Lo mejor que hizo Freud fue la historia del Presidente Schreber. Se mueve ahí como pez en el agua. [...] No fue a hacerlo charlar al Presidente Schreber. De todos modos, nunca es más feliz que con un texto. Jacques LACAN

miércoles, 4 de mayo de 2016

DETERMINANTES SUBJETIVOS EN LA CREACIÓN LITERARIA: LA VIDA COMO NARRACIÓN EN "EL CUENTO DE NUNCA ACABAR"* DE CARMEN MARTÍN GAITE.


Pero debemos detenernos aquí, pues nos hallamos ya a punto de olvidar que Hanold y Gradiva no son sino entes de ficción creados por el poeta. 
Sigmund FREUD
Edward Hooper: Compartimento de tren,1938.
La idea de Martín Gaite es que la vida, la vida humana en tanto existencia, es la narración que construimos de ella (el cuento). Sólo cuando tenemos las palabras de los hechos —aquel real que yacía sin rostro en el vientre del caos-, éstos son alumbrados a la existencia. Y esto no solamente en relación a nosotros mismos, sino que también la intersubjetividad se constituye en tanto relaciones de intercambio significante, intercambio de narraciones entre los interlocutores. 
¿Por qué es el cuento de nunca acabar? El título que da a su ensayo -... de nunca acabar- es equívoco, parcial en relación a la idea dialéctica que equilibra su argumentación. De nunca acabar pone el acento de la tesis general de su libro en la incompletud del Otro del lenguaje en tanto sistema significante. De cualquier segmento del discurso narrado se podrá lanzar una nueva cadena significante que se multiplique así de manera interminable. Cualquier elemento puede ser origen de una nueva narración. 
Hasta aquí, la idea de narración, de cuento, quedaría librada a la condición más automática del lenguaje en cuanto sistema significante. Las leyes que organizan metafórica y metonímicamente las significaciones operan apoyadas en la condición polisémica inherente al «valor» del signo lingüístico, a su condición diacrítica, para producir su red semántica. Ahora bien, dejar las cosas en este punto, apoyar solamente en este extremo la potencia genésica de la lengua para crear el sentido de nuestras vidas, pondría a la narración así constituida del lado de la deriva de la asociación libre que realiza el analizante en el diván del psicoanalista, obedeciendo a la regla de su método: diga todo aquello que le vaya viniendo a la mente. Tal como ya se postulaba en el siglo XIX y los surrealistas exploraron en sus investigaciones estéticas, escribir “automáticamente” producía una “narración”. Escritor y analizante, pues, quedarían identificados en este punto, uno sobre el plano de la escritura, el otro en el de la oralidad, compartiendo la técnica básica, originaria, de la producción narrativa que les es proporcionada por el automatón del lenguaje. 
Sin embargo ¿cuál sería la producción de este narrador solamente provisto de esta deriva significante?. La vecindad del interés surrealista por la escritura automática y por la locura apunta ya la respuesta. Los enigmas de la mente y de la creación artística mostraban en ese espacio común del automatismo la frontera de lo humano. El loco y su pasión por la escritura testimonia de esa patria común con el literato. 
Pero, si bien es verdad que cualquier agrupación significante suficientemente extensa termina por arrojar un sentido, no todo sentido se inscribe en la legalidad de la narración de la que forma parte necesariamente. “Hablar a lo loco” descalifica el decir del hablante para el oyente, y no precisamente por su incompetencia lingüística. Ambos saben que si están sujetos al determinismo del lenguaje también lo están a la exigencia de una legalidad que deslinda aquella narración que transmite, que transfiere sentido, y, por lo tanto, que enlaza a los hablantes en un ámbito común de experiencia, de aquel otro que patina sobre sí mismo en un decir autorreferencial que ensimisma al hablante en su incomunicación. Locura de un lado, poesía del otro son las dos orillas de la frontera del espacio narrativo que tantas veces es difícil de deslindar. Esta legalidad narrativa exige, pues, un terreno de significaciones compartidas en un amplio gradiente que va desde la poesía en su extremo de expresión pretendidamente más creativo, hasta la retórica del BOE en su extremo de expresión pretendidamente más unívoco. 
La literatura, como transferencia de sentidos dentro de la lengua, juego de transferencias en el que la creatividad tiene su mecanismo, no puede dejar de reconocer unos límites más allá de los cuales el sentido se desdibuja en el mismo caos que quiso dar forma. La deriva significante tiene que encontrar sus puntos de detención, por muy inestables y momentáneos que sean, para que se produzcan los abrochamientos significantes que den lugar a las significaciones que “digan algo” al lector, que, al menos, resuenen en lo inefable de sus propias vivencias aún sin configurar, de aquellas emociones que aún no tienen rostro que las identifique, de las experiencias sepultadas que vuelvan a removerse por una nueva experiencia de lectura. 
