Lo mejor que hizo Freud fue la historia del Presidente Schreber. Se mueve ahí como pez en el agua. [...] No fue a hacerlo charlar al Presidente Schreber. De todos modos, nunca es más feliz que con un texto. Jacques LACAN

miércoles, 27 de abril de 2016

MIRÓ Y EL PSICOANÁLISIS: POSIBILIDAD DE UN ENCUENTRO. La «vía poética»: el psicoanálisis como modelo de la literatura

La lectura, Georges La Tour
Aquella «vía cronológica», con tener todo su valor y su pertinencia, sin embargo no es el modo de acercamiento a la literatura que más pueda interesar al psicoanálisis. La idea originaria de Freud no fue «influir», y aún menos «determinar», no digamos ya sólo el estilo, sino ni tan siquiera los contenidos o los temas de las obras literarias. Muy al contrario, Freud siempre cede gustoso la prioridad al poeta sobre el científico, a la literatura sobre el psicoanálisis. La conexión entre ambos se establece a niveles más radicales, más «profundos» que los ideológicos o intelectuales.
La fuente común que Freud atribuye al campo de la experiencia creadora y de la experiencia clínica, es aquel real indecible que permanece como resto tras la respuesta que lo biológicamente humano da a lo simbólico en la construcción del sujeto. Se crea así un espacio inicial de lo psíquico: lo inconsciente, y su trabajo específico, según nos muestra Freud, podrá tomar la «vía falsa» de la creación sintomal, o la vía sublimada de la producción cultural y artística. Forma clínica y forma poética, ambos tratan de «decir» sobre aquella cesión de goce, aquella pérdida de un objeto primordial que satisfizo, y que dejará su huella en la causación del deseo, haciendo del ser humano un «sujeto deseante», que es tanto como decir un «sujeto dicente».jj
Desde muy pronto Freud renunció a considerar los trastornos psíquicos como correlatos de sucesos objetivos de la biografía de sus pacientes y colocó en su centro la teoría del «fantasma». La sorprendente y paradójica conducta de los neuróticos, su resistencia a renunciar a determinados espacios y cantidades de satisfacción le hizo replantearse el concepto de realidad con el que había de tratar en el terreno de lo mental:
«(...) lo que en esta situación nos desorienta es el desprecio de la realidad y el hecho de no tener para nada en cuenta la diferencia que existe entre realidad e imaginación. (...) Siempre quedará, en efecto, el hecho real de que el enfermedad ha creado dichos sucesos imaginarios, y desde el punto de vista de la neurosis posee este hecho la misma importancia que si el contenido de tales fantasías fuera totalmente real. Estas fantasías poseen, pues, una realidad psíquica en contraste con la realidad material, y poco a poco vamos llegando a comprender que en el mundo de las neurosis la realidad que desempeña el papel predominante es la realidad psíquica»(p.2352).
Esto supuso el reconocimiento del estatuto objetivo de la realidad psíquica; es decir, de su capacidad dinámica, de su potencia conformadora de comportamientos. Realidad y objetividad dejaban de ser homónimos, proponiendo la partición entre realidad psíquica y realidad exterior.

Por otra parte, al tiempo que colocaba al «sujeto» como «objeto» de conocimiento, supuso que la biografía de los individuos, su historia, habría de ser considerada desde ese momento como una «novela», en la medida en que lo que el sujeto va a poder decir de sí va a ser la narración, no de los «hechos», sino de las «construcciones» imaginarias, fantasmáticas, con las que su «deseo inconsciente» ha ido entretejiendo su «realidad». De ahí llegamos al aforismo: la realidad es la realidad del deseo.
No es la vocación del psicoanálisis constituirse en una corriente más de la crítica literaria. Tampoco pretende sumarse como enésimo participante en el conflicto de las interpretaciones. Lejos de promoverse como una hermenéutica que soporte un trabajo de crítica que se oriente a «encontrar», a través de la «buena interpretación», el significado «oculto» en la obra literaria, la interpretación psicoanalítica tiene su límite y su alcance preciso en su aplicación al trabajo que el inconsciente realiza sobre el deseo del autor.
