Lo mejor que hizo Freud fue la historia del Presidente Schreber. Se mueve ahí como pez en el agua. [...] No fue a hacerlo charlar al Presidente Schreber. De todos modos, nunca es más feliz que con un texto. Jacques LACAN

martes, 26 de julio de 2016

CONDICIÓN DE AMOR Y RECURRENCIA TEMÁTICA EN LAS NOVELAS DE GABRIEL MIRÓ. LA RESIGNACIÓN DEL DESEO EN "NIÑO Y GRANDE".

Mujer Leyendo. Nikolai Bogdanov Belsky
Si quisiera darle una cierta gravedad filosófica a la novela que ahora nos ocupa, no dudaría en enunciarla en forma de una pregunta de corte transcendental que su protagonista se hace a sí mismo en un momento de profundo desconcierto sentimental en su vida amorosa: ¿La inocencia conduce al pecado?1 Pero comencemos por el principio.
La importancia de la familia como ese lugar intermedio entre el entorno sociocultural y el individuo se muestra nuevamente en el marco con el que Miró sitúa la historia de Antón-Gabriel en NG. Allí es toda la importancia del linaje familiar el que viene a recibir al último vástago del señor Hernando. Como en casi todas las novelas de Miró que considero aquí, la muerte de varios de los miembros de la familia no hace sino resaltar su importancia. Y podríamos valorar causalmente estas ausencias como razones fundamentales implícitas o explícitas, para entender las últimas motivaciones del comportamiento de muchos de sus personajes centrales2.
Antón pierde a su padre ya adolescente y, poco más tarde, a la madre, con quien vive su ruina económica. Aquí vuelven a tomar protagonismo las figuras de “padrino” y “madrina” como figuras sustitutas de los padres, si bien Antón nunca reconoció dicho rango3 a “la señora Leandra”, mujer intrigante, avara y codiciosa, artífice de aquella ruina de los Hernando. Que su padrino fue hombre que no supo estar a la altura de su función paterna, lo reconoce él, una vez viudo, en lo que fue toda una vida matrimonial entregado a la autoridad y los dictados de su esposa4.
Y el mundo de las familias va a ser el que posibilite el encuentro amoroso que marcará toda la vida de Antón. El encuentro entre ambos es un encuentro de familias, pues es en la visita de éstas al colegio de sus respectivos hijos cuando Antón se ve envuelto en la fascinación del universo femenino de la familia Bellver5.
De entre este universo de belleza, elegancia y delicadeza, sobresale a los ojos de Antón, Elena. Elena, que tiene su misma edad, le rinde enamorado desde el primer momento. Ellinaje familiar6 no es ajeno, sin duda, al talante tímido y vergonzoso de Antón7, particularmente con las mujeres, que tiene su contrapunto en el desparpajo y la autoconfianza que muestra su más próximo compañero de estudios, el hermano de Elena8. Él se va a constituir en fuente de admiración, pero no sólo por sus marcados rasgos de personalidad, sino, principalmente, por su cualidad de hermano de la amada.
Podríamos decir que el enamoramiento de Antón se asemeja a la modalidad del amor cortés, por la intensa idealización que caracteriza la sobreestimación del objeto, y por la distancia que toma respecto a una posible realización sexual9. Sin embargo, aunque el casto beso de saludo de Elena es fuente y motivo para que el amor que entró por la vista tuviera el soporte cálido de la carne, y los relatos de su compañero Bellver operasen de combustible para alimentar todo el imaginario depositado en su dama, a pesar de todo eso, la fuerza de la pulsión hacía su presencia10 abriendo la brecha de la división subjetiva por el mismo punto por el que el amor pretendía suturarla. Y es que el mismo Bellver, igual que exaltaba la imaginación de Antón por las cimas de la belleza virginal de su hermana, también le abismaba en la fresca carnalidad de las criadas y cocineras, y excitaba su libido con el relato de los lances con los que satisfacía su incipiente sexualidad. Bellver debía de extraer su parte de goce vertiendo en los oídos de Antón la narración de esta dualidad de géneros literarios. Efectivamente, entre la novelarosa y la novela erótica el fantasma de Antón se tambaleaba cada vez más en la acentuación de la división11 entre el amor a la virgen y el deseo de gozar a la dirne12.
Miró se va a servir de esta situación para mostrarnos la inferioridad de la experiencia erótica de Antón, que a esta edad es como decir toda la experiencia vital, al hacer tomar conciencia ineludiblemente de la distancia que había entre su puerilidad y la “fuerte y pasmosa varonía13 que ya habían alcanzado Bellver y los otros colegas. Estos, en una realización perversa de la captación de esta división en la que se debate Antón, van a incidir en esa abertura del deseo para maquinar toda una fabulación que le pondrá en situación de auténtico trance erótico14. Lo que nos interesa de todo ello son los términos en los que Miró nos presenta el desgarro de Antón entre el amor y el deseo. La provocación de Bellver y los demás se centra en la posibilidad de que Antón también podría ver en la distancia los pechos desnudos de la cocinera de aquél, a quien ya se los había mostrado en las últimas vacaciones. Esta distancia que le separa del goce visual de los codiciados pechos es salvable con una sola condición, y aquí reside lo perverso del lance: que Antón lo desee. Es decir, Antón debería apartar de su mente las ensoñaciones amorosas acerca de su amada Elena -que, por otra parte, ya eran perturbadas en su castidad por la imagen de aquellos pechos15-, y poner toda su alma en el deseo de recibir la presencia de “la robusta guisadora”, desnuda y en su cama. El “Sancta santorum” del “amor niño” que declinaba para Antón en aquellas fechas solamente disponía de un referente para imaginarse tal placer: el recuerdo del pecho maternal de la madre de un amigo de la infancia. Y aquí, Miró hace una especie de silogismo que nos lleva, en un movimiento de sustituciones y desplazamientos en après-cup, desde este momento de incipiente erotización, hasta la imagen, que debemos suponer de casto e inocente erotismo infantil, en la que Antón se ve con su madre16.
Sintéticamente, Antón se encuentra en el brete de poner en acto lo que ha debido quedar realizado en su inconsciente: el paso que le permita transitar de la «madre» a la «mujer». Es el momento de la pubertad, el momento del encuentro con el Otro sexo. Y este momento se va a saldar con un fracaso subjetivo para Antón. El triunfo de lo pulsional sobre la idealización amorosa dejará en Antón la marca indeleble de la traición. Traición porque en la ambigüedad y la indecisión de su deseo, es ante el deseo del Otro que se rinde para así justificar su acceso al goce prometido. De la intensidad de la lucha que se establece entre su moralidad y su deseo da cuenta todo su cuerpo17, así como de la marca de su cobardía lo hará la somatización final de toda la angustia vivida18. Fracasado su acceso al goce sexual, la sexualidad infantil recobra su impulso regresivo y sumerge a Antón en dos experiencias subliminares en el que lo inconsciente elabora ese fracaso a través de la recuperación del amor virginal. En la primera, un sueño19, la ansiada desnudez de la cocinera se purifica en la presencia a su lado de Elena, “desnuda y casta”. Con la segunda, “una aparición”20 con características de alucinación fantasmática, se completa esta vuelta al amor de la madre, una madre que acude a rescatarle de la vorágine pulsional que le ha roto el timón al primer embate y le ha dejado sin rumbo en el amor, amor al que queda asociada indefectiblemente la imagen de Elena.
Si es cierto que podría aducirse que a la edad que cuenta Antón en este momento cualquier mujer está prohibida, sin embargo Miró se encarga precisamente en deshacer cualquier rango de imposibilidad para que tome mayor resalte el carácter de prohibición con el que se va a enfrentar en esta ocasión el personaje de su novela. Así, la mujer cuyo goce se desea es una «mujer posible» en tanto Bellver da cuenta detallada a sus compañeros de sus complacencias y retozos con ella, a los que se libra en los periodos vacacionales. Ahora bien, si a través de este testimonio también es mujer posible para Antón, la marca de «prohibida» viene inscrita en grado eminente al ser posible el acceso a su goce solamente a través de un pacto con el diablo. Así pues, Antón se encuentra con que la rotunda cocinera aparece como mujer del Otro, no solamente en tanto mujer de Bellver -que lo es además en varios frentes, como doméstica de su casa, como mujer con la que goza, y sobre todo, en tanto en cuanto es él quien tiene la potestad de ofrecérsela y donársela para su goce según los términos que él mismo fija en el pacto diabólico que él mismo se encarga de redactar, y que Antón ha de cumplir-, sino que también es mujer del Otro satánico con el que se confunde21 en la fantasía de Antón, tanto como en nuestra vieja identificación cultural entre Diablo y Mujer. Atreverse con la mujer de “El Enemigo” para un adolescente católico en el interior de un colegio religioso tal vez sea el mayor desafío que un hombre pueda hacer al Otro de la Ley en su exigencia de goce.