¿Cómo responde entonces Martín Gaite al problema del significado?. Lo responde a través de un problema asociado, aunque no menos peliagudo: el problema de la verdad en la narración. Y lo hace tomando el adagio se non è vero, e ben trovato, como paradigma de aquello de lo que se trata en la composición narrativa1. Es decir, la significación del cuento está en relación a la verdad que enuncia. Y esta verdad, que no puede ser una verdad «realista» cuando nos movemos en un universo ficcional, se refiere al “hallazgo” de un enunciado que se transmite como un efecto de verdad en el que escucha, adecuación entre la ética del bien decir y el efecto estético producido en el auditor, quien otorga un “crédito” de Suposición de saber a aquél que dice. 
El ben trovato convierte los criterios de «verdad» en criterios de «credibilidad»; lo que está bien contado es verdad, y lo que está mal contado es mentira. La verdad poética alberga en su propia textualidad la legitimidad de lo que reclama transmitir. Buscar fuera de su tejido literario es pedirle que dé lo que no tiene. Es, pues, su capacidad estética la garante de su razón. El logro estético, el hallazgo formal para dar cuenta de ese real informulado que yace en el acervo subjetivo del autor será lo que sea reconocido por el lector como verdadero. De aquí la importancia que concede Martín Gaite al papel del lector, par dialéctico del autor en la composición del texto.2 
Pero ¿hacia dónde apunta esa verdad?, porque la deriva del texto no tarda en mostrar que tampoco responde a un azar cualquiera. La autonomía con la que la narración se apresura en sorprender a su autor da muestra de un saber particular en la oportunidad de su emergencia, en la adecuación al contexto en el que brota, en la pertinencia que deja ver el sello de la Verdad que transporta. Y es aquí donde el autor se la juega, donde debe saber reconocer, humildemente, la presencia ejecutiva de eso Otro que le sobredetermina en su acto creador. Por eso no creo que -como ella parece temer- fuera Lacan precisamente quien pusiera pegas a las ideas de Martín Gaite sobre la narrativa cuando ésta dice: “Las palabras, al fluir, van marcando la necesidad del discurso tal como sale y quebrando los propósitos que hubiéramos podido abrigar antes de ordenarlas de esa manera.3 ¿No es ese precisamente el permanente asombro del analizante cuando escucha Sus propios dichos en el diván?. ¿No es la experiencia de esta división la que ha exigido al discurso común poner un nombre a esa otra parte implicada en la generación de la obra?. Dar cuenta de ello desde las propias capacidades del autor exige reconocer la evidencia que, desde la clínica, llevó a Freud a postular la existencia de un psiquismo inconsciente. 
Se trata, entonces, de encontrar la plomada que da su verticalidad al texto, así como el risón que ancla su permanente deriva. Para Martín Gaite la verdad apunta hacia aquel horizonte lejano que está presente en todo su ensayo, desde la primera hasta la última página: la infancia. No es extraño, pues, que en su título aparezca la palabra cuento como la elegida entre las otras posibles. La infancia aparece en la tarea principal que corresponde a esa edad de la vida del hombre: articular el deseo con la palabra. Solo así se construirá la narración que dará una existencia a ese ser. 
El deseo es el reverso de una experiencia de insatisfacción. Y la infancia es el momento por excelencia en el que la vida, la vida humana, se muestra como hecha a base de renuncias de goce. Lo llamamos educación, socialización, civilización. Pero donde Martín Gaite señala lo particular al deseo narrativo es en el misterio que envuelve para el niño las motivaciones de los comportamientos humanos de aquellas personas de las que dependen.
Desde la infancia nos vamos configurando al mismo tiempo como emisores y como receptores de historias, y ambas funciones Son estrechamente interdependientes, hasta tal punto que nunca un buen narrador creo que deje de tener sus cimientos en un niño curioso, ávido de recoger y de interpretar las historias escuchadas y entrevistas, de completar lo que en ellas hubiera podido quedar confuso, abonándolo con la cosecha de su personal participación.4
Ese Otro nutricio del que depende su vida, ejecutor de la Ley, destino de los movimientos libidinales del niño, abunda en aristas misteriosas, en comportamientos que quedan velados a los ojos y las razones del niño.5
Si, por una parte, la palabra del adulto se adentra poderosa en la subjetividad del niño, repartiendo las plomadas sobre las que gravitarán sus intereses más íntimos, por otra, esta falta, esta incompletud perceptiva del mundo de los adultos dispara su imaginario con la exigencia de estabilizar una significación que el niño sospecha que le concierne. Es el enigma del deseo del Otro, y la pregunta por su lugar en ese deseo, que Lacan escribirá como Che vuoi? en su tercer «grafo». 6
Y para cerrar esa pregunta, la palabra es el único instrumento que tenemos.7 Martín Gaite lo escribe así:
La literatura, como contrapartida, siempre nos permitió participar, desde una especie de grato escondite, en las escenas representadas ante nuestros ojos fascinados y ansiosos ... nos asomó al proceso que transforma las conductas y urde las historias ... y empezó a desvelarnos por qué las personas son como son, sufren como sufren y mienten como mienten.8