No se trata, sin embargo, de dar cuenta psicobiográfica de este. Tampoco de psicoanalizar la obra, atribuyéndole la presencia de un inconsciente propio. La dimensión «sintomática» que tiene la obra literaria radica, más que en su capacidad, en su forzamiento a dar cuenta del «síntoma» del sujeto que escribe y que se desconoce en su determinación. Lo escrito, entonces, se hace escritura de lo inconsciente, al tiempo que cobra su propia autonomía. El relato, si bien implica algún punto esencial del deseo de su autor, sin embargo se desprende de este en tanto trabajo concreto de fantasmatización que se «realiza» en la forma literaria. La obra constituye así su propia identidad, y su independencia como enunciado. El autor y su obra pueden «desconocerse» entre sí a partir de este punto.
La literatura tiene función de «modelo» para el psicoanálisis. En su acepción más general, modelo es aquello que se imita. En términos lógico-matemáticos, modelo es «toda estructura que se utiliza en la ciencia para dar razón de un conjunto de fenómenos que guardan entre sí ciertas relaciones.» Aún nos interesa otra acepción del término; en cibernética se refiere a «la reproducción a escala reducida de un mecanismo, estructura etc., al objeto de someterlo a una serie de ensayos, cuyos resultados, después de interpretarlos, pueden ser generalizados al original»6.
Así pues, no sería exacta la aplicación del término de «crítica» para el acercamiento que hace Lacan a la literatura. J-A Miller propone otro significante de interés: «emular» -«ante ella, de lo que se trata para el analista es de emulación y no de crítica»7-. Esto no quiere decir que el estudioso de la literatura no pueda encontrar en el psicoanálisis los elementos que le puedan servir en su trabajo con los textos. Al contrario, en palabras del propio Lacan: «Si la crítica literaria pudiera renovarse efectivamente, sería porque ahí está el psicoanálisis para que los textos se midan según él, estando el enigma de su lado». Y aquí tenemos la primera paradoja: la literatura es digna de imitación para un saber que pretende constituirse como ciencia. ¿Cómo entender esto? Una primera aproximación podría ser en la dirección de la particularidad del abordaje sobre el campo de lo humano que inaugura el psicoanálisis. La hipótesis de lo inconsciente, de la presencia de un pensamiento inconsciente y, sobre todo, la diferenciación entre un «proceso primario» y un «proceso secundario» como niveles en los que se constituye y funciona el psiquismo, implica la consideración Como objeto científico de aquello excluido por la ciencia de todos los tiempos: el sujeto del deseo. El psicoanálisis se propone Como un saber que se esfuerza en cernir aquello que, por su propio carácter, hace problema a la ciencia. Tal vez por ello la literatura, que aporta la mayor flexibilidad en la amplitud epistémica junto a la más Orientada dirección ontológica, aparezca para el psicoanálisis como un buen compañero de viaje.
Sin embargo, parece ser numerosa la opinión de que la producción freudiana se puede enmarcar en la tradición literaria del romanticismo tardío alemán. Las razones vienen del lado del referente que supone para Freud los textos y la figura de Goethe, así como el conjunto de tópicos que encontramos en las obras del psicoanalista: la locura, el delirio, el sufrimiento del amor imposible, los sueños y las fantasías, la enfermedad, etc.

Si bien todo esto es cierto, creo que, a pesar de todo, Freud es esencialmente un racionalista que quiere arrojar luz positivista en aquellas fuentes de las que el poeta romántico sólo extría y rete. nía el goce de la expresión y la complacencia. A mi entender, si podemos señalar la presencia de esos tópicos en la obra freudiana, tal vez sea por tres razones. Primero, porque, innegablemente Freud compartía el espíritu de su tiempo en un sentido amplio, no Solamente en cuanto al ambiente literario, el cual también formaba parte de ello. En segundo lugar, Freud no sólo era un aficionado desde muy joven a la literatura, sino que también era un literato, un maestro del estilo, un escritor en el sentido fuerte del término, alguien cuyos textos producen un cambio, un efecto de simbolización en lo real. En lo tocante a su estilo, así fue reconocido con la concesión del premio Goethe de las letras alemanas (1930). Y en lo tocante a la temática, la extensión actual de su pensamiento da cuenta de ello.
