Lo mejor que hizo Freud fue la historia del Presidente Schreber. Se mueve ahí como pez en el agua. [...] No fue a hacerlo charlar al Presidente Schreber. De todos modos, nunca es más feliz que con un texto. Jacques LACAN

martes, 26 de julio de 2016

CONDICIÓN DE AMOR Y RECURRENCIA TEMÁTICA EN LAS NOVELAS DE GABRIEL MIRÓ. LA RESIGNACIÓN DEL DESEO EN "NIÑO Y GRANDE".

Mujer Leyendo. Nikolai Bogdanov Belsky
Si quisiera darle una cierta gravedad filosófica a la novela que ahora nos ocupa, no dudaría en enunciarla en forma de una pregunta de corte transcendental que su protagonista se hace a sí mismo en un momento de profundo desconcierto sentimental en su vida amorosa: ¿La inocencia conduce al pecado?1 Pero comencemos por el principio.
La importancia de la familia como ese lugar intermedio entre el entorno sociocultural y el individuo se muestra nuevamente en el marco con el que Miró sitúa la historia de Antón-Gabriel en NG. Allí es toda la importancia del linaje familiar el que viene a recibir al último vástago del señor Hernando. Como en casi todas las novelas de Miró que considero aquí, la muerte de varios de los miembros de la familia no hace sino resaltar su importancia. Y podríamos valorar causalmente estas ausencias como razones fundamentales implícitas o explícitas, para entender las últimas motivaciones del comportamiento de muchos de sus personajes centrales2.
Antón pierde a su padre ya adolescente y, poco más tarde, a la madre, con quien vive su ruina económica. Aquí vuelven a tomar protagonismo las figuras de “padrino” y “madrina” como figuras sustitutas de los padres, si bien Antón nunca reconoció dicho rango3 a “la señora Leandra”, mujer intrigante, avara y codiciosa, artífice de aquella ruina de los Hernando. Que su padrino fue hombre que no supo estar a la altura de su función paterna, lo reconoce él, una vez viudo, en lo que fue toda una vida matrimonial entregado a la autoridad y los dictados de su esposa4.
Y el mundo de las familias va a ser el que posibilite el encuentro amoroso que marcará toda la vida de Antón. El encuentro entre ambos es un encuentro de familias, pues es en la visita de éstas al colegio de sus respectivos hijos cuando Antón se ve envuelto en la fascinación del universo femenino de la familia Bellver5.
De entre este universo de belleza, elegancia y delicadeza, sobresale a los ojos de Antón, Elena. Elena, que tiene su misma edad, le rinde enamorado desde el primer momento. Ellinaje familiar6 no es ajeno, sin duda, al talante tímido y vergonzoso de Antón7, particularmente con las mujeres, que tiene su contrapunto en el desparpajo y la autoconfianza que muestra su más próximo compañero de estudios, el hermano de Elena8. Él se va a constituir en fuente de admiración, pero no sólo por sus marcados rasgos de personalidad, sino, principalmente, por su cualidad de hermano de la amada.
Podríamos decir que el enamoramiento de Antón se asemeja a la modalidad del amor cortés, por la intensa idealización que caracteriza la sobreestimación del objeto, y por la distancia que toma respecto a una posible realización sexual9. Sin embargo, aunque el casto beso de saludo de Elena es fuente y motivo para que el amor que entró por la vista tuviera el soporte cálido de la carne, y los relatos de su compañero Bellver operasen de combustible para alimentar todo el imaginario depositado en su dama, a pesar de todo eso, la fuerza de la pulsión hacía su presencia10 abriendo la brecha de la división subjetiva por el mismo punto por el que el amor pretendía suturarla. Y es que el mismo Bellver, igual que exaltaba la imaginación de Antón por las cimas de la belleza virginal de su hermana, también le abismaba en la fresca carnalidad de las criadas y cocineras, y excitaba su libido con el relato de los lances con los que satisfacía su incipiente sexualidad. Bellver debía de extraer su parte de goce vertiendo en los oídos de Antón la narración de esta dualidad de géneros literarios. Efectivamente, entre la novelarosa y la novela erótica el fantasma de Antón se tambaleaba cada vez más en la acentuación de la división11 entre el amor a la virgen y el deseo de gozar a la dirne12.
