F. Goya, El Primo (1778) |
Para Sábato, la literatura es una modalidad de conocimiento, quizá la más completa y profunda, de la condición humana. En este marco general, la novela ha seguido en su indagación de lo humano, un proceso desde lo exterior hacia el «yo», y desde aquí, ha seguido progresando en un desplazamiento hacia el yo profundo3 a partir de la obra de Dostoyevski.
Si esto es posible es porque ya en el siglo XIX la literatura abandona la pretendida objetividad positivista en la que solía complacerse el arte de la burguesía, y entra en crisis el canon racionalista del conocimiento lógico. El movimiento romántico ya había preparado el terreno. La huella de los filósofos apátridas del idealismo hegeliano, los desertores de la tradición racionalista occidental -Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche- colocan al arte como el único medio de lograr una síntesis de conocimiento sobre la vasta presencia de las paradojas humanas, sobre su ser contradictorio y huidizo. Junto a ellos, Marx, Darwin, Freud desmontan una concepción ingenua de lo que sea la realidad humana, y dan su carta de naturaleza a las corrientes subterráneas que tensan y comandan las producciones sociales y culturales que son orgullo del Hombre, ayer «ilustrado», hoy «científico-técnico».
Así, la literatura del siglo XX, si ha renegado de la razón, no lo ha hecho del pensamiento4. El reconocimiento de la división subjetiva del ser humano, que se manifiesta en toda la compleja trama de sus relaciones con el mundo, con los otros y consigo mismo, exige una modalidad de conocimiento más flexible que la rigidez de las leyes con que la lógica clásica instrumenta nuestra razón. Sábato, que participa de la concepción de un núcleo de a-racionalidad presente en el hecho mismo de la existencia, piensa que la literatura es la tercera pata del trípode-Fenomenología y Existencialismo serían las otras dos- sobre el que se puede asentar un nuevo conocimiento que pueda restituir la perdida integridad humanista de acceso al enigma humano.
Esta indagación es para Sábato el cometido de la novelística del siglo XX. Y para realizarlo, el escritor debió dirigir su mirada hacia un mundo hasta ese momento casi desconocido, como es el subconsciente5. Entre las ideas y las pasiones, la novela es el único instrumento capaz de reflejar la unidad paradojal del hombre, aunque la misma presencia renovada del hecho literario manifieste la condición de tentativa que constituye, a pesar de todo, esta episteme. El escritores, pues, más explorador o descubridor6 en profundidad de lo conocido, que “inventor” de lo inexistente. Su exploración tiene un territorio definido aunque ignoto. En él residen tanto la fuerza de la creación, como los temas que cobrarán forma en su realización artística.
La topografía aquí sugerida es propiamente orteguiana. Evidentemente no lo son sus «ideas sobre la novela». Sábato hace uso de la tripartición ontológica de Ortega para situar el espacio en el que se produce la creación literaria. Esto no debe extrañarnos, ya que Sábato aboga en todo momento por restituir la unidad del hombre alienada por la tradición racionalista occidental, lo cual coincide con el proyecto ratiovitalista orteguiano. Así pues, entre la pura espiritualidad y la vitalidad encarnada, ambos patrimonio universal del hombre, se encuentra un espacio intermedio que Ortega7 —y Sábato- denomina Alma, espacio sometido a todas las tensiones provenientes de ambos extremos, y que sería la sede de las producciones propias del sujeto en su particularidad, en su originalidad creativa. Que esta zona, zona de la subjetividad, coincide con el psiquismo inconsciente del psicoanálisis es algo que queda patente en el uso que Sábato hace del concepto8 a lo largo de su ensayo.