Que Elena también posee el atributo de «mujer del Otro», por tanto «mujer prohibida», queda contundentemente demostrado en la paliza que propina Bellver a Antón en cuanto éste relata el pretendidamente casto e inocente sueño con su hermana.
La elaboración psíquica que hace Antón de sus primeros encuentros con el Otro-sexo, ambos en la forma de promesa del amor y del goce sexual respectivamente, tiene su correlato oportuno en la realidad familiar con la que Miró finaliza esta época colegial en la vida de Antón: en este momento vital del encuentro del hombre con el sexo femenino, Antón pierde a su padre y retorna con la madre al hogar, iniciando una época en la vida en la que Mi madre y yo siempre estábamos solos22. Sin embargo, creo justificado no referir exclusivamente a este distanciamiento espacial el alejamiento entre Antón y Elena. Después de la recapitulación de sus decisiones y sus actos, Antón cierra el ejercicio de esta época de su vida con un saldo canallesco: Allí brotó mi amor; y apenas nacido lo ultrajé23. No creo que con este balance final Antón hubiera podido presentarse ante su amada y mirarla a los ojos. La distancia psíquica interpuesta es, por lo tanto, suficiente garantía de un distanciamiento que tendrá para él valor de pérdida del primer objeto de amor, reemplazado por una marca de reprobación moral en su conciencia.
La salida de esta situación afectiva Antón la va a encaminar hacia un nuevo atolladero al dirigirse hacia otra mujer no por más real que la cocinera y Elena, menos prohibida24. Nuevamente Miró nos sitúa a la mujer codiciada en esa edad incierta en la que favorecer la rememoración de los sentimientos edípicos del joven enamorado. Doña Francisca es una mujer en la plenitud de su feminidad. Suficientemente mayor para poder ser madre de Antón, y suficientemente joven para parecer la hija de su marido25. Su genio firme, su carácter caprichoso, su figura y su sensualidad manifiesta, así como la ausencia de hijos, parecían favorecer la ilusión de reservar un lugar para que pudieran albergarse los anhelos amorosos erráticos y desarbolados de Antón. Sin embargo los planes de doña Francisca, aunque coincidentes en los medios, son muy otros en los fines. Sólo tarde y dolorosamente Antón descubrirá que la obsesión de una maternidad frustrada llevan a doña Francisca de un hombre a otro.
Pero nos interesa el recorrido de Antón en sus determinaciones amorosas inconscientes. En la persona de doña Francisca Antón pareciera que va a poder unificar amor, deseo y goce. Doña Francisca le entra por los ojos en la sensualidad de su cuerpo limpio, y es a partir de aquí que la idealiza26. Pero el elemento decisivo que impresiona su sensibilidad es la compasión que despierta su frustración maternal27, y que piensa va a constituir la prueba decisiva para convencer a su madre de la bondad de la señora. A partir de aquí Miró sumerge a Antón en las estrategias y las andanzas actuales e históricas de doña Francisca, siempre en una ambigüedad calculada, que deja al lector en la indefinición de si usa a los hombres para realizar su deseo de tener un hijo, o usa este deseo para conseguir a los hombres. Sea como fuere, Antón parece encontrarse en una situación privilegiada, pues su edad28 le permite imaginarse como hijo, satisfaciendo las fantasías maternales de doña Francisca29, al tiempo
que le sirve en la realidad de amante entregado y discreto. Al final, y dolorosamente para Antón, parece terminar prevaleciendo la consideración infantil de su privilegio. Y no solamente porque quien viene al relevo en las atenciones de doña Francisca sea todo un Capitán | de la Guardia Civil30, sino que el conjunto de la atmósfera de acogimiento que da el matrimonio Requena a Antón respira un aire filial, o, cuanto menos, familiar31.
El hecho de que en esta consideración familiar destaque el acogimiento del señor Requen32, sirve para resaltar la rivalidad edípica con la que Antón impregna el conjunto de su relación con él. Podemos reconocer el corolario de sentimientos de odio que Freud nos enseñó a distinguir en el varoncito que atraviesa ese momento de su vida respecto a su padre33. Desde la inicial incomprensión de que alguien como él pudiera ser el marido de alguien como ella, hasta los celos, el desprecio, y la franca hostilidad34, siempre, eso sí, en la intimidad de sus fantasías35.
Desalojado, pues, de su valor fálico para la mujer en la que podría haber anudado su erotismo infantil y su sexualidad adulta, decepcionado nuevamente en su torpeza para servir al ideal amoroso, sin el recurso del retorno a la madre, pues su muerte cierra este capítulo de su vida, Antón abre uno nuevo en el que el arrastre de la torrentera de la pulsión y la identificación superyoica a los ideales religiosos de su infancia van a revelarse de manera irreconciliable en un comportamiento obsesivo, ambivalente, que lleva la marca de la compulsión en su alternancia mortificante36 37.
Sin embargo, tal como lo vimos en el caso de Félix en CC, este momento de crisis vital abre al sujeto a la pregunta por su deseo: Desconfié de mí mismo. ¿Qué apetecía yo, Dios mío?[...] No; yo no sabía lo que anhelaba38. En este momento agónico y desconsolado, una formación del inconsciente, un sueño, le muestra a su amor primero, Elena, interrogándole, doliente, con una mirada que le apunta al centro de su corazón.
En esta ocasión, la Fortuna vendrá en socorro de Antón. Si sus anteriores encuentros con el Otro sexo se cerraron con las respectivas muertes de su padre y su madre, ahora será la recuperación de su “padrino” Sebastián, ya viudo de su dominante esposa, quien va a posibilitar que Antón se dirija hacia el cumplimiento de su destino amoroso. Este padrino, ahora sí en posición de función paterna39, liberado del deseo codicioso de la “madrina”, y que vuelve para restablecer la legalidad avasallada por su difunta esposa, así como el apoyo grupal40 de sus amigos permiten que Antón realice una catarsis de sus culpas amorosas y tome la decisión de acudir al punto donde interrumpió su vida, abandonándola temeroso de todo lo que le ofrecía41.
Y, como entonces, va a ser el hermano de Elena el que le vuelva a traer su noticia. Y también como entonces, através de sus palabras Elena quedará situada para Antón próxima y distante. Bellver le hace saber los tiempos de apertura y cierre en los que se jugó su oportunidad amorosa, y a los que él no acudió42.
Elena es ahora una mujer casada. Y, para mayor remordimiento de Antón, sacrificada a los intereses familiares a través de un matrimonio de conveniencia con un puro homo economicus. Miró hace que el rival de Antón sea su antítesis física y, sobre todo, espiritual. Se trata de su antiguo compañero de estudios Senabria, por el que Antón siente un franco desprecio desde niño. Sin embargo, al colocar frente a Antón un oponente que no puede hacer ninguna sombra a la talla personal de Antón en tanto objeto de una elección femenina, Miró resalta en solitario la adecuación del sujeto a su propio deseo como el determinante del éxito en la consecución del objeto, y de la felicidad consiguiente. Y es que Senabria es caracterizado como un hombre absolutamente identificado a los significantes paternos43, los cuales le dotan de una confianza y de una solidez personal, y le señalan el horizonte al que ha de dirigir sus esfuerzos con una claridad que garantiza el éxito de las empresas que inicia, afectivas44 y económicas45. Frente a él, Antón queda desconcertado. Las razones de su inseguridad son simétricas e inversas a las que fortalecen a Senabria46: mientras que a este le centellean los ojos de jubilo y de certidumbre en la verdad, en la verdad suya. Yo me paso el día dudando. Todavía no he averiguado si Senabria es superior o inferior a mí47.
Pero es precisamente éste el momento en el que se pone en juego la condición de amor: ser «mujer del Otro» es el requisito para encender el motor del deseo de una forma decidida, dispuesto terminantemente a la dificultad y al logro. De nada sirve que, paradójicamente, su conciencia le muestre lo concluso e irremediable de la oportunidad perdida. La condición de «mujer prohibida» vuelve caduca la imagen idealizada que sostuvo el Antón infantil y enamoradizo, e instala la voluntad masculina de gozar de la mujer deseada48.
A partir de aquí, Antón sufrirá la tensión agridulce de gustar de la confirmación de ese amor y de esa imposibilidad. Esa “alegría angustiosa49” desbordada con la que Antón acude al reencuentro de Elena, esa tensión irresoluble entre el deseo y su prohibición califica el goce así obtenido como neurótico, y aleja a Antón del disfrute del placer que una relación libre con Elena debería haberle proporcionado50.

