Lo mejor que hizo Freud fue la historia del Presidente Schreber. Se mueve ahí como pez en el agua. [...] No fue a hacerlo charlar al Presidente Schreber. De todos modos, nunca es más feliz que con un texto. Jacques LACAN

miércoles, 9 de noviembre de 2016

CONDICIÓN DE AMOR Y RECURRENCIA TEMÁTICA EN LAS NOVELAS DE GABRIEL MIRÓ. EL DESEO COMO DESEO-DEL-OTRO EN NUESTRO PADRE SAN DANIEL.

El rincón de la mesa, Letour.
Terminaremos este recorrido con Nuestro padre San Daniel. Interesa particularmente por su aparente carácter de contraprueba a la argumentación que vengo siguiendo. Y digo aparentemente, porque será precisamente el personaje de don Álvaro el paradigma de aquella constelación de condiciones que ordenan la posición masculina en el amor. Freud había articulado a la condición  princeps del 'perjuicio al tercero' aquella otra del 'amor a la prostituta'  -Dirnenhaftbarkeit-. No se trata de que la mujer deba ejercer la prostitución para poder ser amada, sino, simplemente, que sea una mujer sobre la que pueda caber cualquier grado de sospecha sobre su fidelidad sexual. Una sospecha tal repugnaría a la moralidad de Paulina, personaje al que Miró parece mimar en la composición de sus rasgos físicos y espirituales. Pero veremos cómo don Álvaro llegará a dar consistencia fantasmática a esta sospecha que no encuentra apoyo en la conducta de su amada. Que el correlato subjetivo de ello sea la intensa presencia de los celos, veremos que es algo de lo que no queda exento nuestro personaje.
Si don Álvaro se encuentra así cumpliendo con las dos condiciones exigidas al objeto por el 'tipo masculino', también encontraremos en la definición de su personaje una de las dos características referentes a la propia conducta del amante: la 'intención redentora'. El amante, en su actitud salvadora, se muestra convencido de lo imprescindible de su acción edificante y de su soporte moral para evitar la completa degradación personal de su amada. La presencia siempre constante del amante junto a su amada, será exigida para evitar el desastre pronosticado.
La unidad temática de SD con OL, no puede dejar de exigir la coherencia psicológica de encontrar en los personajes de esta 'primera parte' de la novela de Oleza al menos la prefiguración, la prehistoria del drama edípico que se desencadenará en la segunda. No es, pues, que en esta novela no encontremos las 'insinuaciones' suficientes como para que no podamos apostar por la presencia de elementos afectivos que marcan, incluso lastran de manera definitiva lo que debería ser el libre despliegue de las alianzas que permiten el crecimiento horizontal de las familias. Encontramos el lastre del amor prohibido presente en sendos personajes de cada una de las familias que se van a unir a través del matrimonio de Paulina y don Álvaro.
Del lado de la primera, la cosa no es banal. Miró nos muestra en todo su dramatismo la impotencia de la razón y las exigencias de la realidad social en la agonía del padre de Paulina, don Daniel. Literalmente, don Daniel se deja morir de amor por su hija. La entrega de su hija al matrimonio es soportable mientras alimenta la fantasía de una convivencia hogareña triangular. Cuando la realidad matrimonial de los nuevos esposos impone la separación, don Daniel parece significar el hecho del distanciamiento espacial como su relegación en el amor de su hija. Y don Daniel, viudo desde hace muchos años, no puede soportar la 'pérdida' de esta única hija. Por su quiebra, Miró nos da a conocer aquello que le sostenía en vida. Su aceptación de la legalidad social se cobra con la propia vida la resistencia inconsciente a la cesión al Otro del objeto de su amor.
Esta vinculación de amor edípico tendrá su prosecución en la siguiente generación: Paulina tendrá que escuchar de su hijo Pablo -la homonimia de sus nombres ya es todo un dato-, y en el más puro estilo freudiano, sus declaraciones de amor hacia ella, y el odio y el desprecio contenido contra su padre.