Y esto no es simplemente una correspondencia esquemática. Lo sustancial de esta comunidad de perspectiva es que la idea de Alma orteguiana anuda la consideración del hombre como radicalmente dividido, y la idea de conflicto como estatus vivendi de la condición humana. De ambas condiciones surge nuestra permanente insatisfacción, la radical infelicidad humana que va a empujar a algunos de entre los hombres a poner por escrito aquello que no deja de hacerse presente en nuestras vidas: Sólo el alma puede expresar el flujo de lo viviente, lo real-no-racional. De ahí la transcendencia gnoseológica de la novela. Porque la novela es producto del alma, no del espíritu.9"
Para Sábato, el territorio del arte participa de la división del creador. Entre lo inconsciente y lo consciente es su forma de decir que en la obra artística participa una fuente cuya razón escapa a su autor, y una «elaboración secundaria», trabajo instrumental, estilístico, que da la forma que constituye la obra en último término. Esa «fuente» impone el «tema» en lo que sería el primer movimiento creativo del autor. En absoluto es un movimiento consciente y voluntario. Es más bien un «entregarse»10 a la capacidad genésica de un no-sabido que opera desde el sujeto, pero más allá de su yo consciente. Lo dice así: El genio creador de un novelista puede más que las ideas que conscientemente profesa. Lo que prueba que no se escriben novelas importantes con la sola cabeza.11 Y en otro lugar de su ensayo: El tema no se debe elegir: hay que dejar que el tema lo elija a uno. No se debe escribir si esa obsesión no acosa, persigue y presiona o desde las más misteriosas regiones del ser.12
Pero también los personajes confrontan a su creador con su división subjetiva respecto a su acto creador, contribuyendo a la autonomía del texto. Para Sábato, los personajes de la novela, o salen del corazón del novelista o los dará su propio nivel si los toma de la realidad. Sin embargo, el autor experimentará con sorpresa y una especie de retorcida satisfacción13 cómo van cobrando independencia, autonomía de los planes y las previsiones de su creador, terminando por sentirse frente a un personaje suyo como un espectador ineficaz frente a un ser de carne y hueso: puede ver, puede hasta prever el acto, pero no lo puede evitar.14
Aquel real-no-racional, que participa del Eros y el Thanatos freudiano en su último resorte, encuentra en la infancia el para atrás y para dentro donde el artista «explorador» acudirá a la cita con los grandes temas de sus novelas. Sábato reconoce su deuda como escritor con aquella edad de la vida, ya que le parece difícil escribir algo profundo que no esté unido de una manera abierta o enmarañada a la infancia.15 Pero esta infancia, es una infancia surgida de la relación con el otro, que se hace Otro para Sábato en la idea de Patria. No hay contradicción sociedad/individuo. El individuo humano no existe en soledad. Su comercio perpetuo con el mundo que le rodea es responsable tanto de su conciencia de sí, como de sus sueños y pesadillas.16 «Infancia» y «patria» participan de ese ámbito oscuro de donde nace la ficción. El otro semejante, familiar, vecino, que constituye el mundo infantil del niño se hace Otro simbólico en su promoción a los significantes que nombran los ideales de la cultura en que ha nacido y se ha criado. De ahí la identidad que establece Sábato: la patria no es sino la infancia17, el precipitado de su memoria, el rastro de sus marcas significantes.
El gran tema de la literatura hoy -nos dice Sábato- es la aventura del hombre que explora los abismos y cuevas de su propia alma.18 Algo de esta vida decantada en memoria más allá de la conciencia, en «realidad psíquica» más allá de la «realidad material» -como diría Freud-, es lo que se convierte en la idea fija particular a cada escritor, que tendrá que escribir y reescribir permanentemente, tratando de responder a las preguntas que para él se constituyeron en enigma. Por eso, los personajes son singularmente suyos, tienen ese aire de familia a causa de que se forman,nacen y viven en esa tierra espiritual de su creador: tierra caracterizada por determinadas ideas, obsesiones y vivencias. Que son de él y únicamente de él.19 A partir de ahí, la producción del escritor girará en torbellino desde un fondo puntual que marca el sentido, pero que se abre en la superficie a los hallazgos estilísticos y las variedades formales que hagan diferentes unas novelas de otras. Las obras sucesivas de un novelista son como las ciudades que se levantan sobre las ruinas de las anteriores, nos dice Sábato para ilustrar esa repetición de lo mismo en lo diferente, ojos y rostros que retornan.20
No terminaré este epígrafe sin recoger la posición de Sábato respecto al tema de la verdad en la ficción, sin duda la postura más radical de las referidas en el capítulo, en la medida en que hace suya en buena medida la tesis según la cual la verdad de los novelistas no debe ser buscada en sus autobiografías ni en sus ensayos, sino en sus ficciones.21 Esta verdad está ligada a la emergencia de lo inconsciente, que de manera «fatal» se hace oír siempre en las ficciones.22 Sábato rechaza por insuficiente una concepción científica de la realidad para dar cuenta de la realidad humana. Hace falta incorporar aquella parcela de realidad psíquica que, aunque no responde a los dictados de la lógica, no por ello deja de mostrar toda su presencia y eficacia en la vida de las personas. Es más, para Sábato solamente la consideración de los sentimientos, pasiones e ideas, los rincones del mundo inconsciente y subconsciente de sus personajes puede dar la medida exacta de una realidad «humana».