Antón inicia así su viaje de reencuentro con su amada. No sin ser atenazado por sus inhibiciones y sus dudas51, Antón puede culminar su encuentro con Elena, y confirmar su desventurada vida52, pero no logra hallar el rastro del amor que Bellver dijo que le tuviera de adolescentes53. Lo que es peor, la resignación de Elena a su destino54 hace que a los ojos de Antón hasta por ser desgraciada pertenecía más al marido55. Fracasado en su intento de arrancar una declaración de amor de los labios de Elena o, retorna la pregunta que hizo destino de sus remordimientos: Por qué no había sido mía esa mujer56.

Será la propia Elena quien tenga que proporcionar a Antón la indicación del camino de salida para su atolladero deseante. Antón podrá cumplir su deseo nuevamente a través del deseo del Otro. Logrará la felicidad de su amada solamente en el momento en el que se case con otra. Antón cumple aquel último deseo de Elena casándose con Pilar. Logra así, a través de este obediente cumplimiento, poseer lo único que le fue dado poseer de Elena a través de la procuración en la persona de otra mujer. Miró concluye dejando a Antón con el “terrible” presentimiento de su felicidad sin Elena57. Pero la calidad de esta felicidad está muy lejos de la gloriosa idealidad que había sostenido las pretensiones de su horizonte amoroso hasta entonces. La felicidad que se le anuncia parece proceder de la resignada adecuación de la realidad cotidiana a la verdad de las limitaciones de sus posibilidades subjetivas58.


1 Me parece de gran interés en este sentido que ya en CC encontramos, con otros términos, la misma paradoja propuesta a su protagonista Félix: “¡Ideales y ansias se manifiestan en escándalo y truhanería” (CC. p.301). La misma idea encierra la respuesta que le da Elena Bellver a Antón Hernando en NG, ante la pregunta sobre su conducta hacia ella: “-Es usted bueno y comete usted locuras que hacen sufrir.” (p.484).
2 Así, la horfandad de Luis y Laura en DC, de Aurelio en PR, de Agustín en AR, y de Enriqueta en PE; la muerte del padre para Paulina en SD; la muerte de la “hermanita” para Mo Fulgencia en OL; la muerte de la madre y la hija para Federico en NA; la muerte de la madre y de la hermana de Luisa en PR; la muerte del tío Guillermo para Félix en CC; la muerte del hermano para don Ignacio en el HS. Incluso la muerte de “Corderita” para Laura en DC.
3 P.447.
4 Pp.463-464: “«¡Esos pantalones que traes me los debíde coser yo para estas piernas!» Y se golpeaba las rodillas y le resonaba el llavero. Mi mujer cortaba y cosía mi ropa.”
5 P.438.
6 P.433: “Era mi padre de los Hernando de la Mancha, linaje de labradores ricos y temerosos de Dios. Muy joven, pasó a la comarca de Murcia, y allí prendóse de la mujer que había de ser mi madre, que era de casa rancia y empobrecida.” P438; “cuando le avisaban a visitas salía Bellver taconeando reciamente, mirándonos y sonriéndonos desde Su alta dicha. Por él supimos de su casa-palacio en Palma, y de sus predios en los frondosos valles de Soller, y que su opulenta familia viajaba en un vapor correo todo blanco.”
7 P.438: “Yo, colorado de vergüenza, me refugié entre los míos, mirando escondidamente a las beldades. Bellver debía de decirles de mí, porque ellas se fijaron en nosotros, y me sonrieron. Señor, yo nunca he Sufrido tanto ni he sido tan dichoso!...”... (p.439) “Me sentí encendido y trémulo, desfallecido de felicidad y de miedo.”
8 P438: “En filas y estudios estaba a mi lado un mallorquín pálido, alto de buen talle, muy galán y aficionado a rociarse de colonia las ropas y el pañuelo. Su calzado era el más elegante y lustroso, y sus corbatas, muy lindas. Cuando salíamos, ladeábase la gorra, y a hurto de los hermanos inspectores, miraba sonriente y picaresco a las muchachas ventaneras. Se llamaba Bellver. Sus elegancias y desenvolturas tuvieron imitación en los colegiales grandes...”
9 Cfr. p.440. Posteriormente la recordará como “suma precisa de lo inocente y puro.” (p.452).
10 En delicada alegoría queda dicho como que: “el demonio cometió vileza en el Sancta Sanctorum de mi amor niño." (p.439).
11 P. 439: “... yo estaba entre la gracia reflejada y la tosquedad en todo su volumen.”
12 ASí, en las ensoñaciones de Antón, “La imagen, pálida y virginal, de Elena tropezaba con el pecho desnudo de una cocineral (p.440)”
13 P.440.
14 Cfr, el hilarante subcapítulo 4 del capítulo 1.
15 P.441: “Pero yo no atendía mi escrito ... pensando en Elena y pensando, Señor, también en el desnudo pecho de la criada.”
16 Pechos de la cocinera —» pechos de la madre labradora —»(condensación)—» pensamiento de Antón con su madre -- (erotización)-—» pensamiento impuro.
17 P.442: “Esa noche no pude cenar; y en el oratorio, donde rezábamos y hacíamos examen de conciencia antes de recogernos, hundí la cabeza entre mis manos, no atreviéndome a mirar..., a que me mirase el Corazón de Jesús. Llegué a mi camarilla o celda, enfermo, convulso.”
18 P.446: “Enfermé de descontento, y, de nuevo, me quedé tullido de reuma; y por las noches me daba calentura y delirio.”
19 Cfr. p.443.
20 Cfr. p.444.
21 Cfr. p.442.
22 Así comienza el cap.2, p.447.
23 P.446.
24 Coloco casi en el mismo rango imaginario a ambas a pesar de que Elena sí llegó a ser una realidad presente en la vida de Antón. Sin embargo, no debemos olvidar que esta presencia fue bien limitada en su temporalidad cronológica, por más que el impacto amoroso producido le hiciera permanente en las ensoñaciones de Antón. No solamente de la cocinera, sino también de Elena podría decirse que alimenta su existencia en la vida de Antón a través de las palabras de Bellver.
24 P.449: “... aunque había pasado de la mocedad, parecía hija del señor Requena, su marido.”
25 P.449: “sin darme cuenta, me detuve en el pensamiento de los cuidados y exquisita limpieza que tenía para su espléndido cuerpo. ... Y la idea de la limpieza me llevó a encumbrar a doña Francisca, viéndola como la espuma de todos los hidalgos del lugar” “
26 Parece confirmarlo la apelación a esta ansia maternal como argumento irrefutable ante las burlas de los sobrinos sobre la disponibilidad amorosa de doña Francisca: “Y el armario de ropitas blancas y pañales” (p.459).
27 Esta dualidad queda expresada en las palabras de doña Francisca: “Preguntáronme qué edad tenía. Contestó mi madre que pronto iba a cumplir los diecisiete.- Ya diecisiete, bendito sea Dios! - dijo doña Francisca, mirándome todo. ¡Y es como una novicia de inocente” (p.451).
28 Esta posición me parece condensada en la siguiente escena: “Me sonrojé, imaginándome que iba a saltar furtivamente la tapia porque doña Francisca me esperaba para llevarme a su blanco baño y bañarme. En seguida rechacé tan fatuo desatino. ¿Y era posible que el pensamiento de la pulcritud de doña Francisca y el candor de un palomar avivasen mi dormida concupiscencia como la ponzoñosa palabra de Bellver?” (pp.451-452).
29 Con todo el simbolismo de hombría que conllevaba en nuestra sociedad. Al elegir un personaje así, Miró parece que quisiera acentuar los rasgos de virilidad frente a la figura aniñada de Antón. Valga su descripción: “grande, roblizo, de faz bruñida como un etíope, sonoro de resuello y de espuelas. (p.457)” Es interesante destacar cómo son las palabras de doña Francisca las que desbancan de su estatus viril a Antón, quien refleja en su actitud posturalla nueva situación en la que queda respecto al nuevo competidor: “No pude hablar. Me senté como un seminarista, teniendo mi sombrerito entre las manos y los hinojos juntos. Mi silla era pequeña, y por su humildad aparentaba yo mayor encogimiento y torpeza.” (cf. p.458).
30 No solamente lo expresa doña Francisca -“-Bendito Dios, si es como de casa”-, disculpando al capitán de saludarle según la cortesía con la que lo hubiera hecho ante un igual, sino que el mismo Antón se tiene por pariente del matrimonio:”yo disfrutaba de la preeminencia de deudo dilectísimo” (p.458).
31 P.458: “Al principio de mi felicidad en su casa me inquietaban remordimientos, comparando mi falacia con la ternura del hidalgo. ... Es lo cierto que el señor Requena me hacía todas las mañanas un buen acogimiento ...”