Miró se va a servir de esta situación para mostrarnos la inferioridad de la experiencia erótica de Antón, que a esta edad es como decir toda la experiencia vital, al hacer tomar conciencia ineludiblemente de la distancia que había entre su puerilidad y la “fuerte y pasmosa varonía13 que ya habían alcanzado Bellver y los otros colegas. Estos, en una realización perversa de la captación de esta división en la que se debate Antón, van a incidir en esa abertura del deseo para maquinar toda una fabulación que le pondrá en situación de auténtico trance erótico14. Lo que nos interesa de todo ello son los términos en los que Miró nos presenta el desgarro de Antón entre el amor y el deseo. La provocación de Bellver y los demás se centra en la posibilidad de que Antón también podría ver en la distancia los pechos desnudos de la cocinera de aquél, a quien ya se los había mostrado en las últimas vacaciones. Esta distancia que le separa del goce visual de los codiciados pechos es salvable con una sola condición, y aquí reside lo perverso del lance: que Antón lo desee. Es decir, Antón debería apartar de su mente las ensoñaciones amorosas acerca de su amada Elena -que, por otra parte, ya eran perturbadas en su castidad por la imagen de aquellos pechos15-, y poner toda su alma en el deseo de recibir la presencia de “la robusta guisadora”, desnuda y en su cama. El “Sancta santorum” del “amor niño” que declinaba para Antón en aquellas fechas solamente disponía de un referente para imaginarse tal placer: el recuerdo del pecho maternal de la madre de un amigo de la infancia. Y aquí, Miró hace una especie de silogismo que nos lleva, en un movimiento de sustituciones y desplazamientos en après-cup, desde este momento de incipiente erotización, hasta la imagen, que debemos suponer de casto e inocente erotismo infantil, en la que Antón se ve con su madre16.
Sintéticamente, Antón se encuentra en el brete de poner en acto lo que ha debido quedar realizado en su inconsciente: el paso que le permita transitar de la «madre» a la «mujer». Es el momento de la pubertad, el momento del encuentro con el Otro sexo. Y este momento se va a saldar con un fracaso subjetivo para Antón. El triunfo de lo pulsional sobre la idealización amorosa dejará en Antón la marca indeleble de la traición. Traición porque en la ambigüedad y la indecisión de su deseo, es ante el deseo del Otro que se rinde para así justificar su acceso al goce prometido. De la intensidad de la lucha que se establece entre su moralidad y su deseo da cuenta todo su cuerpo17, así como de la marca de su cobardía lo hará la somatización final de toda la angustia vivida18. Fracasado su acceso al goce sexual, la sexualidad infantil recobra su impulso regresivo y sumerge a Antón en dos experiencias subliminares en el que lo inconsciente elabora ese fracaso a través de la recuperación del amor virginal. En la primera, un sueño19, la ansiada desnudez de la cocinera se purifica en la presencia a su lado de Elena, “desnuda y casta”. Con la segunda, “una aparición”20 con características de alucinación fantasmática, se completa esta vuelta al amor de la madre, una madre que acude a rescatarle de la vorágine pulsional que le ha roto el timón al primer embate y le ha dejado sin rumbo en el amor, amor al que queda asociada indefectiblemente la imagen de Elena.
Si es cierto que podría aducirse que a la edad que cuenta Antón en este momento cualquier mujer está prohibida, sin embargo Miró se encarga precisamente en deshacer cualquier rango de imposibilidad para que tome mayor resalte el carácter de prohibición con el que se va a enfrentar en esta ocasión el personaje de su novela. Así, la mujer cuyo goce se desea es una «mujer posible» en tanto Bellver da cuenta detallada a sus compañeros de sus complacencias y retozos con ella, a los que se libra en los periodos vacacionales. Ahora bien, si a través de este testimonio también es mujer posible para Antón, la marca de «prohibida» viene inscrita en grado eminente al ser posible el acceso a su goce solamente a través de un pacto con el diablo. Así pues, Antón se encuentra con que la rotunda cocinera aparece como mujer del Otro, no solamente en tanto mujer de Bellver -que lo es además en varios frentes, como doméstica de su casa, como mujer con la que goza, y sobre todo, en tanto en cuanto es él quien tiene la potestad de ofrecérsela y donársela para su goce según los términos que él mismo fija en el pacto diabólico que él mismo se encarga de redactar, y que Antón ha de cumplir-, sino que también es mujer del Otro satánico con el que se confunde21 en la fantasía de Antón, tanto como en nuestra vieja identificación cultural entre Diablo y Mujer. Atreverse con la mujer de “El Enemigo” para un adolescente católico en el interior de un colegio religioso tal vez sea el mayor desafío que un hombre pueda hacer al Otro de la Ley en su exigencia de goce.