A estas alturas de la argumentación creo que podemos reconocer la idea lacaniana del inconsciente estructurado como un lenguaje en la siguiente afirmación de Sábato: Sólo los símbolos que inventa el alma permiten llegar a la verdad última del hombre.23 En la medida en que rechaza una novelística basada en arquetipos,24 no creo forzado referir esos símbolos que inventa el alma a la organización significante de un psiquismo inconsciente, organización dotada de una dinámica y una energética propia según lo concibió Freud. La verdad que importa al hombre integra el ámbito de sus deseos y de su vida pulsional. No está, pues, solamente a nivel de la conciencia. El yo que en ella impera la sacrifica a la razón y a la moral colectiva. Por ello, esa última verdad del hombre, que se multiplica en una diversidad de verdades particulares, tomará la forma concreta de la variedad de rasgos y vertientes que la componen, y solamente a través de un ropaje que la haga soportable a la conciencia podrá ser dicha. Y por esta imposibilidad de nombrar directamente aquello de que se trata, el lenguaje verá incrementada su naturaleza polisémica por la capacidad alusiva y evocadora de los recursos retóricos. Aquí realizará la literatura su trabajo de estilo. Y aquí Sábato le guarda al lector, individual o generacional, su parte protagonista en la confección final del sentido de la novela, pudiendo rehacer la obra incesantemente.25
Así, la literatura del siglo XX, si ha renegado de la razón, no lo ha hecho del pensamiento4. El reconocimiento de la división subjetiva del ser humano, que se manifiesta en toda la compleja trama de sus relaciones con el mundo, con los otros y consigo mismo, exige una modalidad de conocimiento más flexible que la rigidez de las leyes con que la lógica clásica instrumenta nuestra razón. Sábato, que participa de la concepción de un núcleo de a-racionalidad presente en el hecho mismo de la existencia, piensa que la literatura es la tercera pata del trípode-Fenomenología y Existencialismo serían las otras dos- sobre el que se puede asentar un nuevo conocimiento que pueda restituir la perdida integridad humanista de acceso al enigma humano.
Esta indagación es para Sábato el cometido de la novelística del siglo XX. Y para realizarlo, el escritor debió dirigir su mirada hacia un mundo hasta ese momento casi desconocido, como es el subconsciente5. Entre las ideas y las pasiones, la novela es el único instrumento capaz de reflejar la unidad paradojal del hombre, aunque la misma presencia renovada del hecho literario manifieste la condición de tentativa que constituye, a pesar de todo, esta episteme. El escritores, pues, más explorador o descubridor6 en profundidad de lo conocido, que “inventor” de lo inexistente. Su exploración tiene un territorio definido aunque ignoto. En él residen tanto la fuerza de la creación, como los temas que cobrarán forma en su realización artística.
La topografía aquí sugerida es propiamente orteguiana. Evidentemente no lo son sus «ideas sobre la novela». Sábato hace uso de la tripartición ontológica de Ortega para situar el espacio en el que se produce la creación literaria. Esto no debe extrañarnos, ya que Sábato aboga en todo momento por restituir la unidad del hombre alienada por la tradición racionalista occidental, lo cual coincide con el proyecto ratiovitalista orteguiano. Así pues, entre la pura espiritualidad y la vitalidad encarnada, ambos patrimonio universal del hombre, se encuentra un espacio intermedio que Ortega7 —y Sábato- denomina Alma, espacio sometido a todas las tensiones provenientes de ambos extremos, y que sería la sede de las producciones propias del sujeto en su particularidad, en su originalidad creativa. Que esta zona, zona de la subjetividad, coincide con el psiquismo inconsciente del psicoanálisis es algo que queda patente en el uso que Sábato hace del concepto8 a lo largo de su ensayo.