32 Sirve de contraprueba los esfuerzos racionalizadores -es decir, negadores de la verdad de su deseo-, que realiza Antón cuando le asaltan sentimientos de culpa por su deshonestidad frente a la confianza dada por el señor Requena: “Los razoné, y decidí rechazarlos. Yo no escarnecía al señor Requena, porque no me regodeaba en su mal, ni lo comenté, ni lo pensé nunca con ningún linaje de regocijo. Me parecía que doña Francisca fuese mía nada más, y el viejo hidalgo, su rodrigón o ayo.” (p.458).
33 Cfr. pp. 449, 451, 452, 458, 460.
34 Destaca entre estas fantasías, una de «escena primaria» en la que Antón desvela el cariz erótico y celoso de su vinculación con el matrimonio: “A su lado, pensaba yo involuntariamente en las intimidades del matrimonio; y no lograba imaginarme al señor Requena besado por doña Francisca; y sí que se besarían y todo.”
35 P.460: “... Siete años estuve en Madrid, pasando constantemente del bullicio y del amor placentero al recogimiento de la meditación y castidad.”
36 Pp.460-461. “Me hundía en vedados amores por el impulsivo recuerdo del primer beso de doña Francisca, el beso inicial de seducción, que me mordía siempre, siempre, la carne; y me apartaba arrepentido, y hasta llorando, cuando en los ojos, los cabellos, la boca, las líneas de la figura de una mujer casta y hermosa veía una dulce semejanza con los rasgos casi infantiles de Elena ... Veneraba yo la memoria de Elena y me sentía besado por doña Francisca. Tuve trances que me hicieron creer que de la suma pureza procedían mis ansias saciadas impuramente, y que del arrepentimiento y hastío del pecado, se originaban mis anhelos de perfección...”
37 P.460.
38 El padrino Sebastián se presenta a Antón demandante de su perdón y de su amor. Antón, que en un principio rechaza como una burla esta reaparición, rectifica al saber la muerte de su esposa, la madrina Leandra. Varios son los indicios que Miró nos da para situar al “padrino” en la mayor proximidad del padre de Antón. Destacaré dos. Primero la intensa idealización de aquél por la mujer de este, simétrica a los celos rabiosos de Leandra por la madre de Antón. En segundo lugar, las asociaciones psíquicas que moviliza en Antón un significante del padre: “Hotel Oriente”. El hecho de que la cita del rencuentro con su padrino sea en el hotel donde este se hospeda - “Y estaba en el Hotel Oriente”-, que es el hotel en el que su padre paraba a menudo durante sus años de infancia, tiene un valor de primer orden en la construcción de esta proximidad semántica entre padrino y padre. Más anecdóticamente señalaré la descripción patriarcal y bondadosa de la figura del padrino en el momento del reencuentro, así como los recuerdos de su infancia familiar que le asocia (cf. p.462).
39 Destacaré la composición, que da el aire de «terapia de grupo», a la escena con la que Miró organiza esta situación (cfr. pp.466-467): Antón, acogido en el grupo de sus amigos varones -“Eran muy descuidados, optimistas y maleantes”-, se encuentra suficientemente confiado para que desgrane la palabra de sus angustias amorosas y existenciales -“Ganado de su alborozo llegué a exclamar ... Y contando aventuras, vine a referirles la de doña Francisca”-. Allí, de los de entre el grupo, uno, colocado en el lugar transferencial de sujeto-supuesto-saber -“Como no podía faltar en el ruedo de mis nuevas amistades un varón filósofo”-, le ofrece una interpretación a sus palabras -“éste, cuando acabé mi relato, me dijo ... La señora doña Francisca es un símbolo"-. El efecto terapéutico que tienen para Antón estas palabras, desvanecen lo imaginario de su fantasma en un trabajo psíquico progresivo -“iba sintiendo una purificación dolorosa de mi alma ... Burlas, disipaciones, lascivias y todo lo grosero se me presentaba bajo la forma carnal de doña Francisca. Y aborrecí el símbolo, y quedó roto. Pobres símbolos”-, y un estado de alivio y euforia viene a confirmar su acierto terapéutico: -“Yo estaba contento, contento fisiológicamente”
40 P.466: “Apenas asomado a la orilla de la vida, retrocedí temiendo en todo armadijos y peligros!”.
41 P468: “¿sabes por qué mi madre no llevaba últimamente a Elena al colegio...? ¡Pues porque mi hermana se había enamorado de ti!... - Senabria pertenece a mi familia. Se casó con Elena...”
42 P.475: “su razón es la misma razón social. Es siempre y armónicamente «Hijo de B. Senabria».”
43 P.476: “le pregunté: - ¿Y sois felices los dos? Me miró con asombro. Quizá no se le había ocurrido nunca saberlo. - Claro que somos felices; pues no faltaba más! Y se rió con estrépito.”
44 P.474: “Yo la pedí con miedo, porque la casa de Elena tenía fama de altiva y rica: imagina, dos millones seiscientas mil pesetas! ¡Y la casa «Hijo de B. Senabria», aunque muy fuerte en crédito, sólo giraba cuatrocientas mil!... Claro, una fortuna para este pueblo.”
45 P.475: “«¡Si yo fuese capaz de algo decidido y valeroso ...) ni el color de mi cabello tiene firmeza.”
46 P475.
47 P.469. “Desde que supe que Elena era casada, ya no fue para mi el horizonte de mi vida, el ideal de pureza de amor de niño y grande, sino que repentinamente la necesité, la deseé y la quise sin ningún misterio. Antes la veía lejana, esfumada y serena como una idea, como un dechado de venustidad; ahora se me aparecía cerca y vedada, en su línea concreta de mujer hermosa y prohibida, que pudo ser mía y la había perdido para siempre.”
48 P.471.
49 Pp.483-484: “Sólo apetecía que Senabria supiese que le apartaba a su querida. Lo decidí, y lo hice por impulso generoso, y ya logrado, sentía un goce bajo y soez...”
50 P.476: “«¿Por qué no voy a verla?», me preguntaba yo todos los días. Y mi alma me lo dijo en voz baja. Yo no iba porque tenía miedo. Miedo de convencerme de su felicidad, y miedo de saber que fuera desdichada. ... Y a punto que ya decidía verla y hablar la de verdad, no sólo me encogieron y ataron los temores que confesé al principio, sino que además noté un sentimiento de vergüenza inefable ....”
51 Dentro de un clima de infelicidad vital (cfr. pp. 478 y 480), es notoria la referencia a la insatisfacción sexual de Elena: “La vi muy triste, muy pálida; era una enferma de pureza. Parecía virgen. (p.486)”
52 P. 485: “No supe nunca si Elena me quería.”
53 P.485. Y no le quería, Señor La fidelidad de esa mujer era una virtud separada del amor, ceñida a su alma y a su carne con la aspereza del cilicio; ni siquiera podía complacerse en ella Según hacen muchas mujeres que la ostentan como una joya.”
54 P.482.
55 Para la que Antón no ocupa más que el lugar de un hombre “muy bueno”, cuya presencia disipa momentaneamente su soledad y tristeza (cfr. p. 482).
56 P. 486.
57 P.488.
58 P.487. “Yo sería un Werther que nunca se mata, sino que se resigna a ser un hermano pequeño, desgraciado, y vive blandamente entristecido bajo la caricia de un hogar dichoso, y dichoso por mi renunciamiento...”



lunes, 25 de julio de 2016

CONDICIÓN DE AMOR Y RECURRENCIA TEMÁTICA EN LAS NOVELAS DE GABRIEL MIRÓ. LA MARCA SIMBÓLICA DEL OTRO, EN "LA PALMA ROTA" Y "LAS CEREZAS DEL CEMENTERIO".

Muchacha leyendo, de Gustav Adolph Hennig
Que la condición de ser «la-mujer-del-Otro» es más una condición simbólica que un juicio de realidad, encuentra su mejor evidencia en PR. Allí, la heroína, Luisa Castro, es una mujer en la plenitud de la vida, sin compromisos que la obliguen en ningún orden. Sin embargo, Aurelio Guzmán, su enamorado, encontrará en ella la más inconmovible fidelidad a un Otro paterno. Y no es porque Luisa no se sienta atríada libidinalmente por el novelista. Más allá, incluso, la afinidad personal entre ambos no escapa a la observación de los asiduos a su amistad1.
Miró, en tan sólo una pincelada, nos da razón de la situación personal de Luisa, así como de sus causas. Luisa vive entregada al cuidado de su padre y del hogar familiar2: el golpe de la muerte sobre su madre y su hermana, así como cierto fracaso amoroso3, destrozaron la alegría familiar y personal de Luisa, la cual ha encontrado en el arte de la música el cauce de sublimación de su sensibilidad y sus inquietudes femeninas. En este Sentido, el personaje de Luisa comienza donde termina el de Laura, en DC.