Que Elena también posee el atributo de «mujer del Otro», por tanto «mujer prohibida», queda contundentemente demostrado en la paliza que propina Bellver a Antón en cuanto éste relata el pretendidamente casto e inocente sueño con su hermana.
La elaboración psíquica que hace Antón de sus primeros encuentros con el Otro-sexo, ambos en la forma de promesa del amor y del goce sexual respectivamente, tiene su correlato oportuno en la realidad familiar con la que Miró finaliza esta época colegial en la vida de Antón: en este momento vital del encuentro del hombre con el sexo femenino, Antón pierde a su padre y retorna con la madre al hogar, iniciando una época en la vida en la que Mi madre y yo siempre estábamos solos22. Sin embargo, creo justificado no referir exclusivamente a este distanciamiento espacial el alejamiento entre Antón y Elena. Después de la recapitulación de sus decisiones y sus actos, Antón cierra el ejercicio de esta época de su vida con un saldo canallesco: Allí brotó mi amor; y apenas nacido lo ultrajé23. No creo que con este balance final Antón hubiera podido presentarse ante su amada y mirarla a los ojos. La distancia psíquica interpuesta es, por lo tanto, suficiente garantía de un distanciamiento que tendrá para él valor de pérdida del primer objeto de amor, reemplazado por una marca de reprobación moral en su conciencia.
La salida de esta situación afectiva Antón la va a encaminar hacia un nuevo atolladero al dirigirse hacia otra mujer no por más real que la cocinera y Elena, menos prohibida24. Nuevamente Miró nos sitúa a la mujer codiciada en esa edad incierta en la que favorecer la rememoración de los sentimientos edípicos del joven enamorado. Doña Francisca es una mujer en la plenitud de su feminidad. Suficientemente mayor para poder ser madre de Antón, y suficientemente joven para parecer la hija de su marido25. Su genio firme, su carácter caprichoso, su figura y su sensualidad manifiesta, así como la ausencia de hijos, parecían favorecer la ilusión de reservar un lugar para que pudieran albergarse los anhelos amorosos erráticos y desarbolados de Antón. Sin embargo los planes de doña Francisca, aunque coincidentes en los medios, son muy otros en los fines. Sólo tarde y dolorosamente Antón descubrirá que la obsesión de una maternidad frustrada llevan a doña Francisca de un hombre a otro.
Pero nos interesa el recorrido de Antón en sus determinaciones amorosas inconscientes. En la persona de doña Francisca Antón pareciera que va a poder unificar amor, deseo y goce. Doña Francisca le entra por los ojos en la sensualidad de su cuerpo limpio, y es a partir de aquí que la idealiza26. Pero el elemento decisivo que impresiona su sensibilidad es la compasión que despierta su frustración maternal27, y que piensa va a constituir la prueba decisiva para convencer a su madre de la bondad de la señora. A partir de aquí Miró sumerge a Antón en las estrategias y las andanzas actuales e históricas de doña Francisca, siempre en una ambigüedad calculada, que deja al lector en la indefinición de si usa a los hombres para realizar su deseo de tener un hijo, o usa este deseo para conseguir a los hombres. Sea como fuere, Antón parece encontrarse en una situación privilegiada, pues su edad28 le permite imaginarse como hijo, satisfaciendo las fantasías maternales de doña Francisca29, al tiempo
que le sirve en la realidad de amante entregado y discreto. Al final, y dolorosamente para Antón, parece terminar prevaleciendo la consideración infantil de su privilegio. Y no solamente porque quien viene al relevo en las atenciones de doña Francisca sea todo un Capitán | de la Guardia Civil30, sino que el conjunto de la atmósfera de acogimiento que da el matrimonio Requena a Antón respira un aire filial, o, cuanto menos, familiar31.