Y esto no es simplemente una correspondencia esquemática. Lo sustancial de esta comunidad de perspectiva es que la idea de Alma orteguiana anuda la consideración del hombre como radicalmente dividido, y la idea de conflicto como estatus vivendi de la condición humana. De ambas condiciones surge nuestra permanente insatisfacción, la radical infelicidad humana que va a empujar a algunos de entre los hombres a poner por escrito aquello que no deja de hacerse presente en nuestras vidas: Sólo el alma puede expresar el flujo de lo viviente, lo real-no-racional. De ahí la transcendencia gnoseológica de la novela. Porque la novela es producto del alma, no del espíritu.9"
Para Sábato, el territorio del arte participa de la división del creador. Entre lo inconsciente y lo consciente es su forma de decir que en la obra artística participa una fuente cuya razón escapa a su autor, y una «elaboración secundaria», trabajo instrumental, estilístico, que da la forma que constituye la obra en último término. Esa «fuente» impone el «tema» en lo que sería el primer movimiento creativo del autor. En absoluto es un movimiento consciente y voluntario. Es más bien un «entregarse»10 a la capacidad genésica de un no-sabido que opera desde el sujeto, pero más allá de su yo consciente. Lo dice así: El genio creador de un novelista puede más que las ideas que conscientemente profesa. Lo que prueba que no se escriben novelas importantes con la sola cabeza.11 Y en otro lugar de su ensayo: El tema no se debe elegir: hay que dejar que el tema lo elija a uno. No se debe escribir si esa obsesión no acosa, persigue y presiona o desde las más misteriosas regiones del ser.12
Pero también los personajes confrontan a su creador con su división subjetiva respecto a su acto creador, contribuyendo a la autonomía del texto. Para Sábato, los personajes de la novela, o salen del corazón del novelista o los dará su propio nivel si los toma de la realidad. Sin embargo, el autor experimentará con sorpresa y una especie de retorcida satisfacción13 cómo van cobrando independencia, autonomía de los planes y las previsiones de su creador, terminando por sentirse frente a un personaje suyo como un espectador ineficaz frente a un ser de carne y hueso: puede ver, puede hasta prever el acto, pero no lo puede evitar.14
Aquel real-no-racional, que participa del Eros y el Thanatos freudiano en su último resorte, encuentra en la infancia el para atrás y para dentro donde el artista «explorador» acudirá a la cita con los grandes temas de sus novelas. Sábato reconoce su deuda como escritor con aquella edad de la vida, ya que le parece difícil escribir algo profundo que no esté unido de una manera abierta o enmarañada a la infancia.15 Pero esta infancia, es una infancia surgida de la relación con el otro, que se hace Otro para Sábato en la idea de Patria. No hay contradicción sociedad/individuo. El individuo humano no existe en soledad. Su comercio perpetuo con el mundo que le rodea es responsable tanto de su conciencia de sí, como de sus sueños y pesadillas.16 «Infancia» y «patria» participan de ese ámbito oscuro de donde nace la ficción. El otro semejante, familiar, vecino, que constituye el mundo infantil del niño se hace Otro simbólico en su promoción a los significantes que nombran los ideales de la cultura en que ha nacido y se ha criado. De ahí la identidad que establece Sábato: la patria no es sino la infancia17, el precipitado de su memoria, el rastro de sus marcas significantes.
El gran tema de la literatura hoy -nos dice Sábato- es la aventura del hombre que explora los abismos y cuevas de su propia alma.18 Algo de esta vida decantada en memoria más allá de la conciencia, en «realidad psíquica» más allá de la «realidad material» -como diría Freud-, es lo que se convierte en la idea fija particular a cada escritor, que tendrá que escribir y reescribir permanentemente, tratando de responder a las preguntas que para él se constituyeron en enigma. Por eso, los personajes son singularmente suyos, tienen ese aire de familia a causa de que se forman,nacen y viven en esa tierra espiritual de su creador: tierra caracterizada por determinadas ideas, obsesiones y vivencias. Que son de él y únicamente de él.19 A partir de ahí, la producción del escritor girará en torbellino desde un fondo puntual que marca el sentido, pero que se abre en la superficie a los hallazgos estilísticos y las variedades formales que hagan diferentes unas novelas de otras. Las obras sucesivas de un novelista son como las ciudades que se levantan sobre las ruinas de las anteriores, nos dice Sábato para ilustrar esa repetición de lo mismo en lo diferente, ojos y rostros que retornan.20
No terminaré este epígrafe sin recoger la posición de Sábato respecto al tema de la verdad en la ficción, sin duda la postura más radical de las referidas en el capítulo, en la medida en que hace suya en buena medida la tesis según la cual la verdad de los novelistas no debe ser buscada en sus autobiografías ni en sus ensayos, sino en sus ficciones.21 Esta verdad está ligada a la emergencia de lo inconsciente, que de manera «fatal» se hace oír siempre en las ficciones.22 Sábato rechaza por insuficiente una concepción científica de la realidad para dar cuenta de la realidad humana. Hace falta incorporar aquella parcela de realidad psíquica que, aunque no responde a los dictados de la lógica, no por ello deja de mostrar toda su presencia y eficacia en la vida de las personas. Es más, para Sábato solamente la consideración de los sentimientos, pasiones e ideas, los rincones del mundo inconsciente y subconsciente de sus personajes puede dar la medida exacta de una realidad «humana».