Luisa podría ser la estabilización y cronificación de la incipiente neurosis de Laura. Es perfecta la caracterización histérica de Luisa, a través de la represión de su sexualidad4 y su corolario de secuelas afectivas5, así como de la idealización del Padre en tanto que «amo» al que servir y sobre el que reinar. Luisa vive entregada al «amor del Padre» y en permanente rivalidad con el hombre6. No se trata solamente de su atención a un padre ya viudo, al que aliviar en lo cotidiano de sus vidas de la huella imborrable que dejaron en su alma la muerte de la amada esposa, y de la hija de sus alegrías. Se trata también, y sobre todo, de su identificación al rasgo de la afición musical del padre, que ella eleva a un grado de idealización máximo, y que encuentra en el anciano maestro Gráez la encarnación de ese Ideal, donde Luisa disuelve la sexualidad masculina en una indiferenciación genérica7. La idoneidad del maestro Gráez para ocupar este lugar paterno en la subjetividad de Luisa queda sellada por Miró al hacerle al viejo músico -también viudo- abandonado por su única hija, precisamente porque el efecto excelso de su arte llevó a su hija a buscar en el convento las razones de la profunda espiritualidad que de él emanaba. Pero mientras el anciano músico califica de “enfermiza”8 la orientación vocacional que la música de su violonchelo produjo en su hija, admira y ensalza la orientación que produce, en cambio, en la espiritualidad de Luisa9. Así, Luisa, en la disposición argumental en la que la situa Miró, se encuentra ocupando en el corazón de esos dos padres10 el lugar de todas sus mujeres.
Sin embargo, toda esta identificación al Ideal paterno no subsume ni encauza completamente el caudal pulsional de su deseo. La presencia del escritor junto a ella queda inmediatamente impregnada de tensión erótica no solamente por parte de Aurelio, sino también por la de Luisa. Aunque en esta última sea la erotización inscrita en la rivalidad con los hombres la que muestre siempre su rostro. La «otra», aquella a la que termina por reconocer Aurelio como el auténtico objeto de su amor, sólo se muestra en la clausura de sus más íntimos pensamientos y fantasías. Se ha sugerido si esta «otra» a la que se refiere Aurelio es la hermana muerta de Luisa. Me parece completamente errónea e innecesaria esta suposición. En toda la «lógica» del personaje de Luisa se hace evidente que la «abdicación» a la que se refiere el escritores toda esa parte del deseo de Luisa que ha caído bajo la sombra de la represión inconsciente en su psiquismo. El amor que la empuja hacia Aurelio no puede encontrar, en este atenazamiento represivo, más manifestación que en su forma de inversión como odio, a través de la continua búsqueda de sus imperfecciones morales11 y su minusvalía artística12. Pienso que puede servir de confirmación las propias palabras que Miró pone en la mente de Luisa como respuesta a las de Aurelio: Luisa encuentra en sí misma a aquella «otra» de la que sentir celos por el amor que le profesaba13.
Porque la perturbadora presencia en Aurelio de su amor por Luisa se remonta a los inicios de su adolescencia14, en la que aquélla ya le hacía una pregunta premonitoria que conservará todo su valor de incógnita durante toda la novela: “¿tan difícil de contentar soy yo?” Aurelio partirá sin conseguirlo. Al fin y al cabo, él sólo está tocado por una musa menor, y portanto su orgullo es vano. Su inicial arte narrativo nunca podrá competir con el magisterio musical de Gráez. Y Luisa sostendrá siempre esta arbitraria inferioridad espiritual negando, incluso, los emotivos efectos estéticos que observa en el músico cuando le lee15, así como su recomendación directa de que ella misma lo haga16.
Como en otras ocasiones, Miró marca con una edad sensiblemente más avanzada al objeto de amor de su protagonista17. Luisa mortificará con este dato a su enamorado continuamente. Aunque la diferencia de edad entre ambos no alcanza a una generación, sin embargo, Miró en esta ocasión incide especialmente en ella18, haciéndole sentir dolorosamente a su protagonista esta diferencia, como si esta insistencia en la diferencia de edad quisiera situarle en una posición infantil, que puediera leerse como filial sin demasiado forzamiento19. Esta caracterización infantil de Aurelio viene complementada por la insistencia en la condición de “huérfano” de éste. De la misma manera habría que considerar los esfuerzos vanos de Aurelio por conseguir que su tía materna, mujer que había perdido a sus propios hijos y a cuyo cargo había quedado él, le nombrase como “hijo”20, y que nos revela la búsqueda de un maternage que supliese aquella sentida carencia.
Para Aurelio, y aún más para Félix en CC, se cumple aquella frase de Binet de que siempre se vuelve a los primeros amores. Entre su prima Adelina, la “princesita”, el nuevo amor, y Luisa, Aurelio se encuentra decididamente orientado hacia ésta. Y esta orientación amorosa muestra toda su potencia tanto por las facilidades que le presenta aquélla a la que ignora, como las dificultades de aquélla a quien persigue. La entrega de Adelina es sincera e inequívoca. Sufrirá por ello de los desplantes y las zozobras del comportamiento amoroso de Aurelio, lo mismo que éste los sufrirá de la desconcertante actitud de Luisa. Al final nada podrá ninguno sobre el otro. Sujeto y objeto se muestran aquí en su máxima división, ya que no en su máximo extrañamiento. Porque Miró sostiene la tensión dramática de la novela en esta lucha interior que tiene cada uno de ellos con su propio deseo, de manera que la orientación que tomará su amor siempre queda en una suspensión del objeto que solamente se resolverá al final de la novela. Es decir, el amor circula entre los tres inequívocamente. Y es aquí donde la «condición de amor» hace valer su mando. Más allá de lo que aconsejaría el buen sentido, es decir, las condiciones que la realidad de sus circunstancias muestran como la elección más adecuada, más viable, la elección de Aurelio se inclinará por aquella mujer que no puede dejar de rechazarle, comprometida como lo está en lo inconsciente con un Otro, compromiso que, por su parte, define cuál sería la condición de amor que regiría para cualquier hombre que la pretendiera21.
En CC encontramos nuevamente este Otro simbólico que ocupa el corazón de la mujer objeto de amor del protagonista. Novela bastante más compleja que la anterior, conserva, sin embargo, este rasgo de la psicología amorosa de sus protagonistas22. En esta ocasión, la caracterización simbólica de ese Otro paterno, queda reforzada por aparecer en la novela solamente en tanto recuerdo de los que allí interactúan, ya que su muerte acaeció tiempo antes de la temporalidad en la que transcurre la novela.
Nuevamente el protagonista, en esta ocasión Félix, el “místico” estudiante de ingeniería, tendrá que hacer su elección entre términos homólogos a Aurelio: de un lado las mujeres célibes que le brindan su amor, Isabel y Julia; del otro, Beatriz, madre de esta última y esposada con Lambeth. Sin embargo, la condición de «mujer del Otro» no le viene a Beatriz por este matrimonio, sino por haber sido la amante de Guillermo, tío paterno de Félix.
Desde el comienzo de la novela Miró nos dibuja la problemática configuración psíquica de Félix radicada en la divergencia del amor respecto al deseo y el goce. Si es la condición misma del objeto del deseo desplazarse de uno en otro sin terminar de dar consistencia a ninguno en particular, en Félix esta propiedad del deseo aparece en un grado de exacerbación acorde con la hiperemotividad y la hiperestesia que caracterizan el conjunto de su personalidad fantasiosa. Esta disposición suya hace que cualquier objeto aparezca a sus sentidos dotado de la fascinación suficiente como para que capture inmediatamente su deseo, y le ponga a la tarea de conseguirlo23. Ahora bien, esta capacidad de enamoramiento cósmico, universalista, está sostenida por un deseo que declina inmediatamente ante el anuncio de la consecución del goce del objeto que se trata de poseer24.
A partir de aquí, el sufrimiento del sujeto está garantizado. Enamorado del mundo y de la vida la des-ilusión está siempre esperándole en la misma meta de sus esfuerzos. Allí nada será lo que parecía ser. La cobertura imaginaria del objeto se disuelve y corre a revestir otro, convertido en nuevo polo de enamoramiento que relanza el ciclo eternamente.
Desde aquella mirada inicial25 con la que Beatriz identifica a Félix sobre las mismas coordenadas temporales en las que se interrumpieron Sus vivencias compartidas, y aquella sonrisa26 de aceptación maternal a las primeras muestras de la hiperestesia emocional de su carácter, Miró marca la diferencia generacional y la condición filial que tendrá Félix para ella27.