El hecho de que en esta consideración familiar destaque el acogimiento del señor Requen32, sirve para resaltar la rivalidad edípica con la que Antón impregna el conjunto de su relación con él. Podemos reconocer el corolario de sentimientos de odio que Freud nos enseñó a distinguir en el varoncito que atraviesa ese momento de su vida respecto a su padre33. Desde la inicial incomprensión de que alguien como él pudiera ser el marido de alguien como ella, hasta los celos, el desprecio, y la franca hostilidad34, siempre, eso sí, en la intimidad de sus fantasías35.
Desalojado, pues, de su valor fálico para la mujer en la que podría haber anudado su erotismo infantil y su sexualidad adulta, decepcionado nuevamente en su torpeza para servir al ideal amoroso, sin el recurso del retorno a la madre, pues su muerte cierra este capítulo de su vida, Antón abre uno nuevo en el que el arrastre de la torrentera de la pulsión y la identificación superyoica a los ideales religiosos de su infancia van a revelarse de manera irreconciliable en un comportamiento obsesivo, ambivalente, que lleva la marca de la compulsión en su alternancia mortificante36 37.
Sin embargo, tal como lo vimos en el caso de Félix en CC, este momento de crisis vital abre al sujeto a la pregunta por su deseo: Desconfié de mí mismo. ¿Qué apetecía yo, Dios mío?[...] No; yo no sabía lo que anhelaba38. En este momento agónico y desconsolado, una formación del inconsciente, un sueño, le muestra a su amor primero, Elena, interrogándole, doliente, con una mirada que le apunta al centro de su corazón.
En esta ocasión, la Fortuna vendrá en socorro de Antón. Si sus anteriores encuentros con el Otro sexo se cerraron con las respectivas muertes de su padre y su madre, ahora será la recuperación de su “padrino” Sebastián, ya viudo de su dominante esposa, quien va a posibilitar que Antón se dirija hacia el cumplimiento de su destino amoroso. Este padrino, ahora sí en posición de función paterna39, liberado del deseo codicioso de la “madrina”, y que vuelve para restablecer la legalidad avasallada por su difunta esposa, así como el apoyo grupal40 de sus amigos permiten que Antón realice una catarsis de sus culpas amorosas y tome la decisión de acudir al punto donde interrumpió su vida, abandonándola temeroso de todo lo que le ofrecía41.
Y, como entonces, va a ser el hermano de Elena el que le vuelva a traer su noticia. Y también como entonces, através de sus palabras Elena quedará situada para Antón próxima y distante. Bellver le hace saber los tiempos de apertura y cierre en los que se jugó su oportunidad amorosa, y a los que él no acudió42.
Elena es ahora una mujer casada. Y, para mayor remordimiento de Antón, sacrificada a los intereses familiares a través de un matrimonio de conveniencia con un puro homo economicus. Miró hace que el rival de Antón sea su antítesis física y, sobre todo, espiritual. Se trata de su antiguo compañero de estudios Senabria, por el que Antón siente un franco desprecio desde niño. Sin embargo, al colocar frente a Antón un oponente que no puede hacer ninguna sombra a la talla personal de Antón en tanto objeto de una elección femenina, Miró resalta en solitario la adecuación del sujeto a su propio deseo como el determinante del éxito en la consecución del objeto, y de la felicidad consiguiente. Y es que Senabria es caracterizado como un hombre absolutamente identificado a los significantes paternos43, los cuales le dotan de una confianza y de una solidez personal, y le señalan el horizonte al que ha de dirigir sus esfuerzos con una claridad que garantiza el éxito de las empresas que inicia, afectivas44 y económicas45. Frente a él, Antón queda desconcertado. Las razones de su inseguridad son simétricas e inversas a las que fortalecen a Senabria46: mientras que a este le centellean los ojos de jubilo y de certidumbre en la verdad, en la verdad suya. Yo me paso el día dudando. Todavía no he averiguado si Senabria es superior o inferior a mí47.
Pero es precisamente éste el momento en el que se pone en juego la condición de amor: ser «mujer del Otro» es el requisito para encender el motor del deseo de una forma decidida, dispuesto terminantemente a la dificultad y al logro. De nada sirve que, paradójicamente, su conciencia le muestre lo concluso e irremediable de la oportunidad perdida. La condición de «mujer prohibida» vuelve caduca la imagen idealizada que sostuvo el Antón infantil y enamoradizo, e instala la voluntad masculina de gozar de la mujer deseada48.