Por último, existe un acercamiento indudable en el relieve y la atención que tanto el romanticismo como el psicoanálisis prestan al drama individual del hombre, a la tragedia de su destino de soledad radical, soledad determinada por ser un destino escrito, literalmente escrito, pues el ser del hombre está, «mortificado» por los significantes de la lengua; es decir, que el sentido de la vida está abierto a cualquier configuración -aunque no a todas-, y la razón que la mueve parece ser deudora de un acerbo de potencias y experiencias alojadas por «fuera» de la conciencia.
Por su parte, el hombre y el problema en que se constituye el vivir para el hombre, el abanico de sus relaciones con sus objetos libidinales y consigo mismo, podemos decir que constituye el tema eterno de la literatura. La literatura, por su libertad respecto a la necesidad de justificar su discurso, puede acceder a un saber sobre lo humano que transmite trazos de la verdad que apuntan a lo real del vivir.
El poeta, el literato, es el medium que detenta el don de hacer llegar al resto de los mortales los ecos de esa verdad que tratamos de cegar en nuestra vida diaria. El poeta siempre ha participado de esa posición paradójica que le hace ser admirado al tiempo que le enemista con sus semejantes. Por un lado se le reconoce estar en contacto con la fuente originaria de la vida psíquica, y sabe dar forma a ese material informe que solo atisbamos en nuestros sueños o en la locura del otro; pero a la vez, irrita su persistencia en hacernos ver, en hacernos escuchar la voz del deseo que nos constituye como individualidades. Ser «normal» es el esfuerzo contrario, un esfuerzo continuo por acallar esa voz y conformarnos al deal, colectivizarnos bajo los significantes del discurso del Amo -política, producción, universidad, consumo, religión,etc-. Acercarse a la literatura, acercarse al psicoanálisis, no es sin consecuencias, consecuencias Subjetivas sobre todo, pero también consecuencias sociales.
En Freud encontramos que los dos ejes que constituyen la experiencia del sufrimiento psíquico, síntoma y fantasma, marcan los términos de su proximidad con la literatura. Freud descubre que el síntoma y, en general, todos los fenómenos inconscientes, tienen la estructura simbólica que define el lenguaje. No podía ser menos si con la palabra se disuelve el síntoma, se entienden los sueños o se resuelven los enigmas de los actos fallidos.
El psicoanálisis se constituye así en el S2 que hace cadena con el S1 de la literatura. Ambos comparten el campo del lenguaje, uno como experiencia privilegiada de la palabra, el otro como experiencia privilegiada de la letra. Ambas tratan de ubicar la presencia del sujeto ($), y ambas dejan siempre un resto (objeto «a») de innombrable. Esta necesaria remisión significante es la que hace a Freud acudir a la literatura en busca de la confirmación, la verificación de sus descubrimientos analíticos.
Ya señalé que Freud siempre reconoció a los poetas la prioridad en el re-conocimiento de la vida inconsciente. Ellos dicen en términos retóricos un saber que el psicoanálisis trata de fundar en discurso científico. Esta homogeneidad hace a Freud abordar el discurso de sus pacientes como textos cifrados, y la historia de su vida como «novela familiar». El descubrimiento de lo inconsciente se basa, pues, en la propuesta freudiana de una particular atención al empleo de las palabras, a la consideración de un problema textual a resolver, restituyendole un sentido que permanece encriptado. Freud descubre que los mismos mecanismos retóricos que utiliza el poeta para desvelar lo oculto, los utiliza el paciente para dar satisfacción a lo que reprime. Y descubre que esto puede ser aplicado a todos, pues siempre es lo no satisfecho lo que empuja a hablar.