Martín Gaite insiste en esa condición fantasmática de «ver-sin-servisto», «oír-sin-ser-oído»9. La literatura, en contra de la permanente frustración en la realidad de la curiosidad infantil por parte del adulto, vuelve al niño omnividente y omnioyente. Sin embargo, esto no supone que el niño vaya a satisfacer de una vez por todas esa curiosidad que quedó frenada al cerrarse una puerta, ciega al apagarse algunas luces, sorda al perderse el eco de otras voces. Los objetos de la pulsión escópica y la pulsión invocante se van definiendo así, y organizan de esta manera las condiciones de goce del sujeto. Más que extinguir el deseo a ellos ligado, fijan al sujeto en las vías de lo que será inercia en la búsqueda de la repetición de su encuentro: “la necesidad de leer novelas creo que sigue vinculada siempre a esa sed, nunca extinguida en el ser humano, por enterarse de lo que les ocurre a los demás, por asomarse al envés de sus vidas”.10
La literatura, como necesidad psicológica, se constituye así al modo del fantasma inconsciente según la idea freudiana: “El niño (...) se entrega a sus fantasías, a completar como puede lo que no entiende, a deformar, a descifrar, a tratar de adivinar, en una palabra, lo ocurrido por lo insinuado(...)”10, para cumplir así una placentera finalidad común a ambos: participar, desde una especie de grato escondite, en las escenas representadas ante nuestros ojos fascinados y ansiosos11. De ahí extrae su goce estético, su empuje de creación para el autor y su poder de captura para el lector Martín Gaite llama «narración egocéntrica» a esta recreación discursiva que el niño hace de su realidad y de la de su entorno que tanto le importa:
La deformación que imprimimos a lo que vimos o nos pasó para que adquiera tintes de novela es casi siempre inconsciente y ya empieza a producirse cuando nos contamos a nosotros mismos esa historia que deseamos revivir para espejarnos en ella, durante la etapa de elaboración solitaria que precede a la versión oral, a lo largo de la cual el argumento real de que habíamos partido se somete a un proceso de rectificaciones y adornos divergentes.12
El deseo está aquí eligiendo los materiales, escogiendo los personajes y las secuencias para su representación, pues nada de aquello en lo que no participe de alguna manera logrará alcanzar la categoría suficiente para formar parte de su entramado. Se elabora así toda una fantasmática que será la atalaya desde la que el niño, devenido adulto, entenderá su vida y Organizará sus relaciones con los otros. La ganancia para la economía psíquica del sujeto se acumula en un goce narcisista en el que el yo de la conciencia culmina su extrañamiento del sujeto del inconsciente, sujeto del deseo que, sin embargo, insistirá en emerger a la conciencia en sus continuas llamadas a través de los sueños, los síntomas y los actos fallidos. Y también en las producciones estéticas, que hacen síntoma de aquello que las causa. La homología entre la producción de un mundo ficcional a través de la literatura, y esta necesidad psicológica de restablecer una completud que el universo del símbolo nos arrebató cuando aceptamos nuestra inscripción en la cultura, continúa Martín Gaite expresándola de eSta manera:
Así, al engarzar posteriormente una serie de secuencias aisladas y referirlas unas a otras, Vamos amañando la novela de nuestra vida, magnificando lo que vimos, desmesurando lo que gozamos y padecimos y, sobre todo, corriendo un velo de purpurina por delante de lo que resultó demasiado desagradable o evidenció nuestros fallos, secretamente alimentados por el mismo afán de coherencia ficticia que lleva al novelista a descartar de su relato todos los elementos que puedan entorpecer la caracterización y justificación de su personaje, y a seleccionar en cambio cuantos contribuyan a explicarlo de forma satisfactoria.”13
La conciencia de sí y la relación con el otro se constituyen de esta manera en «bio-grafía» y en «novela» en un mismo acto, complejo psíquico de vida y texto que Freud nombró como «novela familiar» para dar cuenta de la intervención del deseo en la memoria que de nuestra historia tenemos, con toda su capacidad prospectiva en la vida de las personas.

* Editorial Anagrama, Barcelona 1988. Cito por la edición del Círculo de Lectores, Barcelona, 1994.
1. Op cit., pp. 100, 198.
2. Martín Gaite ironiza sobre su estructuralismo espontáneo citando el aforismo del padre Martín Sarmiento: La elocuencia no está en el que habla, sino en el que oye. Similar postura tendrá respecto a la gramática generativa.
3. Ibídem. 
4. Cfr. pp. 21, 57ss, 68ss, 113, 127, 129, 165ss. 
5. P. 58: “Y porque su influencia en nuestra formación es más inesquivable, pero también más ignota. Podemos admirarlos y querer parecernos a ellos, copiar lo que dicen y lo que hacen, pero notamos que, aunque lo hagan y lo digan para nosotros, como si nos propusieran un espejo donde mirarnos, están al mismo tiempo empañando ese mismo espejo con su aliento.”
6. Cfr. Escritos, p.795. 
7. C. Martín Gaite, Op. cit, p29. 
8. Pp. 58-59.
9. P. 58.
10. P. 59.
11. P. 68-69. 
12. P. 58. 
13. P. 165.

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