A estas alturas de la argumentación creo que podemos reconocer la idea lacaniana del inconsciente estructurado como un lenguaje en la siguiente afirmación de Sábato: Sólo los símbolos que inventa el alma permiten llegar a la verdad última del hombre.23 En la medida en que rechaza una novelística basada en arquetipos,24 no creo forzado referir esos símbolos que inventa el alma a la organización significante de un psiquismo inconsciente, organización dotada de una dinámica y una energética propia según lo concibió Freud. La verdad que importa al hombre integra el ámbito de sus deseos y de su vida pulsional. No está, pues, solamente a nivel de la conciencia. El yo que en ella impera la sacrifica a la razón y a la moral colectiva. Por ello, esa última verdad del hombre, que se multiplica en una diversidad de verdades particulares, tomará la forma concreta de la variedad de rasgos y vertientes que la componen, y solamente a través de un ropaje que la haga soportable a la conciencia podrá ser dicha. Y por esta imposibilidad de nombrar directamente aquello de que se trata, el lenguaje verá incrementada su naturaleza polisémica por la capacidad alusiva y evocadora de los recursos retóricos. Aquí realizará la literatura su trabajo de estilo. Y aquí Sábato le guarda al lector, individual o generacional, su parte protagonista en la confección final del sentido de la novela, pudiendo rehacer la obra incesantemente.25
1 Martín Gaite, Op. Cit. p.19.
2 Cito por la edición del Círculo de Lectores, Barcelona, 1994 (o ed. 1963). El libro de Sábato, muy inmerso en los debates intelectuales de los años cincuenta y sesenta -incluso sin que hayan terminado de desplegarse algunos en la fecha de edición del libro, consiste básicamente en un alegato crítico contra la idea «realista» de la novela. Afín el autor a la filosofía fenomenológica y existencialista, critica la concepción estética que se deriva del marxismo oficial («realismo socialista»), y el estructuralismo. En 1997 Seix Barral lo ha reeditado en su lo edición de bolsillo.
2 Cito por la edición del Círculo de Lectores, Barcelona, 1994 (o ed. 1963). El libro de Sábato, muy inmerso en los debates intelectuales de los años cincuenta y sesenta -incluso sin que hayan terminado de desplegarse algunos en la fecha de edición del libro, consiste básicamente en un alegato crítico contra la idea «realista» de la novela. Afín el autor a la filosofía fenomenológica y existencialista, critica la concepción estética que se deriva del marxismo oficial («realismo socialista»), y el estructuralismo. En 1997 Seix Barral lo ha reeditado en su lo edición de bolsillo.
3 P. 31.
4 P. 11.
5 P 18
6 Pp. 26, 186.
5 P 18
6 Pp. 26, 186.
7 El texto orteguiano de referencia sería Vitalidad, Alma, Espíritu, Madrid, 1987, Alianza Editorial, O.C. T.2, pp.451-480.
8 Esto se puede rastrear a lo largo de todo el texto, particularmente en las pp.75, 138,143 y 200-201. Para una consideración más pormenorizada de estas articulaciones se puede consultar mi libro Ortega y el Psicoanálisis, Alicante, ed. Universidad de Alicante, 1997, cap.2.
9 P. 139.
10 P. 192.
11 P. 24.
12 P 170.
13 P.124.
14 Pp. 144-145.
15 P 17.
16 P. 16.
17 Pp. 59-60.
13 P.124.
14 Pp. 144-145.
15 P 17.
16 P. 16.
17 Pp. 59-60.
18 P. 32.80
19 Pp. 178-179.
20 Р 28.
21 P 195.
22 P 194.
23 P 139.
19 Pp. 178-179.
20 Р 28.
21 P 195.
22 P 194.
23 P 139.
24 P 177.
25 P. 167.