Sin embargo, el carácter materno que va a tomar Beatriz para Félix28 no proviene solamente de esta diferencia de edad, sino que lo toma principalmente por el hecho de ser nombrada como tal por su tío Guillermo. La pregunta sería ahora de dónde recibe éste un poder de nominación tal. De entre los varios hermanos del padre de Félix, Guillermo es el «padrino». Tal vez sea el momento obligado de dedicarunas líneas al rango significante del término «padrino» y «madrina» en las novelas de Miró. Más allá de su denotación originaria referida al vínculo religioso que ligará a dos personas a través de un sacramento, pienso que en Miró el peso familiar que adquieren las relaciones nombradas por estas palabras se funde plenamente en el parentesco directo, ahondando su uso en las raices etimológicas de la palabra que tienen su fuente en «padre» y «madre» respectivamente. Así, encontramos que, del centenar de ocurrencias que se dan en las novelas que estoy considerando, solamente en tres ocasiones están directamente referidas a su origen sacramental29.
El protagonismo que tiene esta categoría de parentesco simbólico en CC justificaría que la nombráramos como la novela de “la madrina”. Los padres de Félix quedan completamente desdibujados frente a la pareja del padrino y la madrina. Pero es que el mismo padrinazgo de Guillermo queda continuamente sobrepasado en un bucle que le vuelve como paternidad simbólica de Félix, que todos le reconocen, incluso de manera abrumadora. Si Beatriz le reconoce al principio de la novela por ser de igual talante que cuando era un niño, a partir de su reencuentro con familiares y vecinos todos resaltarán la similitud física, pero sobre todo espiritual que guarda con el difunto “padrino” Guillermo. Esto es a tal punto, se llega a una situación tal de rememoración colectiva, que Félix no puede evitar sentir cómo se difumina su propia identidad personal. Y es por ser tan “heredero” de sus rasgos, de sus cualidades y defectos, que Guillermo puede nombrar quién habrá de ser la “madrina” que le corresponda a Félix30.
La “madrina” es «mujer prohibida» por partida doble, y en varios registros. Primero, y en lo más inmediato, en tanto es mujer casada. Segundo, y ya en el registro de las pertenencias significadas simbólicamente, en tanto fue la amante del “padrino”31 Guillermo, “la madrina”. Y, como efecto de ello, prohibida en tanto los padres de Félix, y toda su familia, la rechazan como culpable de la muerte de Guillermo. Dejemos simplemente señaladas la primera32 y la tercera circunstancia, y centrémonos en la segunda que es la que tiene el potencial simbólico eficaz para que Beatriz, “la madrina” sea el objeto de la elección amorosa de Félix.
El desarrollo de la novela lleva dos líneas paralelas en el desenlace de anhelo amoroso de Félix, y el desvelamiento de sus identificaciones con su tío Guillermo. Ambas, a su vez, enmarcadas por el misterio y el secreto de las razones de la prohibición paterna que pesa sobre Beatriz. Así, desde el primer capítulo, la misma Beatriz le dice, conmovida, los primeros rasgos de esa identidad33. En ese momento recupera ella también la identidad de «madrina» para Félix. Desde su encuentro hasta aquí, pues, la identificación de Félix en su retorno al hogar es dibujada por Miró sobre la base de una rememoración que sitúa a Félix como el niño que fue, sin cambio alguno en su carácter, coetáneo de la hija de Beatriz, y cuidado maternalmente por la «madrina»34. Y, subrayémoslo, todo ello inscrito en el marco de una clandestinidad familiar, al pesar ya sobre Félix la intuición de una prohibición basada en la enemistad de los suyos hacia Beatriz.
Se inicia así una triple confusión calculada que dibuja las líneas y los contornos de la relación «prohibida» entre Félix y Beatriz, Beatriz se dirije a él a través de enunciados maternales, pero que no pueden dejar de evocar resonancias amorosas35 en tanto en cuanto todos los rasgos de su personalidad que le significan como idénticos a los de su tío Guillermo lógicamente no pueden dejar de vehiculizar el amor que despertaron en ella por su portador originario, Guillermo. Por su parte, y para el lector, en la reiteración de las identificaciones de Félix con su tío que se van desvelando, se le irá haciendo patente que también la dirección del deseo abocará a una idéntica elección amorosa. La pregunta por la originalidad del amor que Beatriz siente por Félix planeará sobre éste como duda hasta el final. La sombra del amor de la madrina por Guillermo permanecerá en la mente de Félix por más que ella quiera desmentirlo.
Sin embargo, de todo lo anterior no podemos colegir un mismo rango amoroso entre Félix y su padrino36. Lo apasionado y turbulento de su modalidad deseante está marcado por sentidos opuestos dentro de la misma dirección. Así, mientras Beatriz es el objeto del deseo y del amor de Guillermo, y es con ella con quien quiere gozarlo, Félix, en cambio, queda definido por su autorreferencia al amor mismo37, con olvido del objeto, subsumiendo místicamente goce y deseo en una vivencia intensamente idealizada del amor. En último término el goce de ese amor se vuelve regresivamente pasivo, e intensamente autoerótico38.
No podemos dejarnos engañar por las primeras frases del párrafo de la cita anterior. He de resaltar la indefinición del objeto del deseo que hace girar en el vacío la orientación amorosa de Félix y, cual boomerang, retornar sobre sí mismo39. Así, el repaso postrero a lo que ha sido su vida amorosa antes de morir40, le hace preguntarse a Félix “¿A quién había querido?”, con un saldo bastante pobre: para Isabel, el enigma de su imposibilidad de amarla; para Julia la vergüenza de unos celos; para Beatriz gratitud y remordimiento. Al fin y al cabo, su mirada retrospectiva - ¡Rastro y apagamiento de desgracia fue dejando en todos los corazones [...]41-, es, sintomáticamente, pobre patrimonio amoroso para quién, como él, amaba todo y a todos en una entrega sin límite.
Y es en este momento agónico, cuando Félix ya puede sentirse él, y en posesión de sí, donde resurge la pregunta por su identidad y su deuda con el Otro del que tal vez no fue más que su siervo. Al fin y al cabo, Félix sitúa en su padrino y en la vena generacional que representa el origen de su destino desventurado. Y el registro que encuentra para fijar su posición subjetiva en el momento de la verdad, es la “Ironía”42. Como nos hace notar el profesor Lozano, es el punto al que también llega Antón Hernando43. Allí Miró nos define su idea de la ironía, en la que quiero destacar cómo escapa para el propio sujeto su beneficio, por ocuparse solamente de la queja que la alimenta. Quisiera añadir también su fuente etimológica en tanto interrogación que finge ignorancia. Si Sócrates fue maestro en su uso para desvelar la verdad que se quiere ignorar de sí mismo envuelta en todos los velos de la ilusión, Félix también llegará de su mano a la verdad acerca de la falsedad de su existencia impotente. Si los nidos de las quimeras que ahora se muestran vacíos de los engañosos pájaros de antaño ya no podían sostener más cierta imagen de sí mismo, tampoco ahora tenía calor para llenarlos de águilas ideálicas y suyas. Perdido lo ilusorio del altruismo de su calidad amorosa, abandonado del soporte imaginario de ser valedor de grandes ideales, Félix resume en frialdad y obscuridad lo que queda de su corazón. El hecho de que Miró subraye el “suyas” de esas “águilas ideálicas” parece querer señalar el fracaso final de Félix en sostenerse en lo imaginario de las identificaciones a aquellos rasgos que dieron su grandeza al padrino.
