años después, en la siguiente experiencia de desvalimiento que acontece en su vida. Si la boda con Angustias fue la salida ante la pérdida de la madre, la muerte de su única hija Lucita será el hecho que le pondrá en situación de poder reconocer la verdad de su deseo hacia su cuñada, aunque Surja con las marcas de la represión en su envoltura de culpa y de reproche8.
Ahora, los términos de la elección son claros: si la presencia de Isabel es la misma presencia de la feminidad9, la hermana, su esposa Angustias, aúna todos los rasgos de la frialdad y dureza que disuelven su condición de mujer10, al punto de llegar a recordar a su propio padre a través de la cólera de ella11. Por eso ahora apela al tiempo. Ahora que puede reconocer la dirección que hubo de tomar su vida. Pero el tiempo escande los momentos oportunos, aquellos únicos en los que el acto puede fructificar. Federico permaneció impasible mientras veía pasar los suyos. Todo hace pensar que nada va a cambiar a pesar de todo. La culpa ahoga su pregunta acerca de su derecho al goce. Al final, la sombra de las muertes de la madre y la hija pondrá punto final a su pasión. ¿Cuáles fueron esos dos nombres de mujer que surgieron de su “voz afligida”12 en el último acto de su vida? Sean los que fueren, es la dualidad en sí la que se hace presente en la última representación mental de su vida antes de que con el nombre de su hija apague su voz definitivamente.
1 P.142.
2 P.142: «Las hijas no sosegaban, ordenándolo todo, disponiendo hasta de mí, singularmente la mayor». P. 143: «Y fijó en mí sus ojos hasta que yo abatí los míos».
3 P.142: «Dios! ¡Morirse mi madre! Yo nunca había pensado que pudiera morir mi madre...» ... «Mucho tiempo estuve retirado en mi casa. Y una tarde vinieron las tres mujeres. Me dijeron que era preciso que yo saliera para esparcir y distraer el ánimo. Bueno.»
4 Hay que hacer notar el recurso literario utilizado por Miró para subrayar ese continuum maternal en el que queda atrapado Federico, al utilizar continuamente la palabra «madre» tanto para nombrar a la suya, como para hacer lo mismo con la de las dos hermanas, que son las únicas que llegan a tener nombre propio.
5 P.142: «A mí ya me era igual todo. La madre me tuteaba; dijo que la mía me encomendó a ella.» P. 143: «No recuerdo cuándo me di cuenta de que me dominaba aquella mujer sin juventud».
6 P. 144. «-Es la primera vez que cuento mi matrimonio, y me parece que he descansado. Este alivio debe de tener un devoto cuando confiese un pecado mortal... Y, sin embargo, yo no me explicaría mi vida fuera del engranaje de sucesos y fatalidades que le voy confiando...».
7 P.143. «... y entonces, la vieja, mirándome mucho, dijo: «-Comprenderás que mi chica y tú no debéis seguir haciendo lo que hacéis. »Y yo exclamé: «-¿Qué chica?» La vieja replicó, sonriendo: «-¿Cuál quieres que sea sino Angustias?»Y fijó en mi sus ojos hasta que yo abatí los míos, ...) y dije sin mirarla: «-¿Y qué debemos hacer? ...». En seguida llamó a la hija, a... Angustias, y cruzando los brazos sobre su vientre, exclamó, riéndose: «-¡Venga: daos las manos, tontos, más que tontos!... ...»Y me casé, y mi mujer es... Angustias...»
8 P.156. “-Yo quiero confesarle lo más malo... ... ¿Se acuerda de Isabel, de mi cuñada? ¿Se acuerda?... Me besó las manos Isabel. Me besó aquí, dentro de esta mano y encima de los dedos, y olían a sufrimiento, a carne de mi hija viva, ... Me estremezco de ventura nueva, desconocida, cuando me acerco a Isabel y la miro... Es dulce como doncella hermana, y la adivino amante y tengo miedo... A qué temo yo! Pero ¿no es tarde ya para mi alma y para mi cuerpo, no es tarde?... Y esto me lo hablo, me lo digo constantemente para convencerme, para creerlo... ¡Y no es tarde, aún no es tarde! ¡Señor Cerca de la vejez, yo, virginal de pasiones que embellecen y abren el vivir, tiemblo ante el aliento de nuevas alegrías de deleite!... Dígame si blasfema mi alma, si tengo derecho a ese goce brotado en la agonía de Lucita!”.
9 P. 157: “¡Oh mujer!... Fragancia de mujer se derrama dentro de todos mis huesos al nombrarla... Nunca me ha sucedido...”
10 P. 157: “Es que Angustias casi no parece mujer.”
11 P. 157: “Ayer no pudo dominarse y se abalanzó a mí; me trabó de los hombros, los estrujó—yo recordé a mi padre-”.
12 P 160.
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