La otra variable, esta más explícita para Freud y la que siempre le motivó para acercar el psicoanálisis a la literatura, es la consideración de lo pulsional en la vida psíquica. Si el sueño era un texto jeroglífico, también era una cantidad de energía psíquica que buscaba descarga -es decir, satisfacción-. Es por aquí que volvemos a encontrarnos la vía fantasmática de la literatura como «modelo» del psicoanálisis: Freud cree que puede re-conocer en la literatura lo que investiga Con el psicoanálisis, porque la misma «energética» que mueve al poeta a escribir sus escritos, es la que mueve al neurótico a, digamos, escribir sus síntomas.
Esta posición freudiana tiene dos vertientes de consecuencias en la crítica cultural psicoanalítica. Por una parte, se aborda el reconocimiento en el texto de la presencia de los fenómenos psíquicos de la psicopatología, y se indaga en la coincidencia etiopatogénica de los mecanismos descritos por el poeta y aquelos encontrados por el psicoanálisis. El paradigma de esta vertiente es el análisis hecho por Freud de la actividad delirante y onírica en la novela Gradiva, del literato W.Jensen.
Otras veces se trata de confrontar las estructuras y los mecanismos universales de lo psíquico, Como en «Lo siniestro», en el que utiliza el modelo de la novela de Hoffman, El arenero; o bien la presencia de los fantasmas más primarios del ser humano, como en «El tema de la elección del cofrecillo», a través de la obra de Sakespeare El mercader de Venecia.
La segunda vertiente, que ha atraído el interés de un numeroso grupo de psicoanalistas y profanos, es aquella que trata de Construir o aportar datos esenciales en la construcción de la psicobiografía del autor literario; es decir, desvelar su fantasma, entendiendo sus textos como el discurso de él como analizante. Freud mantuvo siempre una posición un tanto ambigua respecto al interés, el valor y la fiabilidad de los resultados de este acercamiento a la literatura, acercamiento que, por otra parte, rápidamente produjo abusos que el mismo Freud no dudó en desautorizar. Sea Como fuere, Freud mismo marcó esta orientación con textos como su escrito sobre Leonardo da Vinci, auténtico escrito de psicobiografía en el que Freud arriesga la tesis de la comprensión de los enigmas de la vida fantasmática del creador, a través de los enigmas de la obra creada (sonrisa de las figuras leonardescas). Algo similar, de alcance más parcial, hace Freud con la figura de Goethe en su escrito «Poesía y verdad». No podemos dejar de observar que es en estos textos precisamente, en los que Freud comete sus lapsus más significativos. Es una muestra más de lo acertado de sus mismas indicaciones acerca de que el deseo de hallar lo que uno busca es la mejor manera de extraviarse9.
Para Jacques Lacan, y en la lógica de su tesis de «el inconsciente está estructurado como un lenguaje», va a ser el texto mismo el que cobre el protagonismo. Su pretensión no fue nunca la de hacer crítica textual. Su acercamiento a la literatura estuvo también regido por la única prioridad que conoció su larga vida profesional: la formalización y transmisión de la clínica psicoanálítica. Así, el «retorno a Freud» propuesto por Lacan Como lema de su posición como analista, se cumple también en este campo, pues Lacan recupera la idea de la literatura como modelo del campo de lo inconsciente. Sin embargo, Lacan fue más estricto que Freud en la legitimidad otorgada a la extensión posible del psicoanálisis fuera de la clínica. Para Lacan no existe más psicoanálisis aplicado que en su aplicación a la situación transferencial entre un analista y su analizante.
¿Cual es el recorrido epistemológico, entonces? El poeta no aporta al conocimiento psicoanalítico ni el problema, ni el camino de su resolución, ni las pruebas. Eso lo ha hallado el psicoanálisis en la clínica. Ha sido el goce inscrito en el sufrimiento humano el que ha puesto al trabajo al psicoanálisis, no el goce contenido en la estética. Sin embargo, cuando el psicoanalista llega a ello, el poeta ya estaba allí hace mucho.
Esto abre algunas preguntas en nuestro abordaje desde el lado del conocimiento. Indudablemente el poeta «conoce» los mismos registros que el psicoanalista, pero no los desvela. La literatura sostiene, por medio de las formas que crea en su estética, la permanencia de un saber sobre el goce que la labor científica del psicoanálisis elucida en sus fuentes y en sus mecanismos de producción"10. 