A partir de aquí, Antón sufrirá la tensión agridulce de gustar de la confirmación de ese amor y de esa imposibilidad. Esa “alegría angustiosa49” desbordada con la que Antón acude al reencuentro de Elena, esa tensión irresoluble entre el deseo y su prohibición califica el goce así obtenido como neurótico, y aleja a Antón del disfrute del placer que una relación libre con Elena debería haberle proporcionado50.

Antón inicia así su viaje de reencuentro con su amada. No sin ser atenazado por sus inhibiciones y sus dudas51, Antón puede culminar su encuentro con Elena, y confirmar su desventurada vida52, pero no logra hallar el rastro del amor que Bellver dijo que le tuviera de adolescentes53. Lo que es peor, la resignación de Elena a su destino54 hace que a los ojos de Antón hasta por ser desgraciada pertenecía más al marido55. Fracasado en su intento de arrancar una declaración de amor de los labios de Elena o, retorna la pregunta que hizo destino de sus remordimientos: Por qué no había sido mía esa mujer56.

Será la propia Elena quien tenga que proporcionar a Antón la indicación del camino de salida para su atolladero deseante. Antón podrá cumplir su deseo nuevamente a través del deseo del Otro. Logrará la felicidad de su amada solamente en el momento en el que se case con otra. Antón cumple aquel último deseo de Elena casándose con Pilar. Logra así, a través de este obediente cumplimiento, poseer lo único que le fue dado poseer de Elena a través de la procuración en la persona de otra mujer. Miró concluye dejando a Antón con el “terrible” presentimiento de su felicidad sin Elena57. Pero la calidad de esta felicidad está muy lejos de la gloriosa idealidad que había sostenido las pretensiones de su horizonte amoroso hasta entonces. La felicidad que se le anuncia parece proceder de la resignada adecuación de la realidad cotidiana a la verdad de las limitaciones de sus posibilidades subjetivas58.


1 Me parece de gran interés en este sentido que ya en CC encontramos, con otros términos, la misma paradoja propuesta a su protagonista Félix: “¡Ideales y ansias se manifiestan en escándalo y truhanería” (CC. p.301). La misma idea encierra la respuesta que le da Elena Bellver a Antón Hernando en NG, ante la pregunta sobre su conducta hacia ella: “-Es usted bueno y comete usted locuras que hacen sufrir.” (p.484).
2 Así, la horfandad de Luis y Laura en DC, de Aurelio en PR, de Agustín en AR, y de Enriqueta en PE; la muerte del padre para Paulina en SD; la muerte de la “hermanita” para Mo Fulgencia en OL; la muerte de la madre y la hija para Federico en NA; la muerte de la madre y de la hermana de Luisa en PR; la muerte del tío Guillermo para Félix en CC; la muerte del hermano para don Ignacio en el HS. Incluso la muerte de “Corderita” para Laura en DC.
3 P.447.
4 Pp.463-464: “«¡Esos pantalones que traes me los debíde coser yo para estas piernas!» Y se golpeaba las rodillas y le resonaba el llavero. Mi mujer cortaba y cosía mi ropa.”
5 P.438.
6 P.433: “Era mi padre de los Hernando de la Mancha, linaje de labradores ricos y temerosos de Dios. Muy joven, pasó a la comarca de Murcia, y allí prendóse de la mujer que había de ser mi madre, que era de casa rancia y empobrecida.” P438; “cuando le avisaban a visitas salía Bellver taconeando reciamente, mirándonos y sonriéndonos desde Su alta dicha. Por él supimos de su casa-palacio en Palma, y de sus predios en los frondosos valles de Soller, y que su opulenta familia viajaba en un vapor correo todo blanco.”
7 P.438: “Yo, colorado de vergüenza, me refugié entre los míos, mirando escondidamente a las beldades. Bellver debía de decirles de mí, porque ellas se fijaron en nosotros, y me sonrieron. Señor, yo nunca he Sufrido tanto ni he sido tan dichoso!...”... (p.439) “Me sentí encendido y trémulo, desfallecido de felicidad y de miedo.”