Del lado de don Álvaro encontramos su simétrico en la presencia de Elvira, la intrigante y poderosa hermana de don Álvaro. Si la bondad y el carácter pusilánime de don Daniel no le permitieron imponer su presencia entre su hija y su yerno, Elvira sí lo logra. El hecho ni se cuestiona, y cuenta con todo el apoyo del esposo. Por su parte, Paulina extiende sin reparo el amor a su esposo en la aceptación de su cuñada. Es un triunfo más de la intransigencia que reina en el ambiente social del lugar y la época. Indudablemente, podríamos argumentar que en la situación de Elvira se encuentra más justificado socialmente esta convivencia con el nuevo matrimonio. Pero Miró nos sitúa sutilmente en el registro de las razones profundas que operan en lo inefable de las motivaciones: don Álvaro era "algo más que un hermano" para Elvira1. Ese plus inespecífico, silenciado por el autor tal vez por ser un límite de lo decible, extiende más allá del vínculo fraterno la familiaridad de ambos -digamos mejor, la relación de ella hacia él.
Sin embargo, la factura le llegará a don Álvaro muchos años después, cuando la pasión incestuosa de Elvira estalle sobre el objeto de amor desplazado que supone la persona de su sobrino Pablo, en aquella escena de enorme fuerza dramática. Es de destacar el paralelismo con el que se resuelven las dos pasiones prohibidas: Elvira y M Fulgencia son trasladadas lejos del común objeto de sus deseos.
Con todo, no es esto lo que nos interesa en SD. Nos interesa la propia relación entre los esposos. Y en ella, la posición de don Álvaro. Paulina no muestra aristas en su enamoramiento. Es homogéneo como la ingenuidad con la que se asoma a la vida desde el hogar paterno. Sin embargo, don Álvaro lleva en el alma el reflejo de la cicatriz que desfigura monstruosamente el rostro de Cararajada. Su contacto con la muerte en las guerras recientes, y su carácter forjado en la rectitud de los Ideales más inflexibles no parecen propiciar las demostraciones afectivas propias de los enamorados. Jimena, la prima de Paulina describe así la actitud de áquel en los albores de la boda: Eso no es un novio, eso es un amo.2 Efectivamente, la boda, para don Álvaro, parece tener el carácter de los actos que hay que hacer porque ha llegado el momento de realizarlos. Un deber más en el concierto de una vida ordenada.
Miró no dibuja ninguna debilidad amorosa en este hombre. Ninguna sensibilidad que no sea a los valores de las grandes causas de la Patria y la Religión. Solamente esa fractura en su conciencia que le remite, precisamente, a aquella otra boda abortada en sangre que él no supo impedir, aquella boda en la que la novia se parecía a Paulina: lo mismo de blanca y hermosa, lo mismo de triste.3 Aquél acto criminal que otro dice haber cometido por él, por sus ideales, por compartir la misma causa, interroga culpabilizadoramente, persecutoriamente, a don Álvaro respecto a la ambigüedad de sus motivaciones y sus actos cuando se trata de contraponer la vida y la felicidad de los seres humanos a los ideales morales.
En una noche de angustia y rabia generada por la presencia acusadora de Cararajada, cuando en la exasperación de la eterna compañía de la culpa piensa don Álvaro que matando al hombre acallará su propia conciencia, Miró nos describe la posición subjetiva de nuestro personaje. Es un momento de sinceridad consigo mismo4, propiciado por la gravedad del acto al que se encamina. En una rápida sucesión de imágenes, como aquellas que dan paso al sueño, desfilan5 las fantasías que recorren su alma, en las que la verdad más íntima parece quererse hacer oír por vez primera. En una misma página encontramos los dos polos de la tensión pasional que le mortifica. Por un lado, la presencia del deseo, tan intenso como abominable a su conciencia, que se escenifica en la representación fantasmática en la que su mujer aparece como la mujer-del-Otro.6
Esta introducción de un tercero, al que imagina con toda la masculinidad y el ansia de placeres de una edad juvenil homóloga a la de Paulina, anuda la segunda condición de amor en el deseo de don Álvaro. Miró construye la condición de 'amor a la prostituta' a través de una fantasía que alimentan en él la certidumbre de una 'sospecha' proyectiva acerca de la fidelidad sexual de su mujer. A partir de lo innegable que le llega a ser la martirizante atracción que su hermosura le provoca7, don Álvaro otorga a ese Otro la capacidad de poner en acto el potencial de goce que adivina en la plenitud del cuerpo de su mujer, y ante el que ella no podría sino sucumbir8, toda perfecta esperando la plenitud del amor. Como veremos a continuación, la confirmación de esta belleza por la vox populi de Oleza, que la proclama como la más bella entre las bellas de la ciudad9, exacerba en su esposo la erotización de esta hermosura, incrementando exponencialmente las posibilidades de infidelidad de Paulina al considerarla como deseada por la totalidad de los hombres de Oleza.