Más allá, pues, de la posibilidad cronológica de un encuentro posible Miró/Freud, situamos la operatividad de una lógica narrativa que, subyacente a la construcción de la novela mironiana, es homóloga a la lógica inconsciente que Freud descubre actuante en la generalidad de los casos de histeria; y esto, no es deudor del conocimiento o no de un autor sobre el otro.

6 Nueva Enciclopedia Larousse, Barcelona, ed. Planeta, 1980, p.6621. 
7 MILLER, Jacques-Alain. «Lacan clínico», en Matemas II, Buenos Aires, ed. Manantial, 1990, pp.115-136.
8 De entre las varias y variadas referencias literarias que podemos encontrar en su enseñanza, tal vez la lectura más novedosa que aportó en su momento Lacan fue la que hizo del texto de Poe «La carta robada», sobre todo si tenemos en cuenta que Poe fue el autor sobre el que la eminente psicoanalista francesa Marie Bonaparte, discípula directa y benefactora de Frued, realizó un importante estudio psicoanalítico, el cual mereció la aprobación del mismo Freud. Lacan encuentra en este breve texto el modelo del funcionamiento significante; es decir, la primacía del orden simbólico sobre el sujeto hablante: es el orden de la repetición, el orden que dinamiza lo inconsciente y las escenas en que se despliega. De insistir acerca de la preminencia del significante es de lo que se trata en el modelo que nos presenta la lectura de Lacan sobre la escritura de Joyce. Esta vez en un nuevo plano: el significante se articula con el goce del escritor que priva al lector, no solamente del placer que espera encontrar en el texto, sino que su estilo pone al lenguaje en el límite de la interpretación posible por parte de quien a él se acerca. Esta exclusión apunta hacia los mismos límites de la escritura dentro de los márgenes del orden simbólico en cuanto garante del lazo social, es decir, las puertas de la locura. Con Hamlet, Lacan nos muestra esta vez la función del significante aportando las coordenadas por las que transcurre el deseo. Hamletes el modelo -masculino- del deseo. Aquí encontramos una declaración de intenciones del mismo Lacan respecto a su uso de la literatura que puede ayudarnos a fijar su posición: «Nuestra intención, se lo recuerdo, es mostrar en Hamlet la tragedia del deseo, el deseo humano del que nos ocupamos en el análisis». La lectura lacaniana de Antígona retomará el deseo esta vez en su condición más humana: su dimensión ética. En Antígona, Lacan encuentra el modelo del destino humano, aquello frente a lo cual ha de hacer su elección, aquello que le convertirá en un héroe, o en un cobarde. Podríamos decir que es una versión de la elección forzada a la que se ve sometido todo sujeto. Es el punto en el que el «retorno a Freud» de Lacan recupera la subversión cultural que supuso el descubrimiento freudiano de lo inconsciente, pues el deseo del sujeto no se pliega bajo la moral social sin un costo. Cada cual sabe de las cicatrices de su cobardía, lo que hubo de pagar en sufrimiento, en malestar en alienación, por escoger el «primun vívere». La literatura lo da forma, y nos advierte.
9 «Extravío» es el significante que Lacan utiliza para referirse a la orientación que los postfreudianos dieron al psicoanálisis y, con ello, a su acercamiento a los textos literarios. La «ego-psychology», privilegia del control y la autonomía del Yo sobre los procesos primarios, lo que posibilita la socialización de los procesos creativos como lugar de encuentro entre autor/lector. Por su parte, los seguidores de Melanie Klein y su privilegio de las mociones pulsionales en la relación con el objeto, sitúan la crítica cultural del lado del encuentro y la comunicación de «inconsciente a inconsciente» entre aquellos.
10 En este sentido es fundamental la nota 1468 de las Obras Completas de FREUD, Sigmund, T.lll, Madrid, Biblioteca Nueva, 19801, p.2492











No hay comentarios:

Publicar un comentario