8 P438: “En filas y estudios estaba a mi lado un mallorquín pálido, alto de buen talle, muy galán y aficionado a rociarse de colonia las ropas y el pañuelo. Su calzado era el más elegante y lustroso, y sus corbatas, muy lindas. Cuando salíamos, ladeábase la gorra, y a hurto de los hermanos inspectores, miraba sonriente y picaresco a las muchachas ventaneras. Se llamaba Bellver. Sus elegancias y desenvolturas tuvieron imitación en los colegiales grandes...”
9 Cfr. p.440. Posteriormente la recordará como “suma precisa de lo inocente y puro.” (p.452).
10 En delicada alegoría queda dicho como que: “el demonio cometió vileza en el Sancta Sanctorum de mi amor niño." (p.439).
11 P. 439: “... yo estaba entre la gracia reflejada y la tosquedad en todo su volumen.”
12 ASí, en las ensoñaciones de Antón, “La imagen, pálida y virginal, de Elena tropezaba con el pecho desnudo de una cocineral (p.440)”
13 P.440.
14 Cfr, el hilarante subcapítulo 4 del capítulo 1.
15 P.441: “Pero yo no atendía mi escrito ... pensando en Elena y pensando, Señor, también en el desnudo pecho de la criada.”
16 Pechos de la cocinera —» pechos de la madre labradora —»(condensación)—» pensamiento de Antón con su madre -- (erotización)-—» pensamiento impuro.
17 P.442: “Esa noche no pude cenar; y en el oratorio, donde rezábamos y hacíamos examen de conciencia antes de recogernos, hundí la cabeza entre mis manos, no atreviéndome a mirar..., a que me mirase el Corazón de Jesús. Llegué a mi camarilla o celda, enfermo, convulso.”
18 P.446: “Enfermé de descontento, y, de nuevo, me quedé tullido de reuma; y por las noches me daba calentura y delirio.”
19 Cfr. p.443.
20 Cfr. p.444.
21 Cfr. p.442.
22 Así comienza el cap.2, p.447.
23 P.446.
24 Coloco casi en el mismo rango imaginario a ambas a pesar de que Elena sí llegó a ser una realidad presente en la vida de Antón. Sin embargo, no debemos olvidar que esta presencia fue bien limitada en su temporalidad cronológica, por más que el impacto amoroso producido le hiciera permanente en las ensoñaciones de Antón. No solamente de la cocinera, sino también de Elena podría decirse que alimenta su existencia en la vida de Antón a través de las palabras de Bellver.
24 P.449: “... aunque había pasado de la mocedad, parecía hija del señor Requena, su marido.”
25 P.449: “sin darme cuenta, me detuve en el pensamiento de los cuidados y exquisita limpieza que tenía para su espléndido cuerpo. ... Y la idea de la limpieza me llevó a encumbrar a doña Francisca, viéndola como la espuma de todos los hidalgos del lugar” “
26 Parece confirmarlo la apelación a esta ansia maternal como argumento irrefutable ante las burlas de los sobrinos sobre la disponibilidad amorosa de doña Francisca: “Y el armario de ropitas blancas y pañales” (p.459).
27 Esta dualidad queda expresada en las palabras de doña Francisca: “Preguntáronme qué edad tenía. Contestó mi madre que pronto iba a cumplir los diecisiete.- Ya diecisiete, bendito sea Dios! - dijo doña Francisca, mirándome todo. ¡Y es como una novicia de inocente” (p.451).
28 Esta posición me parece condensada en la siguiente escena: “Me sonrojé, imaginándome que iba a saltar furtivamente la tapia porque doña Francisca me esperaba para llevarme a su blanco baño y bañarme. En seguida rechacé tan fatuo desatino. ¿Y era posible que el pensamiento de la pulcritud de doña Francisca y el candor de un palomar avivasen mi dormida concupiscencia como la ponzoñosa palabra de Bellver?” (pp.451-452).