Queda así introducida la tercera condición a la que nos referimos al comienzo del epígrafe, la 'intención redentora' por parte del amante, frente a lo inevitable del desastre moral al que se encamina el objeto amado. Nada más coherente con la psicología de este personaje entregado en cuerpo y alma -nunca mejor dicho- a los ideales que connoten la salvación de los otros. Si, hasta el momento, había entregado su vida al servicio de un ideal que articulaba la salvación de la sociedad y la del alma de sus ciudadanos, en esta ocasión no podría hacer menos en lo concreto de los intereses de su vida privada. Así, frente a la imaginarización de esta entrega sin reservas de su enamorada a los goces del amor, don Álvaro identificado a sus emblemas más nobles, se reconoce de entrada como el paladín de las causas elevadas, el salvador de aquella belleza para el Bien y la Honestidad10. Sin embargo, el reverso del Ideal  muestra en su impotencia a un 'yo' atenazado por la inhibición, tan seco para el placer como para la felicidad, fracasado para la vida desde joven, vida que ya sacrificó en aras de unos ideales que solamente le mostraron el horror de su lado criminal, y de una moral estereotipada e inflexible.11
En esta sequedad personal destaca entonces, con toda la hondura de una grieta abisal sobre la superficie uniforme del páramo, el único momento en el que aflora el magma del deseo. Esto sucede, no hay que descuidarlo, precisamente cuando Paulina deviene casi simultáneamente huérfana del padre y madre de su hijo. Es en ese momento en el que Paulina llega a la plenitud de su hermosura, cuando su cuerpo adquiere sus formas más rotundas y femeninas12. Y es aquí, cuando el deseo del Otro se hace tan patente por la sanción pública acerca de la belleza de Paulina13, que se vuelve persecutorio para la fantasía de su esposo. Era entonces, viéndola toda tan hermosa, que don Alvaro padecía sospechándola deseable para todos los hombres14. Y lo que Miró no le concedió a su protagonista en la legitimidad de su noviazgo o de su matrimonio, es decir, la puesta en acto de la urgencia de su deseo y de una voluntad de goce decidido hacia Paulina, sólo se lo concederá a través de la representación fantasmática de imaginarla como la 'mujer-de-Otro' -Siendo de otro, ahora comenzaría para ése el exaltado goce de la mujer en la revelación de todas sus delicias15-. Solamente a través de ese punto de identificación imaginaria de don Álvaro con la mirada de esos 'otros hombres' deseantes de su mujer  -El esposo buscaba celosamente a ese otro en sí mismo16-, podrá encontrar su cobertura el reconocimiento de un deseo mortificado, tanto por el corolario de celos que tal condición de amor implica, como por las exigencias de un superyo nunca mejor ilustrado en su faceta de obscenidad y cruel exigencia de goce sacrificial17.



1. P.876: "- ¡Eres para mí más que un hermano valeroso y grande!"
2. P. .846.
3. P. 835.
4. "Una rápida dulzura le sutilizaba el sentimiento de la soledad, de la evidencia de sí mismo." (p.878)
5. Ibidem. "Todo el firmamento para su conciencia, para sus memorias."
6. P.879: "Una llaga ardiente le devoraba hasta los huesos, imaginando a Paulina casada con hombre joven, apasionado y hermoso."
7. P.879: "Y odiaba en ella a la virgen para esa voluptuosidad desconocida, y se odiaba a sí mismo porque no podía aceptarla..."
8. P.879:  "La carne de pureza de su mujer se hacía carne de delicias, sumergiéndose en una felicidad abominable de perversiones, de elegancias, de voluptuosidades; una seducción refinada de sensualismo exquisito [...]"