Si Guillermo murió en su desafío a la ley44, queriéndole arrebatar la mujer al Otro45, Félix, ignorante del legado simbólico de la “novela familiar” que le precede, no hará más que sumar prohibición a la prohibición, y transgresión a la transgresión, multiplicando en el seno de la repetición inconsciente el desafío mortal al Padre. Por eso, sería achatar la novela quedarnos fijados al relato médico de la muerte de Félix. Aunque Miró se ciñe a la clínica de la crisis cardíaca, me parece de mucha mayor contundencia heurística el aparato simbólico en el que la envuelve, y que la dota de toda su determinación psicológica46. Félix muere cumpliendo una neurosis de destino. Marcado en lo más hondo por los significantes del deseo de su “padrino” Guillermo, Félix no podrá dejar de llevar hasta sus últimas consecuencias el balizamiento simbólico en el que alienó toda su existencia. La progresiva toma de conciencia que va realizando a lo largo de la novela acerca de las fuentes de sus rasgos espirituales culmina demasiado tarde para alterar aquello que se va cumpliendo inexorablemente. Y la vida de Félix termina en el cumplimiento de la última identificación con su “padrino”. Saliendo del desmayo y antes de que la conciencia pudiera regular nuevamente el curso de sus pensamientos, Félix le nombra, y dice: ¡Como Guillermo! ¡Me mataban como a mi padrino! ¡Qué garra de dolor en el costado, y en el cuello la mordedura del oso!... ¿No decís que soy lo mismo que él? ¡Pues lo mismo muero!47"
Allí reconoce su identidad como identidad debida al Otro. Solamente después puede preguntarse por lo que queda de él, una vez cumplido el recorrido de todas aquellas identificaciones al Otro. Sin embargo, Félix no es Guillemo. Como la copia respecto al original, Félix no puede asumir el sino dionisíaco que proporcionó a Guillermo toda su trágica grandeza, que le hizo permanecer en el recuerdo de los demás como un mito. Félix es Guillermo, pero ¡Guillermo sin la vida aventurera de amores y de riesgos difíciles y heroicos! ¡Guillermo, pero atado a vida sumisa, perdiendo el color de sus alas entre los dedos gordos de no sabía qué rigoroso señor!...48"
La pugna con Giner por el amor de su esposa49, y en la que Félix quiere reconocerse como émulo de su “padrino” por el amor de Beatriz, no pasa de ser una tragicomedia frente a la sincera apuesta vital que hace Guillermo en el compromiso con su deseo50. Félix no puede llevar hasta Sus últimas consecuencias la lógica pulsional de una vida como la de su tío. De ahí el recurso a la ironía para poderse situar en relación a él cuando coteja lo que ha sido su andadura, con la de aquél51. Necesita pensarlo desecho en un osario desconocido y remoto, porque él, su ahijado, nunca pudo entregarse a aquella hoguera donde Guillermo, tras manumitirse de las ataduras de timideces y recelos, “se abrasó en el pecado”52.


1 Así, Gráez, en un momento de de honda emotividad estética compartida con Luisa, le dice: “¡Qué buena, qué grande eres! ¡Qué dúo de almas encontré aquí, en ti y Aurelio ” (p.212).
2 P 196: “Don Luis sonreía. La hija miraba la tarde; pero en sus labios, en sus ojos, en Su frente, había preocupación y tristeza. Cuidaba Luisa de todo en el hogar desde que murió su madre y su hermana. Quedaron rotos los dulces coloquios de doncellez.”
3 P 196: “La plebeya condición espiritual de un hombre, su amor primero, le selló alma y labios. No tuvo ya intimidades ni expansión aliviadora de ensueños y aflicciones.”
4 Sería representativo del alcance de esta represión la frase: “Ella ladeó heroica su cabeza para impedir el temido beso en los labios”, en la escena del arrebato pasional de Aurelio hacia Luisa (p.225), escena que tendrá su homóloga en DC.
5 P 196: Es paradigmático de esta posición la activación del deseo por procuración de la Otra-mujer, a través de la cual poder desear: “Luisa los vio muy juntos; la mirada de la doncella casi niña había sido recibida, bebida por los ojos de Aurelio. Los dos eran más jóvenes que ella! Parecióle aquel hombre más hermoso que nunca sabiéndolo querido.” (p.219).
6 Así, cuando Aurelio le pide que toque el piano para él, le responde: “-Por usted solo Si yo no toco por nadie! Y sonreía, pero sus ojos mostraban la emulación de su alma con la del hombre” (p.213).
7 Aspecto éste de la negación de las diferencias sexuales de interés capital para la histérica: “La música era el más supremo alado. Las demás artes necesitaban de medios de expresión más humanos o terrenos; de modo que los músicos-genios perdían para ella la carne y hechura de hombre, quedando en un misterioso androginismo, o, mejor, angélicamente, sin sexo; música humanada, algo inefable, como el arte amado.” (p. 196).
8 P. 197.
9 P.197: “«¡Oh mujer excelsa en cuya alma prende el arte alas de sublimidad, y no te reduce ni marchita como a mi hija!». Un noble gozo iluminó a Luisa, escuchándole.”
10 P.198: “Vendrá con nosotros y le cuidaré yo como una hermanita de la Caridad... -Y Luisa detuvo su comparación, que asociaba la idea de la rota paternidad de Gráez.”
11 Esta posición ambivalente de Luisa, ya de entrada, en la que su sofoco manifiesta un interés reprimido por Aurelio que sus palabras tratan de desmentir, queda bien expresada en el siguiente diálogo colectivo: “¿Y ese milagro de tener aquí a vuestro amigo de antes? ¿Te resulta? -le preguntaban ellas. Enrojeció oyéndolas Luisa. Y sabia y fuerte dominadora de sí misma, quedó serenamente distraída. ¿De quién habláis? -¡De Aurelio, mujer ¿De quién quieres que sea? -¡Ah, sí, Aurelio Le conocíamos de antiguo. Después le perdimos; y ahora ha vuelto traído por Gráez. -Debe de ser muy original... Dicen que... -Sí, tiene su carácter; pero..., al fin, un hombre como todos... -Desde luego, hija, que no será un dios.” (p 209). Aunque, cuando puede afrontar la verdad de su deseo, Luisa reconoce que en él “... su frente era de genio, su boca de apasionado! (p.219)” Por contra, su prima Adelina le muestra su admirado enamoramiento con palabras inversas, directamente: “-¡Cómo lo quieres todo Tú no eres como los otros hombres! -le balbució su prima acercándosele desfalleciente de ternura.” (p.219) Cfr. la frase homóloga de Isabel a Félix, su primo, en CC. p.240.
12 Así le presenta Luisa en público: “Recogió Luisa la impresión que la entrada de
Aurelio dejaba en todos; y no supo por qué quiso que el pianista lo fuera maravilloso. Ella los presentó:-El maestro Gráez. Dijo luego el nombre del músico cortesano, adornándolo de alabanzas. Y casi displicente nombró al escritor de esta manera: -Aurelio Guzmán..., aficionado a la música..., digo..., me parece.(p.209)” En otra ocasión es más explícita aún. Aludiendo a la presencia necesaria de la inspiración en el auténtico dotado para el arte, le responde ante su petición: “-No es que no quiera; es que no puedo, no siempre se puede. Como no es usted artista, acaso crea esto un pobre capricho de mujer!” (p.213).
13 P. 228: “Sola quedó Luisa. Su mirada se esparció en la llanura; llegó a la palma rota, y contemplándola, la vio transformada en mujer; y era ella misma, alumbrada y henchida de amor; más joven; con fe y ansiedad en sus ojos; y ella besaba a Aurelio en su frente de gloria, en su cabello, en sus mejillas, en su boca de apasionado, de niño excelso, príncipe y cruel. Y el alma de Luisa se torció de dolor de celos, celos incurables, malditos, feroces, celos de sí misma.”
14 Cfr, los recuerdos juveniles de Luisa en la p. 199.
15 P.198: “Aceptaba las visitas de los amigos del hermano, aunque algunos momentos la cansasen. Eran nada más hombres. Los espíritus raros, indomables, extraordinarios, sólo los comprendía siendo músicos.”
16 Cfr, p.199. En la p. 198: “Y el maestro, el mismo Gráez le había ensalzado casi sacrílegamente!...”
17 Así, en CC, OL y NG.
18 Indudablemente la importancia que adquiere en PR la temporalidad en el amor es de primer orden. El desencuentro amoroso del triángulo Luisa-Aurelio-Adelina se justifica por la pérdida del «momento oportuno» para la fructificación de un amor que, por otra parte, está presente en todos ellos. No es que Aurelio llegue “demasiado tarde” al alma de Luisa, como dice al cerrar la novela, sino que fue ella la que llegó demasiado pronto al alma de Aurelio. La metáfora de los troncos de los olivos partidos y separados en la p.219 es ilustrativa y sintética del conjunto de este tema.
19 Como muestra de ello, por el valor causal que le da Luisa para explicar su comportamiento con él, podemos leer en la p. 227: “-Es verdad. Pero usted es muy niño. Mujer más joven que yo sabrá encender ese sol que usted dice, y curarle de lo que usted ha creído nuestro amor.”
20 Cf. p.200, 221, y particularmente la p.224 en la que se refleja cómo perdura en el fondo personal de Aurelio su condición de “huérfano”.
21 Miró sitúa en este punto el fracaso amoroso de Luisa en lo que fue su única experiencia con un hombre: “la plebeya condición espiritual” de aquél. Es sobre esa medida de la idealización del padre sobre la que el pretendiente ha de medirse para que ella pudiera consentir en su amor. Que Aurelio esté muy próximo a cumplir dicha condición, pero sin alcanzarla, es uno de los elementos de tensión argumental.