29 Con todo el simbolismo de hombría que conllevaba en nuestra sociedad. Al elegir un personaje así, Miró parece que quisiera acentuar los rasgos de virilidad frente a la figura aniñada de Antón. Valga su descripción: “grande, roblizo, de faz bruñida como un etíope, sonoro de resuello y de espuelas. (p.457)” Es interesante destacar cómo son las palabras de doña Francisca las que desbancan de su estatus viril a Antón, quien refleja en su actitud posturalla nueva situación en la que queda respecto al nuevo competidor: “No pude hablar. Me senté como un seminarista, teniendo mi sombrerito entre las manos y los hinojos juntos. Mi silla era pequeña, y por su humildad aparentaba yo mayor encogimiento y torpeza.” (cf. p.458).
30 No solamente lo expresa doña Francisca -“-Bendito Dios, si es como de casa”-, disculpando al capitán de saludarle según la cortesía con la que lo hubiera hecho ante un igual, sino que el mismo Antón se tiene por pariente del matrimonio:”yo disfrutaba de la preeminencia de deudo dilectísimo” (p.458).
31 P.458: “Al principio de mi felicidad en su casa me inquietaban remordimientos, comparando mi falacia con la ternura del hidalgo. ... Es lo cierto que el señor Requena me hacía todas las mañanas un buen acogimiento ...”
32 Sirve de contraprueba los esfuerzos racionalizadores -es decir, negadores de la verdad de su deseo-, que realiza Antón cuando le asaltan sentimientos de culpa por su deshonestidad frente a la confianza dada por el señor Requena: “Los razoné, y decidí rechazarlos. Yo no escarnecía al señor Requena, porque no me regodeaba en su mal, ni lo comenté, ni lo pensé nunca con ningún linaje de regocijo. Me parecía que doña Francisca fuese mía nada más, y el viejo hidalgo, su rodrigón o ayo.” (p.458).
33 Cfr. pp. 449, 451, 452, 458, 460.
34 Destaca entre estas fantasías, una de «escena primaria» en la que Antón desvela el cariz erótico y celoso de su vinculación con el matrimonio: “A su lado, pensaba yo involuntariamente en las intimidades del matrimonio; y no lograba imaginarme al señor Requena besado por doña Francisca; y sí que se besarían y todo.”
35 P.460: “... Siete años estuve en Madrid, pasando constantemente del bullicio y del amor placentero al recogimiento de la meditación y castidad.”
36 Pp.460-461. “Me hundía en vedados amores por el impulsivo recuerdo del primer beso de doña Francisca, el beso inicial de seducción, que me mordía siempre, siempre, la carne; y me apartaba arrepentido, y hasta llorando, cuando en los ojos, los cabellos, la boca, las líneas de la figura de una mujer casta y hermosa veía una dulce semejanza con los rasgos casi infantiles de Elena ... Veneraba yo la memoria de Elena y me sentía besado por doña Francisca. Tuve trances que me hicieron creer que de la suma pureza procedían mis ansias saciadas impuramente, y que del arrepentimiento y hastío del pecado, se originaban mis anhelos de perfección...”
37 P.460.
38 El padrino Sebastián se presenta a Antón demandante de su perdón y de su amor. Antón, que en un principio rechaza como una burla esta reaparición, rectifica al saber la muerte de su esposa, la madrina Leandra. Varios son los indicios que Miró nos da para situar al “padrino” en la mayor proximidad del padre de Antón. Destacaré dos. Primero la intensa idealización de aquél por la mujer de este, simétrica a los celos rabiosos de Leandra por la madre de Antón. En segundo lugar, las asociaciones psíquicas que moviliza en Antón un significante del padre: “Hotel Oriente”. El hecho de que la cita del rencuentro con su padrino sea en el hotel donde este se hospeda - “Y estaba en el Hotel Oriente”-, que es el hotel en el que su padre paraba a menudo durante sus años de infancia, tiene un valor de primer orden en la construcción de esta proximidad semántica entre padrino y padre. Más anecdóticamente señalaré la descripción patriarcal y bondadosa de la figura del padrino en el momento del reencuentro, así como los recuerdos de su infancia familiar que le asocia (cf. p.462).