9. Se hace aquí particularmente transparente la caracterización de Paulina como mujer 'sospechosa' de infidelidad. En el mencionado libro de J-A. Miller Lógicas de la vida amorosa,  el autor ejemplifica la condición de 'mujer del Otro', del lado del goce, con el motivo del rito de las elecciones periódicas de miss. No puedo dejar de resaltar la peculiaridad que supone que Miró incluya en su novela una elección de este tipo. No dudo en que toma su sentido y encuentra su lugar en esta lógica de situar a Paulina como 'la mujer potencial de todos los hombres'.
10 P. 879: "Si Dios no le hubiese guiado a Oleza, Paulina, formada delicadamente para el amor, sería de otro o esperaría a ese otro con una inocencia y una avidez de deleites de perdición. [...] Don Alvaro bendecía con terribles anhelos a Dios. Dios le había escogido, le había predestinado para guarda y salvación de aquella vida primorosa. [...] Y el amor, humanado en el esposo, la acogió con medidas exactas y éticas, velando lo demás y sellándolo con su mismo sacrificio irremediable, irremediable porque, más que de un concepto de rigidez, se originaba de su voluntad, que le encorvaba bajo la gloria de la vida como si temiese tropezar en una cueva. [...] Se complacía en la fiereza de su virtud amarga, renunciando a las inexploradas virginidades del temperamento de su mujer, temperamento que había hallado todos sus matices [...]"
11. P. 879: "Lejos, ahora, de Paulina, amaba lo intacto de su hermosura, sabiendo que al lado de ella se interpondría entre todo su goce la inflexibilidad que le espiaba y le quitaba la pasión hasta de sus ademanes y de sus ojos, dejándole el desabrimiento, la timidez enjuta de su pasada juventud atormentadamente virginal. Ella pudo ser otra y feliz; y él, no; él siempre él. Y de nuevo se flagelaba con un sadismo de austeridades."
12. "[...] las gentes se asomaban, y en cada boca prorrumpía un requiebro para la hija de don Daniel."  (p.903)
13. Pp. 903-904: "Con los lutos resaltaba primorosamente la nueva belleza de Paulina, belleza maternal, amplia, de contornos tan perfectos que semejaba virgen, virgen llegada a la plenitud de la forma. [...] Tuvo un rencor desesperado cuando Elvira le reveló, una noche, que proclamaban a Paulina, a la de Lóriz y Purita 'las tres mujeres de Oleza'. Pero la primera, Paulina. Quisieron esconder la alabanza como un oprobio. Y si la sorprendían vistiéndose, o ciñéndosele las ropas, toda modelada, o en un instante glorioso de sol y de campo, o al darle el pecho desnudo al hijo, contemplándoselo ella descuidadamente, siempre se miraban los hermanos, y entonces, en lo íntimo del hogar, les parecía sentir la brama de todos los hombres jóvenes de Oleza."
14. P.903.
15. P. 903.
16. Pp. 903-904.
17. Habida cuenta de la unidad temática con SD, incluiré aquí una cita de OL -pp.995-996-, donde se compendia en todo su enorme dramatismo la necesidad de introducir en su matrimonio un tercero rival, habida cuenta de la tensión extrema vivida por don Álvaro entre el deseo y su  prohibición: "Paulina llevaba las galas que le habían traído. -No descansará si tú no la ves, Álvaro. ¡Nunca me ha parecido tan hermosa! ¡Mañana se la comerán todos con los ojos! Don Álvaro se arrojó en su alcoba. ¡Tan hermosa! Se paró delante de ella, mirándola. [...] Toda hermosa, pero de una hermosura apasionada y nueva un principio de plenitud de mujer que se afirmaría y existiría muchos años, más cuando él fuese alejándose por los resecos caminos de la senectud. Nunca había poseído ese cuerpo de mujer en su mujer. Y la miraba con rencor, amándola como si Paulina perteneciese a otro hombre. Se inclinaba todo él a la caricia desconocida y brava. Y otro don Álvaro huesudo y lívido le sacudió con su grito llamando al médico. [...] Paulina principió a desnudarse [...] Así la vería, y la desearía un amante, otro marido; y se le obstinó el pensamiento celoso de ella por ella; ella, mirándose, sabiéndose hermosa, pensando en ella y en quien la poseyese en todo su temperamento, todos los días, todas las noches, y él, por única vez. Le sobrecogió una acometida de sensualismo abyecto, que le brincaba flameándole por toda la piel, golpeándole las sienes, el cuello y el costado."

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