22 La crítica mironiana ha hecho ver las relaciones entre la novela epistolar de Goethe Werther y CC. Abundando en esta idea, y por mi parte, quisiera apuntar un detalle respecto a la condición de amor del joven Werther, que le sitúa como referencia mironiana también en la perspectiva que vengo desarrollando aquí. Hacia el final de la novela, cuando Werther ya ha decidido poner fin a su vida, tiene un tenso encuentro con Carlota, el anteúltimo, en el que ésta le increpa, al ver el estado emocional en que se haya: “-Tened calma -le dijo-. ¿No comprendéis que corréis voluntariamente a vuestra ruina? Por qué he de ser yo, precisamente yo..., que pertenezco a otro hombre?... ¡Ah!, temo que la imposibilidad de obtener mi amor es lo que exalta vuestra pasión. Werther retiró su mano y miró a Carlota con disgusto. -Está bien -asintió-; sin duda esa observación se le ha ocurrido a Alberto. Es profunda, ¡muy profunda!...”
23 P.146: “Y como todo sentimiento, hasta el de la compasión, tenía en Félix algo de
voluptuosidad por lo intensísimo ...”, su comportamiento amoroso quedaba narcisísticamente justificado por razones tan sublimes. Tal vez el extremo más dolorosamente grotesco de esta actitud es la seducción de la esposa de Giner, a quien “quería no por hermosa sino por desventurada, (p.302)”
24 P.99: “Félix siguió ardientemente: -Yo siempre codicio estar donde no estoy! ¡Verdaderamente es dichoso el Señor estando en todas partes!... Pero cuando llego al sitio apetecido, no hallo toda la hermosura deseada, y es que lo que antes miraba lo dejo, lo pierdo acercándome.” Un diagnóstico certero con aire de aforismo popular aparece en la p.149: “Pesadez de hartura y comezón de hambre tejían su mal.”
25 P.101.
26 P.95.
27 En esta ocasión, aunque Miró deja bien marcada la diferencia generacional entre Félix y Beatriz, mantiene la ambigüedad de la posibilidad del goce erótico entre ellos por la equivalencia estética entre ella y su hija. Cfr, el «duelo» descriptivo que fantasea Félix, en la p. 112, y en el que la madre acapara los rasgos más eróticos, mientras que su hija queda más definida por los virginales. Otra escena donde se hace explícita esta edad fronteriza de Beatriz respecto a las pretensiones amorosas de Félix podemos leerla en las pp.110-111.
28 Por el valor de verdad que toman las vivencias que suceden en la proximidad de la muerte, creo que tiene una particular relevancia la presencia de la madre cuando Félix, postrado y moribundo, cree haber reconocido a Beatriz en los besos que sentía en sus cabellos y los suspiros encima de sus sienes (cfr. pp.308-309).
29 En NG p.433, en AR pp.509-510, y en SD p.903.

30 Cfr. p.123.
31 En un arrebato inducido por la memoria de celos pasados, tía Lutgarda le dice a Félix: -¿Tu madrina dices? ¿Es ésa, la forastera? La del pañete de Nuestro Señor! ¡La de Guillermo Sentóse Félix, contrito y avergonzado. ¿Quién hizo resbalar su lengua con óleo maldecido para decir tan grande deshonestidad? ¡Oh, que no supo lo que hablaba ni hacía Y con mucha sumisión tomó el pocillo del oloroso soconusco. Tía Lutgarda le contemplaba entristecidamente, y en sus ojos cristalizábase un recuerdo inefable. (p.247).
32 No es que tenga menor importancia. La condición de esposada de Beatriz es fuente de culpa tanto para ella como para Félix. Incluso puede cambiar el signo de la pasión amorosa de los amantes, desde el ansia del goce más erótico hasta la desexualización de un sentimiento maternofilial. Cfr, p.250.
33 P.106: “Estremecióse doña Beatriz, inclinó la mirada y dijo dulcemente: -¡Es tan violento, tan inquieto, tan criatura como su tío Guillermo”.
34 Cf. p.106.
35 Una primera muestra de esta situación aparece en el siguiente diálogo: -Su cabeza es una tempestad de oro! -le dijo maternalmente. ...-Doña Beatriz, usted no se perfuma como las demás mujeres; usted huele a naturaleza gloriosa, a mañana y atarde de los huertos!... ... -Cuántas lindezas y locuras sabrá decirle usted, algún día, a su elegida! -¡Ya ve que he comenzado diciéndoselas a usted Ella, entristecida, sonrió, y descansó la cabeza en su mano pálida y delgada, y su encendida boca se contrajo amargamente. (pp. 108-110).
36 Esta necesaria diferenciación, que tensa sus identificaciones al padrino y su destino, aparece sintetizada en el siguiente pasaje: “-Guillermo, eres Guillermo, hijo mío!-balbuceó tía Lutgarda palideciendo. La criada persignóse- invocando al Señor, Tristeza y orgullo retorcieron el corazón de Félix. Cuando escuchó de Beatriz su semejanza con aquel hombre hermoso y desdichado, llegó a creerse de rara y halagadora estirpe. Cuando entre los advertimientos que recibía en su hogar se le comparaba temerosamente con su padrino, que él recordaba y se fingía a través de nieblas de leyendas, resignábase, por anticipado, a toda predestinación de desventura, apoyándose en la romántica memoria... Pero ya todos veían en él a Guillermo por andanzas, imaginaciones y hasta gustos humildes y poquedades. Guillermo sin la vida aventurera de amores y de riesgos difíciles y heroicos Guillermo, pero atado a vida sumisa, perdiendo el color de sus alas entre los dedos gordos de no sabía qué rigoroso señor!... Le amaría Beatriz por evocación nada más!” (p.208).
37 Precisamente es en el recuerdo del goce logrado del cuerpo de la mujer amada, que Félix devalúa esa experiencia en favor de la valoración del Amor mismo: “... comprendió entonces cuán inagotable es Amor. Veía a doña Beatriz más deseable y hermosa, y envuelta en nuevas brumas que resistían las más fuertes evocaciones. La contemplaba enteramente, y toda la hallaba distinta y remota de la acariciada. No; no había gozado en la intensidad y en la inmensidad de su hermosura y del amor!” (p. 148).
38 P.111. “-Sí, sí, «madrina», hábleme como a un chiquito... Yo gozo tanto queriendo, que... padezco, porque exprimo y entrego mi vida. Pues sentir que me quieren, me es tan delicioso que oyéndolo parece que me duermo y todo, como un rapaz bebiendo del pecho de la madre.”

39 Así, Félix se ve en la necesidad de insistir en su entrega amorosa, cuando su primo Silvio le devuelve el engaño en el que vive llamándole “Don Juan”: Pero qué dices, qué Supones, bárbaro! Si no son ellas para mí, sino yo para ellas; soy yo el que ama, el que se lastima... ... Félix se fue apartando. Sus labios sonreían doblándose con amargura, y su ánima sollozó. Ideales y ansias se manifestaban en escándalo y truhanería” (p.301).
40 Cfr. p.307
41 P.308.
42 IbÍdem.
43 “Una novela problemática: Niño y grande (1908-1922)”, en La novelística de Gabriel Miró. Nuevas perspectivas, pp27-66. Ed. Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, Alicante, 1993.
44 El desafío de Guillermo, en esa vertiente romántica byroniana, apunta a la legalidad del modo de vida burgués, sus valores y sus usos. Cfr. los males que se le auguran y las recomendaciones para que acate el modus vivendi familiar en pp. 125-126.
45 Si bien es cierto que el amor entre Beatriz y Guillermo no alcanzó su realización sexual, sin embargo ello no desmerece que entregase su vida para librar a Beatriz de un vergonzoso entente comercial entre su marido y el adinerado socio de éste, entente en el que ella era la mercancía más preciada. Cfr, pp. 120-121.
46 No olvidemos el enorme impacto emocional que produce en Félix durante la narración que le hace Beatriz de su relación con Guillermo, la muerte de éste a manos de Koeveld. Cfr, p. 127.
47 P.305.
48 P.208.
49 P. 302: “El peso y la violencia del caído lo derribaron. Félix dio un grito inmenso y angustioso. -Koeveld!!”. La confusión pseudodelirante de Félix asociando al señor Giner con Koeveld arranca con todo el convencimiento y la inmediatez de una percepción que se impone desde el interior; es decir, no como aferencia del aparato perceptivo, sino como carga alucinada de una fantasía, y persiste posteriormente en el mismo registro. Cfr. pp. 128, 143 y ss, y 180.
50 P. 301: “Trágica, patricia y llena de misterio había sido la ruta de Guillermo. La suya sólo dejaba tristezas y desconfianzas plebeyas.”
51 P.308.
52 Ibídem.