39 Destacaré la composición, que da el aire de «terapia de grupo», a la escena con la que Miró organiza esta situación (cfr. pp.466-467): Antón, acogido en el grupo de sus amigos varones -“Eran muy descuidados, optimistas y maleantes”-, se encuentra suficientemente confiado para que desgrane la palabra de sus angustias amorosas y existenciales -“Ganado de su alborozo llegué a exclamar ... Y contando aventuras, vine a referirles la de doña Francisca”-. Allí, de los de entre el grupo, uno, colocado en el lugar transferencial de sujeto-supuesto-saber -“Como no podía faltar en el ruedo de mis nuevas amistades un varón filósofo”-, le ofrece una interpretación a sus palabras -“éste, cuando acabé mi relato, me dijo ... La señora doña Francisca es un símbolo"-. El efecto terapéutico que tienen para Antón estas palabras, desvanecen lo imaginario de su fantasma en un trabajo psíquico progresivo -“iba sintiendo una purificación dolorosa de mi alma ... Burlas, disipaciones, lascivias y todo lo grosero se me presentaba bajo la forma carnal de doña Francisca. Y aborrecí el símbolo, y quedó roto. Pobres símbolos”-, y un estado de alivio y euforia viene a confirmar su acierto terapéutico: -“Yo estaba contento, contento fisiológicamente”
40 P.466: “Apenas asomado a la orilla de la vida, retrocedí temiendo en todo armadijos y peligros!”.
41 P468: “¿sabes por qué mi madre no llevaba últimamente a Elena al colegio...? ¡Pues porque mi hermana se había enamorado de ti!... - Senabria pertenece a mi familia. Se casó con Elena...”
42 P.475: “su razón es la misma razón social. Es siempre y armónicamente «Hijo de B. Senabria».”
43 P.476: “le pregunté: - ¿Y sois felices los dos? Me miró con asombro. Quizá no se le había ocurrido nunca saberlo. - Claro que somos felices; pues no faltaba más! Y se rió con estrépito.”
44 P.474: “Yo la pedí con miedo, porque la casa de Elena tenía fama de altiva y rica: imagina, dos millones seiscientas mil pesetas! ¡Y la casa «Hijo de B. Senabria», aunque muy fuerte en crédito, sólo giraba cuatrocientas mil!... Claro, una fortuna para este pueblo.”
45 P.475: “«¡Si yo fuese capaz de algo decidido y valeroso ...) ni el color de mi cabello tiene firmeza.”
46 P475.
47 P.469. “Desde que supe que Elena era casada, ya no fue para mi el horizonte de mi vida, el ideal de pureza de amor de niño y grande, sino que repentinamente la necesité, la deseé y la quise sin ningún misterio. Antes la veía lejana, esfumada y serena como una idea, como un dechado de venustidad; ahora se me aparecía cerca y vedada, en su línea concreta de mujer hermosa y prohibida, que pudo ser mía y la había perdido para siempre.”
48 P.471.
49 Pp.483-484: “Sólo apetecía que Senabria supiese que le apartaba a su querida. Lo decidí, y lo hice por impulso generoso, y ya logrado, sentía un goce bajo y soez...”
50 P.476: “«¿Por qué no voy a verla?», me preguntaba yo todos los días. Y mi alma me lo dijo en voz baja. Yo no iba porque tenía miedo. Miedo de convencerme de su felicidad, y miedo de saber que fuera desdichada. ... Y a punto que ya decidía verla y hablar la de verdad, no sólo me encogieron y ataron los temores que confesé al principio, sino que además noté un sentimiento de vergüenza inefable ....”
51 Dentro de un clima de infelicidad vital (cfr. pp. 478 y 480), es notoria la referencia a la insatisfacción sexual de Elena: “La vi muy triste, muy pálida; era una enferma de pureza. Parecía virgen. (p.486)”
52 P. 485: “No supe nunca si Elena me quería.”
53 P.485. Y no le quería, Señor La fidelidad de esa mujer era una virtud separada del amor, ceñida a su alma y a su carne con la aspereza del cilicio; ni siquiera podía complacerse en ella Según hacen muchas mujeres que la ostentan como una joya.”
54 P.482.
55 Para la que Antón no ocupa más que el lugar de un hombre “muy bueno”, cuya presencia disipa momentaneamente su soledad y tristeza (cfr. p. 482).
56 P. 486.
57 P.488.
58 P.487. “Yo sería un Werther que nunca se mata, sino que se resigna a ser un hermano pequeño, desgraciado, y vive blandamente entristecido bajo la caricia de un hogar dichoso, y dichoso por mi renunciamiento...”



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